Jugar con fuego a ambos lados de El Tarajal

Soldados españoles junto a inmigrantes que han cruzado a nado por la frontera del Tarajal, en Ceuta, este martes.Javier Bauluz
Soldados españoles junto a inmigrantes que han cruzado a nado por la frontera del Tarajal, en Ceuta, este martes.Javier Bauluz

Se está pagando tarde y mal no haber llegado en 1963 a un acuerdo sobre el Sáhara con Marruecos. Hassan II lo advirtió en abril de aquel año cuando propuso a España, a través del embajador Manuel Aznar, llegar a un acuerdo sobre los que llamaba “territorios del sur” que, para él, constituían el “verdadero contencioso” con España. La coyuntura venía condicionada por su temor a enfrentarse, en las primeras elecciones que habrían de celebrarse un mes después, a los que calificó de “demagogos” que jugaban con el irredentismo.

“El problema de Ceuta y Melilla, tal como yo lo veo —diría el monarca en aquella ocasión— no lo vamos a resolver ni usted ni yo, ¿me entiende?; ni la generación de usted ni la mía. Pero, además, considero que debemos inscribirlo en un problema general mediterráneo, dentro del cual nos encontramos inmediatamente con Gibraltar. Por consiguiente, en este punto, las cosas están muy claras para mí. Todo el contencioso en definitiva se relaciona con los territorios del sur”.

El caso de Ceuta y Melilla era a ojos de Hassan II un asunto menor, pero que podría verse complicado si no se llegaba en el tema que importaba a un acuerdo. Surgirían, advertía, presiones en la opinión pública, y “a un rey le es difícil contradecir cierto tipo de exigencias. Volveremos a poner sobre el tapete Ceuta, Melilla, todo. ¿Qué podré yo hacer? España se enfadará, Marruecos se enfadará también, nos enfadaremos todos, acabaremos considerando que para alimentar unas relaciones vacías de sentido no vale la pena tener embajadores importantes en Madrid y en Rabat, caeremos en un punto muerto. Viviremos de espaldas los unos respecto de los otros. Malo para ustedes. Malo para nosotros. Un enorme fracaso. ¿Quién se aprovechará de ello? Las fuerzas de la inestabilidad, que no pierden oportunidad de prosperar”.

Visto con la distancia, esta declaración era premonitoria. Pero lo que Marruecos no ha calculado en la coyuntura actual es que con esta “marcha de los menores” hacia Ceuta se está alentando a las fuerzas de la inestabilidad, pues una de las mayores preocupaciones de la Casa Real marroquí en las relaciones con España es el auge de la extrema derecha, según confesión de un consejero real cuando las elecciones andaluzas evidenciaron el problema.

La vista gorda demostrada por las autoridades marroquíes en el momento actual es jugar con un fuego que puede estallar en los dos lados de la frontera, pues al otro lado está el polvorín provocado por las consecuencias del unilateral y ya prolongado cierre del tráfico de mercancías sobre la ciudad vecina de Fnideq, la antigua Castillejos, que ha privado de medio de subsistencia a decenas de millares de marroquíes. Pero es una técnica, la del chantaje con la amenaza migratoria, bien rodada por parte de nuestro vecino.

Ciertamente España le brindó en bandeja a Marruecos el pretexto que buscaba para una indignación “justificada”: acoger al líder del Frente Polisario por razones humanitarias y sin advertencia previa, en un momento de tensión en que Marruecos presionaba con fuerza para que más países se sumasen al reconocimiento por Donald Trump de la marroquinidad del Sáhara Occidental. Máxime después de la advertencia del corte de relaciones con Alemania por mostrarse disconforme en el Consejo de Seguridad con la medida. ¿Podría haber actuado España de otro modo, negándose a la solicitud argelina de acoger al dirigente saharaui en un hospital español? Alemania, que había acogido largos meses al presidente argelino para tratarlo de covid-19, escurrió el bulto cuando se trató del dirigente saharaui, para no echar más leña al fuego. Pero para España, con su historial en el tema del Sáhara y con una opinión pública tan sensibilizada por la causa saharaui, era más difícil una actitud similar, pero podría, tal vez, haberlo desviado hacia otro país menos vulnerable a las iras de Marruecos que España. Unas horas de viaje medicalizado más y Brahim Ghali hubiera terminado recalando en Venezuela o Cuba. No era el primer dirigente polisario tratado en hospitales españoles. En 2018 Ahmed Bujari, representante ante Naciones Unidas del Frente, falleció en el hospital de Cruces de Barakaldo donde era tratado de un cáncer.

También España podría haber tenido el coraje de haberlo aclarado abiertamente con Marruecos dejando claro que, al fin y al cabo, se trata del representante de “la otra parte” que la ONU reconoce como interlocutor de Marruecos en las obligadas negociaciones que deberían, algún día, resolver la cuestión.

Pero ahí Marruecos tenía el toro por los cuernos para rematar la jugada de su “afectada” indignación. Gali debe dar cuentas ante la justicia española por unas causas, reales o fingidas, que Marruecos en su día se encargó de montar con una técnica bien ensayada por sus servicios para deslegitimar a sus disidentes.

En medio de todo este lío Marruecos desboca el fantasma de la emigración sin calcular los destrozos a ambos lados de la frontera, a sabiendas de que no logrará su objetivo de sumar a España a la irreflexiva decisión de Trump, que viola las directrices de Naciones Unidas que obligan a un acuerdo entre las partes para resolver de una vez la cuestión.

Bernabé López García es profesor honorario de Historia del Mundo Árabe Contemporáneo en la UAM.

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