Juegos de discursos

El discurso del 14 de junio del primer ministro israelí, Benyamin Netanyahu, ha dado una limitada respuesta a la ofensiva diplomática que ha lanzado el Gobierno de EE UU en las últimas semanas. Si bien se abre a la posible existencia de un Estado para los palestinos, ha fijado una serie de condiciones difícilmente aceptables por un gobierno de esa comunidad, al tiempo que desafía al presidente Barack Obama en su firme propósito de detener la expansión de los asentamientos judíos en Cisjordania. Tanto la secretaria de Estado, Hillary Clinton, como el enviado especial para el conflicto palestino-israelí, George Mitchell, y el mismo presidente Obama en su discurso en El Cairo han insistido en que debe avanzarse hacia la solución de los dos Estados y que para ello el Gobierno israelí tiene que detener la construcción de nuevos asentamientos en Cisjordania y en Jerusalén.

En la entrevista que mantuvieron hace dos semanas en Washington, Obama indicó el punto de los asentamientos con claridad y Netanyahu se mantuvo firme en su negativa, no mencionó la posibilidad de los dos Estados y puso el plan nuclear iraní como un peligro 'existencial' para Israel. Sin solución sobre Irán no habría, desde su perspectiva, posibilidad de negociación. El apoyo de Teherán a Hamás probaría la alianza contra Israel que para el primer ministro es la cuestión central.

En su discurso, Netanyahu entró en la negociación tratando de rescatar parte de lo que le exige Estados Unidos, pero yendo hacia atrás varios años, con la intención de volver a un largo e infructuoso proceso que no conduzca a ningún sitio. Entretanto, proseguiría la situación de hechos consumados: más asentamientos y apropiación ilegal de tierras y propiedades palestinas. A la vez, ha puesto menos énfasis en la cuestión iraní, pero los resultados en las elecciones en este país le darán más fuerza a sus argumentos en el futuro.

El primer ministro israelí aceptaría que exista un Estado palestino pero debería estar desmilitarizado, no controlar su espacio aéreo ni firmar acuerdos militares con países 'enemigos de Israel'. Los palestinos tendrían que reconocer el carácter 'judío' del Estado de Israel. Por último, no se detendrán los asentamientos y Jerusalén no es negociable.

Es posible que un gobierno palestino aceptase un alto nivel de desmilitarización, especialmente si es protegido por fuerzas internacionales de Naciones Unidas (algo que Netanyahu no mencionó, pero que podría contemplarse en el futuro dado el precedente de la misión de la ONU en Líbano).

Es también un hecho que progresivamente el mundo árabe y los palestinos han ido reconociendo a Israel, pero aceptar que es un Estado 'judío' como pide Netanyahu implica negar los derechos de los árabes israelíes que viven en Israel (un 20% de la población) y cerrar definitivamente las puertas a que puedan regresar los millones de palestinos exiliados desde la instauración del Estado de Israel en 1948.

Es posible que muchos palestinos en el exilio aceptasen no regresar a un Estado fragmentado en Cisjordania y la empobrecida Franja de Gaza, pero debería ser a cambio de una compensación económica y un plan pactado entre donantes internacionales, países receptores de los refugiados e Israel. Para este último supondría aceptar que ha expulsado a millones de personas de sus tierras, algo que sus gobernantes nunca han querido reconocer.

La cuestión más crítica en lo inmediato es la negativa de Netanyahu a detener los asentamientos. El mandatario israelí tiene que buscar un punto intermedio entre satisfacer a EE UU, su principal aliado internacional, y a los miembros sionistas de su coalición de gobierno que no quieren saber nada con un Estado palestino.

Alrededor de 400.000 israelíes ocupan tierras palestinas en verdaderas ciudades unidas por redes de carreteras y servicios, usando masivamente los acuíferos en una zona donde cada día falta más agua y aislando a las comunidades y poblados árabes. Al anunciar que aceptaría un Estado palestino pero que los 'hermanos' de los asentamientos proseguirán colonizando, el primer ministro le dice a Obama que está dispuesto a negociar sobre un Estado palestino fragmentado, con soberanía limitada y fronteras no fijas. O sea, que está dispuesto a volver atrás casi una década y empezar largas negociaciones infructuosas.

El desafío para el Gobierno de Obama es aceptar esta limitada y posiblemente inútil propuesta israelí o tomarla como un indicio de negociación. Si de verdad la Casa Blanca quiere que se solucione la cuestión palestina, entonces tendrá que indicar a Netanyahu que desde los Acuerdos de Oslo en los años 80 en adelante todo está hablado, negociado y preparado y, por ello, lo que se precisa es tomar la decisión política de crear un Estado palestino y luego ajustar los detalles.

Mariano Aguirre, director del Norwegian Peacebuilding Centre (NOREF), Oslo.