Juego de Tronos de la UE

Juego de Tronos de la UE

Las elecciones al Parlamento Europeo que concluyeron el 26 de mayo acabaron siendo una repetición de Juego de Tronos, una larga y compleja historia con un final sorprendente y, para muchos, desilusionante. Como con la serie, algunos fanáticos están llamando a cambiar de desenlace. Quisieran despedir al autor y reescribir el guion.

Los antieuropeos, que esperaban un momento de conquista triunfante de Bruselas de la mano de Matteo Salvini de Italia, Viktor Orbán de Hungría y Steve Bannon de Estados Unidos, fueron repelidos. También perdieron los proeuropeos que apoyaban a los partidos establecidos de la Unión Europea. Y los políticos que inventaron el proceso de candidatos principales en un intento por influir la elección del próximo jefe de la Comisión Europea quedaron en ridículo a medida que se iban desmoronando los pedazos de los viejos partidos de la UE. En resumen, las expectativas convencionales quedaron más que desvirtuadas.

Un resultado obvio de las elecciones estaba claro antes del recuento de votos: el prolongado duopolio de las fuerzas de centroizquierda y centroderecha de Europa ya es definitivamente cosa del pasado. Este duopolio se expresaba más claramente a nivel nacional, donde un partido ligeramente conservador y uno ligeramente socialista discutían sobre el nivel de las pensiones, las políticas salariales, el grado de las transferencias sociales y asuntos similares. Entonces cada partido debía moderar sus posturas para atraer el voto medio. Los sistemas que esto producía en cada país eran bastante estables, y algunos esperaban que el mismo mecanismo se tradujera al nivel europeo.

Ya a principios de la década de 1990 esa dicotomía izquierda-derecha se rompió en Italia. En Francia lo hizo más recientemente, en las elecciones presidenciales de 2017 en que ni los candidatos de la vieja izquierda ni los de la vieja derecha llegaron a segunda vuelta. El Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) se ha debilitado sistemáticamente por su participación (políticamente responsable) en el gobierno de gran coalición con la Unión Demócrata Cristiana. Y en el Reino Unido, el Brexit ha destruido al Partido Conservador, y quizás también al Laborista.

En Grecia, el partido gobernante Syriza logró resultados decepcionantes, lo que evidentemente refleja la visión de muchos votantes de que se ha convertido gradualmente en otro partido de centroizquierda más. Con algunas excepciones notables –España y Austria, por ejemplo- los socialdemócratas de toda la vida han obtenidos magros resultados. Francia y Alemania, los dos países que tradicionalmente están en el centro del proceso europeo, son los dos ejemplos más claros. El 6% de los socialistas franceses los ha condenado a la irrelevancia y, por el momento, el SPD no luce mucho más convincente.

Las pérdidas sufridas por los partidos de centroizquierda tradicionales reflejan la realidad del mundo abierto de hoy. A medida que Europa se vuelve más importante a nivel global, tendrá que hacer más que solo redistribuir riqueza: la simple reproducción de viejos sistemas de bienestar a escala europea es una receta para el surgimiento de interminables conflictos entre las diferentes partes de la Unión.

El resultado más interesante de las elecciones fue la relativa debilidad de los partidos nacionalistas y populistas de derecha. Por lo general, estos también incluían en sus plataformas muchas medidas de protección social. Por ejemplo, la Agrupación Nacional de Marine Le Pen (su nueva fachada para el antiguo Frente Nacional) estuvo más a la izquierda en temas sociales que la lista “Renacimiento” del Presidente francés Emmanuel Macron, a la que derrotó por un estrecho margen.

Los votantes de los partidos populistas detectaron correctamente que el estado de bienestar a la antigua solo funciona en un entorno estrictamente nacional. Pero en general no sumaron mayorías para regresar a una Europa de naciones estado. De hecho, los resultados iniciales indicaban que, si bien Le Pen derrotó a Macron, su partido recibió una menor proporción del voto que en las últimas elecciones al Parlamento Europeo de 2014.

Una razón de que los partidos nacionalistas lograran votaciones relativamente débiles fue la facilidad con que los debates sobre sordidez, corrupción y opacidad se propagaron más allá de las fronteras. Lo más probable es que el actual escándalo de dinero por contratos, que involucró a nacionalistas austriacos (el curiosamente denominado Partido de la Libertad) haya causado la caída de su proporción del voto popular con respecto a 2014, y la de sus contrapartes en otros países, como Alemania y Dinamarca.

De hecho, estas fueron las primeras elecciones al Parlamento Europeo con temas genuinamente europeos. Los partidos Verde proeuropeos –con su compromiso con los bienes públicos (de los que el más evidente es la seguridad climática) que sencillamente no se pueden generar a nivel nacional- tuvieron buenos resultados en todos los países. Al mismo tiempo, los Verdes se han deshecho de gran parte de la ideología que todavía agobia a los partidos políticos de izquierda y derecha convencionales. Su mayor victoria fue en Alemania, donde acabaron en segundo lugar, derrotando con facilidad al SPD, pero también obtuvieron sólidos resultados en el Reino Unido.

Los otros grandes ganadores fueron los partidos liberales de la alianza encabezada por el carismático Guy Verhofstadt, que está comprometido a colaborar con Macron. Junto con los Verdes, los liberales son casi con toda certeza la voz parlamentaria más potente que dará forma al liderazgo y la agenda de la nueva Comisión.

A pesar del carácter fragmentado del nuevo Parlamento Europeo, debería ser fácil lograr una mayoría para una agenda que refleje los temas por los que han votado la mayoría de los ciudadanos de la UE. Una de las características más llamativas de las turbulencias políticas post-2016 en el Reino Unido y los Estados Unidos es el modo como los parlamentos nacionales se han reafirmado al enfrentarse a un ejecutivo disfuncional y errático. Los parlamentarios europeos deberían seguir el mismo camino.

Para comenzar, deberían aprender las lecciones correctas de los escándalos populistas en Austria y otros lugares, y hacer del freno a la corrupción una prioridad en los niveles nacionales y de la UE. Además, el nuevo parlamento debería ayudar a desarrollar un enfoque coordinado de la UE para dar respuesta a los desafíos energético y de seguridad, frente a la presión de EE.UU. y Rusia para fijar la agenda política. Estas conversaciones también estarán vinculadas al debate sobre la corrupción y las influencias opacas.

Puede que Juego de Tronos se haya acabado, pero en la UE hay luchas de poder que están recién comenzando. Las elecciones al Parlamento Europeo han cambiado el panorama político continental de maneras importantes, en que los partidos tradicionales se han visto obligados a reagruparse o desaparecer. Es probable que merezca mucho la pena ver los capítulos siguientes.

Harold James is Professor of History and International Affairs at Princeton University and a senior fellow at the Center for International Governance Innovation. A specialist on German economic history and on globalization, he is a co-author of the new book The Euro and The Battle of Ideas, and the author of The Creation and Destruction of Value: The Globalization Cycle, Krupp: A History of the Legendary German Firm, and Making the European Monetary Union.  Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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