Juncker y el dividendo de la crisis

La evasión fiscal ha sido una política deliberada del gobierno de Luxemburgo, que siempre la ha justificado diciendo que no era su cometido actuar como un inspector fiscal de países extranjeros”, declaraba al New York Times Egide Thein, exdirector del oficial Luxembourg Economic Development Bureau. Y el ejecutor de esa política durante las dos últimas décadas, Jean-Claude Juncker, ha sido elegido hace muy poco presidente del Ejecutivo de la UE, la Comisión Europea.

Luxemburgo es un país de cuento, en más de una de las varias acepciones del término. Bonito, cuidado, salpicado de delicados palacetes, con una población de poco más de 500.000 personas y que encabeza el ranking mundial en riqueza económica per cápita. De hecho, mientras la crisis golpeaba con fuerza a muchos de los países de la eurozona, el Gran Ducado mantuvo su velocidad de crucero sin apenas problemas.

La fuente de ese bienestar de récord es conocida, Luxemburgo, y esta es la segunda acepción del término empleado más arriba, ha sido hasta ahora un paraíso fiscal de facto, un cuento para inocentes con una trastienda de vergüenza. Un refugio fiscal no declarado ni clasificado como tal por la Unión Europea, sin que se sepa bien por qué, En él operan más de 130 bancos con depósitos de unos 300.000 millones de euros y donde una miríada de grandes empresas establecen sedes de conveniencia para justificar el pago en el país de unos impuestos irrisorios para no hacerlo, por un importe mucho mayor, donde se generan. Luxemburgo es una plaza imprescindible en el circuito internacional de la elusión fiscal sin el que la ingeniería desarrollada durante los años de la globalización tendría varias tallas menos.

El papel de Juncker, sin embargo, no se ha limitado a saltar desde el sillón de primer ministro ingeniero fiscal de Luxemburgo al de presidente de la Comisión. Desde el 2005 fue presidente del Eurogrupo, un organismo que reúne a los ministros de Economía de la eurozona, además del presidente del BCE y al Comisario de asuntos económicos. Es el vehículo a través del que la UE aplica sus políticas económicas en el conjunto de la eurozona.

Bien. Juncker fue pues el encargado de exigir a los países del sur de la eurozona la ejecución de las durísimas políticas de ajuste, los recortes, diseñadas al irrumpir la crisis del euro. Los ciudadanos de países como Grecia, Portugal y España, principalmente, saben lo que eso significa. ¿Recuerdan el célebre estrangulamiento de Juncker a Luis de Guindos, el ministro español de Economía, en un momento en el que el Gobierno de Mariano Rajoy se hacía el remolón en la fijación del objetivo de déficit público o en el diseño de la reforma laboral?.

La crisis del euro, y en ningún caso es más cierto que en el español, se manifestó como un hundimiento de las finanzas públicas. La caída de los ingresos procedentes de los impuestos a la actividad inmobiliaria disparó los déficit públicos, pues los gastos crecieron como consecuencia del aumento de las prestaciones sociales. En plena crisis, Hacienda veía caer la recaudación mientras los capitales huían del país buscando refugio y plataformas de inversión. Entre ellas, Luxemburgo, desde donde parte de ese dinero volvía para comprar deuda pública con rendimientos de vértigo. Intereses en un lado, padecimientos en el otro. Eran los días de la prima de riesgo subiendo hasta el cielo.

El mismo hombre que orquestaba la buena marcha de esos planes de austeridad, ahora tan unánimemente criticados, era el jefe de la hacienda del Gran Ducado que negociaba en secreto acuerdos que vistos con ojos fríos abrían la puerta a que las grandes multinacionales tuvieran todas las facilidades para no pagar en los países más agobiados. Un dividendo de la crisis repartido entre Juncker y los evasores fiscales.

No era secreto, en cambio, que la proximidad política, y geográfica a poderosos vecinos como Alemania permitió a Luxemburgo mantener su secreto bancario y sus prácticas fiscales hasta ahora. Lo mismo ha ocurrido con el nombramiento de Juncker para dirigir la Comisión. La poderosa canciller alemana, Angela Merkel, ha sido la principal cabalgadura sobre la que Juncker se ha aupado hasta su actual posición.

No es extraño pues que ahora la flamante Comisión se enfrente a una enorme crisis de credibilidad. La primera reacción en Bruselas ha sido defensiva, escudándose en una investigación que en el mejor de los casos durará años. Más munición para los críticos de un modelo europeo alejado de los ciudadanos y una moneda única que está incubando una nueva mutación de su crisis que amenaza con recaída económica.

El sistema de partidos políticos en España ha quedado seriamente averiado como consecuencia de la respuesta que han dado a la gravísima crisis económica. Lo mismo puede acabar ocurriendo con el proyecto europeo a poco que se opte por mantener a personajes como el discutido Juncker.

Manel Pérez

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