En menos de una semana, el presidente Juan Manuel Santos pasó de ver su legado en peligro a garantizar su puesto en la historia de Colombia como premio nobel al lado de Gabriel García Márquez, un giro sorprendente incluso para este frenético país latinoamericano.
Después de que el acuerdo de paz logrado con la guerrilla de las Farc fue rechazado por un estrechísimo margen en las urnas el pasado domingo, el mandatario colombiano ganó el Nobel de Paz que tanto anhelaba. Un premio a su merecido esfuerzo por conseguir el fin del conflicto armado del país, que llega en el momento en que más lo necesitaba para darle el impulso que hace falta para conseguir la paz.
El acuerdo con las Farc, una guerrilla de seis mil combatientes, surgió en un contexto internacional y nacional muy favorable.
La llegada al poder de exguerrilleros de izquierda en toda América Latina, como Daniel Ortega en Nicaragua o Dilma Rousseff en Brasil; la convicción de Hugo Chávez de que para la expansión de su socialismo del siglo XXI era más conveniente que las Farc buscaran el poder dentro de la democracia, y su debilitamiento militar tras ocho años de Seguridad Democrática liderada por Álvaro Uribe, convencieron a las Farc de sentarse en la mesa de negociación con el objetivo de dejar las armas.
El fin del multimillonario Plan Colombia financiado por Estados Unidos y el escándalo de los falsos positivos —más de mil soldados fueron acusados de ejecutar extrajudicialmente a jóvenes pobres a quienes vestían de guerrilleros para recibir como recompensa un fin de semana libre— también convencieron a los más poderosos de la clase dirigente colombiana de que era menos costoso buscar una negociación de paz que seguir intentando una derrota militar.
Más allá de este contexto favorable, las condiciones personales de Santos contribuyeron de manera decisiva para sacar adelante esta negociación.
En primer lugar, su habilidad para rodearse bien le ayudó a escoger un equipo de negociadores impecable. El jefe negociador, Humberto de la Calle, un estadista con gran habilidad política y experiencia en procesos de paz, y el alto comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, un introvertido y poco conocido pero brillante intelectual que venía de diseñar la Seguridad Democrática de Uribe en el Ministerio de Defensa. Ambos forjaron una negociación que condujo a que por primera vez en 50 años las Farc aceptaran dejar las armas a cambio de crear las condiciones para convertirse en un partido político con vocación de poder.
El conocimiento íntimo que tiene Santos del congreso, de la economía y de las fuerzas militares le sirvieron para mover muchas piezas a la vez y remover los obstáculos que fueron surgiendo. Su experiencia como ministro de Defensa le dio inicialmente confianza a la clase dirigente de que no iba a regalarle el país a la guerrilla, y también tuvo la astucia para ofrecerle incentivos a los militares para que no fueran, como en el pasado, una talanquera a la negociación. Además, ser un hombre cosmopolita con contactos afuera del país le ayudó a crear un ambiente internacional favorable casi desde el primer día.
Sin embargo, el hecho de que hubiera sido elegido bajo la promesa electoral de acabar con la guerrilla y de que llegara al poder para negociar con ella fue interpretado como una traición por parte de su antiguo aliado, el expresidente Álvaro Uribe, y por buena parte del pueblo colombiano que lo apoya.
Ser un hombre frío, calculador, a quien muy pocas cosas conmueven y muy pocas perturban, le ha permitido al presidente capotear el proceso en momentos críticos. Pero eso mismo le ha impedido entablar una conexión real con los colombianos para convencerlos de las bondades de una negociación con una guerrilla con muy baja popularidad en el país.
Esto a pesar de que la negociación, tal como fue pactada, ayudaría a cerrar las brechas de inequidad entre la Colombia rural y la urbana, a reducir los cultivos de coca y a que las víctimas tuvieran más verdad y más reparación, y un poco más de justicia.
Sus problemas de liderazgo llevaron a que el acuerdo de paz fuera derrotado en las urnas el domingo por un No impulsado por el expresidente Uribe.
Con esa victoria inesperada, un Uribe triunfal regresó al palacio presidencial, la Casa de Nariño, a una reunión con el objetivo de forzar una renegociación del acuerdo de paz con las Farc.
El anuncio del Nobel de Paz le da a un Santos humillado el oxígeno necesario para intentar convertir su derrota en las urnas en una oportunidad de mejorar el acuerdo de paz con las Farc, incorporando algunos ajustes que le den a lo logrado la legitimidad necesaria para ser aceptado por los colombianos.
El premio pone los ojos del mundo sobre el expresidente Uribe y le exige, en este momento crucial para Colombia, poner el interés máximo de evitar un regreso al conflicto armado por encima del interés electoral de regresar al poder para continuar su proyecto conservador.
También le exige a las Farc y al presidente Santos ser fieles a la declaración que hicieron por separado cuando se conoció el anuncio del Nobel: perseverar hasta conseguir “el más importante premio: la paz de Colombia”.
Juanita León es periodista colombiana y dirige el portal de noticias La Silla Vacía. Ha sido ganadora del premio de periodismo Gabriel García Márquez en la categoría cobertura.