¿Justicia o 'garzonada'?

Empezaré por los argumentos estomacales, los más sencillos de plantear, no en vano no arraigan en la reflexión serena, sino que habitan en las tierras movedizas de las vísceras. Allí, toda emoción tiene quien la llore, toda rabia tiene quien la chille, y toda idea tiene quien la silencie. Desde esa perspectiva, la decisión del juez Baltasar Garzón representa un bálsamo para las entrañas, no en vano libera a los demonios que llevábamos dentro desde hacía décadas. ¿Quién, a pesar de los pactos de la transición, de la voluntad de mirar hacia delante, de las renuncias que la libertad exigió, quién no desearía un ratito de justicia severa, con los grandes franquistas sentados en el banquillo, pagando por sus crueles culpas? En los sueños de la ira, los culpables de las ejecuciones de miles de personas se las ven finalmente con la justicia, despojados de toda impunidad. Fueron miles de asesinados, desaparecidos, tirados en las cunetas del odio, condenados a morir por haber sido vencidos. Solo en el Camp de la Bota, el historiador Joan Corbalán ha contado 1.717 ejecutados, cuyos cuerpos eran sepultados en cualquier fosa común. En mi familia, el nombre de Carles Rahola, que tuvo el trágico "honor" de haber sido uno de los primeros en recibir el "enterado" de Franco confirmando su condena a muerte - ejecutada el 15 de marzo del 39-, su nombre, decía, se pronunciaba a media voz. Recuerdo que el relato de su asesinato conformó uno de mis primeros sentimientos de rabia, compromiso y sentido de justicia. De alguna forma, me educó sentimentalmente. Sin embargo, había tantos Carles Rahola en el seno de miles de familias vencidas, calladas, replegadas en su dolor y en su miedo, que recordar lo propio sólo tiene el valor de lo conocido. La maldad del franquismo se mostró en su forma más descarnada y cruenta en esos primeros años de asesinatos sin otro fin que la vendetta,la venganza y el odio.

Matar impunemente al vencido era la forma de instaurar el miedo en el comedor de casa, convertido cualquier ser anónimo en objetivo posible de la fatídica denuncia. Fue un régimen malvado y asesino y, como tal, no tengo ninguna duda de que es culpable del delito de crimen contra la humanidad. Por tanto, bienvenido Garzón y su gusto por protagonizar la versión española del Justiciero.

Bienvenido…, o no. Y es aquí donde mi artículo se vuelve difícil y, quizás, delicado. Con la convicción, pues, de que la transición política se basó en la impunidad de los culpables y en el olvido de las víctimas, y con la convicción añadida de que ello implicó una banalización de la dictadura, no estoy convencida de que Baltasar Garzón esté haciendo lo correcto. Primero, porque su iniciativa es el final del espíritu de la transición política y, como tal, implica que un hombre solo, desde su silla de juez, protagonice lo que no ha querido protagonizar una sociedad entera. Es decir, si los partidos políticos, sus seguidores y votantes, los parlamentos y el global social no han querido juzgar a la dictadura, ¿debe hacerlo un juez que se otorga ese privilegio? Y no valoro, en este caso, si la transición fue buena o mala, pero fue, y ese es el espíritu bajo el cual conformamos la sociedad actual. Si hay que revisar la naturaleza intrínseca de la transición política - que se fundamentó en un acuerdo de impunidad de los culpables de la dictadura-, ¿tiene que hacerse porque un juez quiere ganar el Nobel? ¿O porque se considera un Llanero Solitario de la justicia, incluso por encima de la propia sociedad donde la imparte? Tengo mis serias dudas de que el proceso al franquismo sea cosa de un hombre sólo, situado por encima de las contingencias de su propia sociedad. Además, según aseguran la mayoría de los expertos, el proceso iniciado presenta incoherencias legales muy considerables, y al durísimo auto del fiscal me remito. Si, como ha ocurrido en otras ocasiones, la instrucción de Garzón no es todo lo correcta deseable, podríamos estar ante una gran burbuja de expectativas, que se pincharía con la primera aguja legal no prevista. Lo digo porque Garzón está jugando con material muy sensible, desde la memoria de las víctimas hasta los sentimientos de los familiares, pasando por un proceso a todo un régimen cuyo capítulo histórico habíamos decidido cerrar. Si falla, no sólo añadirá un error más a otros de su biografía. Sobre todo fallará ante la esperanza de mucha gente. Y la decepción de un proceso fallido de esta naturaleza es indiscutiblemente trágica.Concluyo con la convicción, como aseveró Joan Culla, de que el juicio a la historia lo tienen que hacer los historiadores. Sin embargo, también creo que las culpas penales de los que mataron a seres humanos, con la impunidad de la fuerza de un régimen dictatorial, no tendrían que quedar impunes. Sin embargo, así lo decidimos, y así fundamentamos, para bien o para mal, el sistema de libertades actual. ¿Nos equivocamos? Probablemente. Pero la enmienda a ese error tendría que haber venido del ámbito parlamentario y social, y no de la vocación justiciera de un Llanero Solitario. Una vocación que, encima, puede  quedar en nada.

Pilar Rahola