Juan Pablo II, testigo de esperanza

Por Antonio Cañizares Llovera, arzobispo de Toledo y primado de España (LA VANGUARDIA, 03/05/03):

Por quinta vez, el Papa Juan Pablo II visita España. Han trascurrido poco más de veinte años desde aquella inolvidable visita primera en 1982. Han pasado muchas cosas desde aquel entonces hasta hoy. El tiempo no ha pasado en balde para el Papa; los años y la dedicación a su misión tan sin desmayo ni reserva alguna, su gran entrega al servicio de la Iglesia y de la humanidad entera sin escatimar esfuerzos ni sacrificios, amén de otras circunstancias y sufrimientos, han dejado huella en él. Su ánimo, sin embargo, sigue firme y vigoroso. En la fragilidad de sus fuerzas ancianas y desgastadas generosamente en los duros trabajos del Evangelio y en el asumir como propios los gozos y las esperanzas, los trabajos y dolores de la humanidad, y por el gran amor que le anima, se acerca de nuevo a España, a la que quiere y admira, para darnos fortaleza y alentarnos en la esperanza llena de juventud y vigor: la fortaleza de la fe en Dios, que desborda en él, y de la esperanza, de la que él mismo está siendo testigo singular para un mundo tan necesitado de ella.

"Signo de contradicción", como Cristo mismo, a lo largo de su prolongado pontificado, no ha ahorrado esfuerzo alguno, incluso en la debilidad y escasez de sus fuerzas físicas, para trabajar por la paz y la unidad entre los pueblos de la Tierra. El ejemplo de los últimos meses, ante la grave crisis mundial que aún nos atenaza, es todo un signo de lo que ha sido su ministerio entregado a la causa del Evangelio, que es la causa del hombre. "A tiempo y a destiempo" ha trabajado, sigue trabajando, por la construcción de un mundo unido y en paz, fruto del amor, la verdad, la libertad y la justicia, inseparable del perdón, que es la suprema forma de justicia.

Su gran pasión, como la de Dios tal y como se manifiesta en Jesucristo, ha sido y es el hombre. Él mismo, desde el comienzo de su pontificado, ha definido al hombre como "camino de la Iglesia". Si hay un común denominador y una clave para interpretar a fondo el pensamiento de Juan Pablo II, es su preocupación por el respeto a la sublime dignidad de la persona humana, la grandeza de cuya vocación ha sido desvelada en la persona de Cristo, y del estupor y maravillamiento que entraña el hombre, todos y cada uno de los hombres. Se ha hecho "todo para todos", y ha mostrado de manera palpable que la fe en Jesucristo permite abrazar y amar a todos, sin excluir a nadie, sean de la condición que sean, de la cultura a la que pertenezcan o de la religión que profesen.

La raíz de todo su actuar, de toda su persona, del conjunto de su mensaje, así como de su trabajar incansablemente en favor de la paz, no es otra que la fe en Dios, "palpable y visible" en su hijo Jesucristo, que infunde siempre esperanza en los hombres de buena voluntad que le escuchan y siguen sin prejuicios. "Es cierto –dijo el Papa en Huelva– que el hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona: el alejamiento de Dios lleva consigo la pérdida de aquellos valores morales que son base y fundamento de la convivencia humana... El olvido de Dios, la ausencia de valores morales que sólo Él puede fundamentar están también en la raíz de los sistemas económicos, que olvidan la dignidad de la persona y de la norma moral, poniendo el lucro como objetivo prioritario y único criterio inspirador de sus programas."

La pretensión de una cultura dominante en Occidente de hacer de Dios el "gran ausente" en la cultura y en la conciencia de los pueblos se vuelve contra el hombre, da lugar a una honda quiebra moral, trasunto de una profunda y muy grave quiebra de humanidad. El reto que de esa situación proviene en el momento que vivimos, para el Papa de la Paz y de la esperanza, es decisivo y no admite dilaciones ni esperas. Aun cuando "a menudo el hombre vive como si Dios no existiese e incluso pretende ocupar su puesto", el Papa, hablando a nuestras gentes de España en su último viaje, señala que "no hay motivos para el desaliento, pues por muchas que sean las sombras que oscurecen el panorama, son más los motivos de esperanza que en él se vislumbran". Entre otros motivos, en la mente del Papa están las raíces cristianas que identifican al pueblo español.

