Judeofobia en Madrid

 Exterior del cementerio judío de Hoyo de Manzanares, en Madrid. FCJE
Exterior del cementerio judío de Hoyo de Manzanares, en Madrid. FCJE

El pasado 23 de diciembre, los muros y las puertas del cementerio hebreo de la localidad madrileña de Hoyo de Manzanares aparecieron con pintadas de odio, insulto y amenaza a los judíos. No es Madrid una excepción. En toda Europa proliferan desde hace años los ataques a sinagogas y a comercios judíos, profanaciones de tumbas y lápidas y la reedición de viejas proclamas judeófobas, alentadas desde el radicalismo islámico y los movimientos de extrema izquierda y extrema derecha. La Fiscalía, tras la denuncia del Movimiento contra la Intolerancia (MCI), investiga ya si detrás de lo ocurrido en Hoyo de Manzanares pudiera estar una organización neonazi que promueve campañas antisemitas en otros países europeos, ya que las proclamas aparecieron escritas en alemán y español: «Juden bueno, Juden muerto»; «Judío asesino vamos a por ti»; sobre una estrella de David tachada, la palabra «Raus» (fuera); y, quizá lo más bárbaro: «Holocuento». Esto es, la negación de la Shoá.

Tras la publicación, a principios de los años 80, de El judío imaginario (traducido aquí por Anagrama), Alain Finkielkraut recibió por la calle una octavilla de un grupo de extrema izquierda que afirmaba que las cámaras de gas no existieron, que eran una ficción capitalista para distraer a las masas de su condición de explotadas: «Nos sacan Auschwitz para ocultar mejor que es toda esta sociedad la que se ha convertido en un campo de concentración». Han pasado los años, explica el filósofo francés en su reciente En primera persona (Encuentro), y el negacionismo no ha muerto. Sigue furiosamente vivo, por contra, en afirmaciones como «las cámaras de gas son una fábula, los judíos no murieron en ellas». Esta «impasible constatación que sobrepasa en violencia a los gritos de odio y a las llamadas a matar», escribe Finkielkraut, «nació del encuentro entre el orgullo de la desmitificación y el luchismo de clases. Y lo que la alimentó desde entonces, lo que constituyó su éxito, lo que la hizo a la vez atractiva y plausible, mucho más allá del círculo de los ideólogos de la ultraizquierda, fue la detestación de Israel». Desde entonces, se ha impuesto un silogismo que ha globalizado la negación de la Shoá y que, desde un «anticapitalismo radical, se ha consumado en la radicalidad del antisionismo». El razonamiento es bien simple: «La destrucción de los judíos aprovecha demasiado al Estado judío para no ser sospechosa. Israel expolia a los palestinos; ahora bien, Israel toma su legitimidad de la Shoá. Por consiguiente, la Shoá es una mentira planetaria».

La izquierda, más que la genéricamente llamada extrema derecha –empeñada aún en el odio al judío carnal, no tanto al imaginado–, ha incorporado desde entonces a su discurso el antisionismo como forma actualizada de judeofobia. Del judío como encarnación de lo diabólico y, por extensión, del mal ontológico; del judío como corruptor doctrinal, asesino de Cristo y luego, de niños cristianos en rituales satánicos; del judío como patología social a exterminar para limpiar la sociedad de elementos patógenos que la ensucian con su sangre impura; de ese judío, se ha pasado al odio a Israel, país al que, en el imaginario colectivo, pueden atribuírsele los mismos estigmas que se vienen asociando con el pueblo hebreo desde la Antigüedad. Y así, de la consideración del Holocausto como una ficción, se pasó a la denuncia de la instrumentalización del mismo por el Estado judío e incluso a su reedición: Israel es, para la izquierda europea, un nuevo régimen nazi que, mediante un sistema de apartheid, trata a los palestinos de la misma forma que los alemanes les trataron a ellos. Es lo que en distintas variantes, más o menos suaves, más o menos agresivas, encontramos en intelectuales comunistas como Alain Badiou; en escritores de izquierdas como los fallecidos Luis Sepúlveda o José Saramago; en liberales como Vargas Llosa o Tzevan Todorov; o en cineastas como Jean-Luc Godard, del que Finkielkraut recupera esta afirmación: «Los atentados suicidas de los palestinos, para conseguir que exista un Estado palestino, se parecen, a fin de cuentas, a lo que hicieron los judíos al dejarse llevar como corderos y exterminar en las cámaras de gas, sacrificándose así para conseguir que existiera el Estado de Israel». Algo no muy distinto a lo que Fernando Sánchez Dragó –cuyo viaje político le ha llevado desde la extrema izquierda del PCE hasta la extrema derecha de Vox– dejó escrito en Gárgoris y Habidis (Hiperión, 1979). Para Dragó, el Holocausto no sería sino un plan concebido hace dos mil años para «recuperar Israel», ya que «cinco millones de personas no van al sacrifico si de verdad desean evitarlo. Sólo los borregos, los suicidas, los mártires y los jugadores a largo plazo colaboran con el matarife. Los judíos del Tercer Reich no eran, por supuesto, borregos, ni suicidas, ni mártires». Ergo, colaboraron con los nazis para fundar el Estado de Israel.

No es España diferente en esto. No hay que olvidar que el 15-M utilizó como texto de referencia el ¡Indignaos! del diplomático francés Stéphane Hessel, un panfleto antisemita escrito a partir de un informe falso sobre la actuación de Israel en Gaza en 2009 que el propio autor, Richard Goldstone, comisionado de la ONU, hubo de desmentir. Y que algunos miembros de Unidas Podemos han colaborado con la organización racista BDS, que promueve el boicot a Israel y el odio hacia todos los israelíes por el mero hecho de serlo. El propio líder del partido, hoy vicepresidente del Gobierno y hasta hace bien poco colaborador del régimen islamista iraní a través de su canal Hispan TV, ha calificado de «ilegal» en más de una ocasión a Israel y ha comparado su «política criminal» con el fascismo o las atrocidades estadounidenses en Hiroshima y Nagasaki . Y no por casualidad considera Pablo Iglesias que «el Holocausto fue fundamentalmente una decisión administrativa, un mero problema burocrático», como dejó escrito en una entrada de su blog en 2009. La Federación de Comunidades Judías de España (FCJE) tuvo que recordarle durante la conmemoración del 75 aniversario de la liberación de Auschwitz que en el campo polaco fueron asesinados casi un millón de judíos europeos, ya que en su cuenta de Twitter resaltó solamente que el campo fue liberado por «las tropas soviéticas» y en él murieron «cientos de republicanos españoles».

Han sido precisamente la FCJE y el MCI los que denunciaron la profanación del cementerio judío de Madrid. «El antisemitismo», decía el comunicado, «así como las muestras de fobia hacia cualquier colectivo, es intolerable y no pararemos hasta que el peso de la Ley caiga sobre los autores de esta muestra de odio irracional e inadmisible». Ningún miembro del Gobierno de coalición ha condenado los hechos. Sí lo hizo la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que ha recordado que «el antisemitismo y la profanación de tumbas llevan siempre la marca del totalitarismo».

Fernando Palmero es doctor por la Universidad Complutense, periodista y coautor de Guía didáctica de la Shoá (CAM), Para entender el Holocausto y Los lugares del Holocausto (Confluencias).

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