Juguetes, juegos y regalos para niños

En Navidad, los niños demandan al Olentzero, a Santa Claus o a los omnipotentes Reyes Magos los juguetes que anhelan desde hace tiempo, y que se supone que van a colmar sus sueños y les van a proporcionar un tiempo de felicidad. Los papás se apresuran a entregar (al Olentzero, a sus Majestades) estas cartas selladas por la ilusión y a veces sueñan también con esos juguetes mágicos que les hacen revivir su propia infancia.

En esta época navideña, la publicidad omnipresente en algunos medios de comunicación provoca en adultos y niños un consumismo compulsivo que nos lleva a pensar que el objeto de la necesidad nos va a facilitar la satisfacción. Pero los padres en realidad saben que esto nunca es así y que es importante no responder del todo a la demanda del pequeño y explicarle, de acuerdo a su edad y a su particularidad, las razones que puede tener el Olen-tzero para la elección de determinados juegos.

Algunos adultos tienen un grato recuerdo de los regalos del Olentzero, ya que fueron fieles compañeros de sus penas, alegrías, de sus primeros descubrimientos y de momentos de bienestar. Sin embargo, otras personas recuerdan que tenían 'tantos' juguetes, que es que como si no hubieran tenido 'nada'. Estos últimos terminaban por el pasillo de su casa resoplando con ansiedad un matasuegras y cantando 'alirón, alirón que el Athletic es campeón'. En este tipo de situaciones, parece más bien que el juguete no ha servido para cumplir ninguna de sus funciones. Y ¿cuáles son?

Los juguetes tienen que reunir unos requisitos básicos como cumplir las normas de seguridad, adecuarse a la edad del niño y no ser violentos, ni sexistas. Pero más allá de estas condiciones, los juguetes cumplen la función de desarrollar la inteligencia, la identidad, la afectividad, la creatividad, y la sociabilidad.

Algunos juegos (puzzles, dominós, juegos de estrategias) favorecen el desarrollo de la inteligencia, porque el niño cuando interactúa con el juguete tiene que pensar, investigar, y construir diferentes estrategias que creen un conflicto cognitivo entre sus ideas previas y las nuevas alternativas que va imaginando para encontrar la solución. Es por esta razón por lo que algunos juguetes muy elaborados y complejos para la estructura mental del niño (juguetes de laboratorios sofisticados o construcciones de ingeniería) generan desmotivación y terminan en un rincón de su habitación. Entonces, los pequeños, haciendo gala de su creatividad, se van a la cocina, cogen una cazuela, una espumadera, una cuchara de madera y nos deleitan con originales composiciones musicales o bien se les escucha cómo fabulan historias, o se observa cómo construyen escenarios con las cajas de esos sofisticados juguetes.

Desde otra perspectiva, los juegos que se realizan en grupo (juegos de mesa, de construcción) cumplen entre otras funciones la de favorecer el vínculo social, ya que los niños aprenden a construir normas, a compartir, a perder, a ganar y a respetar el turno del otro. Los juegos de simulación y representación (con escenarios de teatro, marionetas), facilitan la comunicación, la empatía, la introspección y permiten autorregular las emociones, ya que el niño tiene que adaptarse a un personaje y a un guión.

Además, el juego tiene una vertiente eminentemente reparadora y terapéutica, ya que posibilita al niño reproducir activamente determinadas vivencias que en la vida diaria no ha podido comprender ni asimilar. Por esta razón hay niños que repiten durante mucho tiempo el mismo juego (en torno a una escena familiar, escolar, un conflicto entre iguales), ya que esto les permite elaborar, recordar y nombrar aquello que en un momento determinado les impactó y les dejó desprovistos de respuesta ante un acontecimiento.

También hay adultos que no olvidan nunca determinados juegos de infancia, en los que descubrieron por primera vez un determinado goce, que aún hoy reproducen en sus momentos lúdicos, tratando de reencontrar la diversión o momentos de plenitud, en los que parece que se vuelve a encadenar ese eslabón que media entre la realidad y el mundo onírico. Precisamente, uno de los regalos que la gran mayoría de los adultos recuerdan de manera especial (ya que restablece el nexo de unión entre la realidad y la fantasía), es ese primer cuento que les brindó la posibilidad de entrar en un mundo mágico y crear un espacio simbólico en el que dar forma a sus deseos más íntimos. En los cuentos los niños aprenden a través de diferentes personajes (el lobo, la bruja, la madrastra, el héroe, el hada) que se pueden superar las dificultades que aparecen en la vida, desarrollando recursos y habilidades para conseguir en parte lo que uno quiere.

Los cuentos (cuentos mínimos, seriados, de animales, de hadas, de astucia, de humor), producen una identificación con los personajes (en la narrativa), una catarsis de los sentimientos (en el drama) y una modificación de la conducta (en la sátira). Así es que no hay nada mejor para esta época navideña como regalar un cuento o un libro, ya que la lectura favorece, entre otras cosas, el desarrollo de la lógica infantil, la adquisición de vocabulario, el desarrollo de la fantasía, el aprendizaje de valores y el razonamiento crítico.

Pero, para favorecer el desarrollo del razonamiento crítico y la comprensión lectora (el Informe PISA ha detectado un deterioro en la comprensión) es conveniente que el adulto interactúe con el niño (a modo de preguntas que susciten la reflexión, conversaciones) para estimular su mente, que se asemeja a la de un 'pequeño investigador', y así poder transmitir el deseo de saber, que es un deseo que no tiene fecha de caducidad.

Araceli Medrano