"Hombre de fe y de esperanza", Juan Pablo II ha dado testimonio de que la esperanza centrada en Cristo es la verdad de nuestro mundo. Así nos lo señalaba en su visita a las Naciones Unidas en 1995: "Como cristiano, mi esperanza y confianza se centran en Jesucristo... quien para nosotros es Dios hecho hombre y forma parte por ello de la historia de la humanidad. Tal es precisamente la razón de que la esperanza cristiana ante el mundo y su futuro se extienda a cada ser humano. A causa de la radiante humanidad de Jesucristo, nada hay genuinamente humano que no afecte a los corazones de los cristianos. La fe en Cristo no nos aboca a la intolerancia. Por el contrario, nos obliga a inducir a los demás a un diálogo respetuoso. El amor a Cristo no nos distrae de interesarnos por los demás, sino que nos invita a responsabilizarnos de ellos, a no excluir a nadie".

Por eso, desde el inicio de su ministerio papal, pudo decir y repetir hoy a la humanidad entera: "¡No tengáis miedo!¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los estados, los sistemas tanto económicos como políticos, los dilatados campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo. ¡Abrid las puertas a Cristo, abridlas al Redentor del hombre. Sólo Él sabe lo que hay en el corazón del hombre!". Todo su pontificado es como una invitación a este abrir toda realidad humana –la familia, la política, la cultura– a Jesucristo, a quien "nadie tiene derecho a expulsar de la historia de los hombres" porque Él, "Camino, Verdad y Vida", tiene que ver con todo hombre y con todo lo que le afecta. Nada humano le es ajeno. En Él está la esperanza. En Él tenemos la escuela para hallar el verdadero, el pleno, el profundo significado de palabras como "paz, amor, justicia".

Por ello, el mismo Papa diría, en su último viaje a España: "Es por ello inaceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando la dimensión esencialmente pública y social de la persona humana. ¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo, que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política!".

Juan Pablo II es un Papa abierto al futuro, lleno de esperanza y que alienta la esperanza de este mundo, que, al comenzar el nuevo milenio, y en las postrimerías del anterior, se encuentra "temeroso de sí, temeroso de lo que sea capaz de hacer, temeroso ante el futuro". Su fe le lleva a una gran esperanza para la humanidad. Es bueno recordar sus palabras ante las Naciones Unidas, en estos momentos de tanto temor para el mundo : "Con vistas a asegurarnos de que el nuevo milenio sea testigo de un nuevo florecer del espíritu humano, en el que mediará una auténtica cultura de la libertad, hombres y mujeres deben aprender a conquistar o vencer el temor. Debemos aprender a no tener miedo, debemos redescubrir un espíritu de esperanza y un espíritu de confianza. La esperanza no es el optimismo vacío que surge de la ingenua confianza en que el futuro ha de ser mejor que el pasado. La esperanza y la confianza son las premisas de una actividad responsable y se cultivan en ese santuario íntimo de la conciencia en la que 'el hombre' se halla a solas con Dios y percibe, por tanto, que no está solo en medio de los enigmas de la existencia, pues está rodeado por el amor del Creador".

Porque es un hombre de fe y no tiene miedo, porque es testigo de esperanza, porque anuncia y da a conocer, con obras y palabras, al que es la raíz de nuestra esperanza, Cristo, por eso los jóvenes, esperanza de la humanidad, le siguen y encuentran en él un hombre que les quiere, los toma en serio y los alienta en la vida. Ellos que tienen tantas preguntas, que buscan un sentido ante tanto sinsentido, que anhelan un futuro para la humanidad en libertad, amor y paz, que quieren ser felices, siguen, de verdad, al Papa. El Papa sencillamente les ofrece lo que tiene: a Jesucristo; les habla, ante todo, de Él y del sentido nuevo que la vida, el trabajo, el amor, la amistad, el sufrimiento y la muerte tienen cuando se conoce y acoge a Jesucristo. El Papa cree en los jóvenes con toda la fuerza de su corazón y de su convencimiento. Y les dice con vigor y verdad: "¡Tened ánimo! ¡Cristo es vuestra esperanza!". Y los jóvenes, que, a pesar de lo que parezca en contrario, esperan, le escuchan y le entienden; porque saben que lo que dice es verdad.

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