Juntos se puede salir de Afganistán

“Acogiendo con beneplácito la decisión adoptada por la Federación de Rusia y EEUU de celebrar negociaciones con miras a concretar un nuevo acuerdo global jurídicamente vinculante para sustituir al tratado sobre reducción y limitaciones de las armas estratégicas ofensivas, que vence en diciembre del 2009». En medio de la habitual maraña de gerundios que se emplea en la redacción de las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas –reafirmando, recordando, resolviendo, etcétera–, aparece este importantísimo «acogiendo con beneplácito» en la resolución 1887 aprobada por este organismo el 24 de septiembre. Fue el último consejo celebrado con el formato jefes de Estado-jefes de Gobierno, sistema que se había iniciado en 1992, repetido en el 2000, el 2005 y hace dos años. Es decir, estaban presentes y firmaron el acuerdo los presidentes ruso, Dmitri Medvédev, y norteamericano, Barack Obama.

La traducción puede no ser afortunada, pero el contenido es esencial, incluso en el detalle de citar a Rusia antes que a EEUU. Las seis páginas de contenido de la resolución y los discursos de los mandatarios dan para una profunda reflexión que abarca tres frentes.
En el primero se lanza un claro mensaje a los países que hacen de las «armas estratégicas ofensivas» de porte nuclear un claro desafío a la paz mundial. No se cita en el documento ni a Irán ni a Corea del Norte, pero ambos se dieron por aludidos y lo manifestaron no solo en los discursos oficiales, sino que gesticularon inmediatamente con la suave apariencia de «maniobras rutinarias». Cuatro días después, el 28 de septiembre, Teherán difundía una nota oficial acompañada de imágenes del despegue de un misil Ghadr 1, versión mejorada del Shahab 3, y del lanzamiento de un Seyil 2 de dos etapas que usa combustible sólido, con un alcance de 1.800 kilómetros. No son misiles de largo alcance, pero suficientes para llegar a Israel y a las bases norteamericanas situadas en el Golfo y en Europa, y para inquietar a Bruselas y a muchas cancillerías.
El segundo frente lo constituye la nueva política Obama de reconocer y apoyar el papel de la ONU en el mantenimiento del orden mundial. La organización, que ha pasado por momentos extremadamente bajos, necesitaba el apoyo político, y económico, de EEUU, que ahora Obama le ofrece. Sin paz interior, sin respaldo político, difícilmente la ONU emprenderá las reformas necesarias, el aggiornamento de su Carta y de los instrumentos que la desarrollan, ante los diferentes –y difíciles– momentos que vivimos, alejados de aquellos que marcaron el fin de la segunda guerra mundial.
Hay un tercer punto esencial. Medvédev lanzó en su discurso una llamada al esfuerzo común, a compartir el peso de las decisiones, llegando a citar la frase «objetivos compartidos» que encaja con la de Obama, «juntos podemos». Uno de los objetivos comunes es Afganistán.
Rusia conoce bien el problema de Obama. Salió de aquella región hace ahora 20 años –enero de 1989–, por la puerta trasera y humillada. Los tiempos han cambiado, pero nadie puede asegurar hoy una victoria fácil de las fuerzas coligadas que sostienen el orden y la gobernabilidad en aquel país centroasiático. Rusia sigue teniendo ascendiente sobre las 14 repúblicas escindidas en 1991 tras la disolución de la URSS. Algunas de ellas ocupan posiciones estratégicas esenciales, son zonas de paso o puntos de apoyo imprescindibles sobre los que proyectar fuerzas o montar seguras redes de inteligencia. No se puede contar para ello con las limítrofes áreas de Pakistán.
En resumen , si se quiere salir de Afganistán habiendo cumplido mínimamente los objetivos marcados por la comunidad internacional, si se pretende evitar sacrificios, esfuerzos y riesgos de los contingentes militares establecidos en la zona, el apoyo de Moscú es fundamental. Entiendo que la nueva Administración de EEUU lo ha comprendido perfectamente, como lo ha entendido Bruselas –Solana–, consciente del papel que Europa se juega en este acercamiento.

De ahí la importancia de la resolución y del párrafo sobre dos grandes potencias. Por supuesto, es bueno considerar a Rusia como gran potencia. Europa no debe sentirse celosa; es más, debe contribuir a este acercamiento. Sus sociedades –sus estados de opinión pública– son mucho más sensibles a los riesgos que encierra Afganistán que las sociedades norteamericana y rusa. Si con este acercamiento se potencia el papel de la ONU y la base jurídica que conllevan sus resoluciones, se logrará una opinión pública más corresponsable, algo que no ocurrió con Irak.
Con una ONU fuerte, el control del armamento nuclear es más posible y el papel del Organismo Internacional de la Energía Atómica, política y técnicamente más respaldado y, por tanto, más eficaz.
Con este espíritu, abordar los problemas de Oriente Medio, de Africa o de cualquier punto será más asumible, incluso mejorando los sistemas preventivos o de alerta temprana, que son la asignatura pendiente de la comunidad internacional. Si al «juntos podemos» de Obama unimos la lectura positiva del «compartimos objetivos» de Medvédev, algo se mueve para bien en nuestro difícil mundo. ¡Bienvenida sea la resolución 1887!

Luis Alejandre, General. Miembro de AEME.