Keynes en Pekín

La magia de las cifras redondas nos recuerda que han pasado 20 años desde que en Tiananmen se acabó la primavera de Pekín. Hemos republicado la imagen icónica de ese hombre parando una columna de tanques, pero desde entonces China ha generado un tercio del crecimiento mundial y se ha convertido en el segundo país exportador detrás de Alemania. Y lo que nos preocupa hoy no es tanto la democracia en China, sino su capacidad de contribuir a resolver la crisis y corregir los grandes desequilibrios económicos mundiales.

Esta es una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Antes de la crisis, en una conferencia en Pekín, dije que el futuro del capitalismo dependía de las decisiones del PC chino, que es quien, en la práctica, decidía la paridad del dólar. Hoy eso es aún más cierto porque el crecimiento no podrá basarse, como hasta ahora, en el endeudamiento sin fin del consumidor americano financiado por el exceso de ahorro de China.

Para evitar la depresión, los países occidentales han sustituido el endeudamiento privado por el público llevando a cabo grandes planes de relanzamiento. Pero en los próximos años ese necesario endeudamiento será un lastre que habrá que arrastrar. Y ello contribuirá a desplazar el centro de la economía mundial hacia los países emergentes. Y eso será bueno para todos si se hace cambiando el modelo de desarrollo chino, impulsando su mercado interior.

Keynes también ha pasado por Pekín, y China también ha lanzado un gran plan de estímulo económico, el mayor del mundo en términos de PIB. Pero se lo puede permitir mejor que nadie porque tiene un estable superávit público y su endeudamiento es muy bajo, menos del 20% (cuando EEUU se dirige al 100%). Su moneda está blindada por unas enormes reservas de divisas (el 25% del total mundial). No es vulnerable a la caída de las materias primas, más bien le favorece como importadora que es, ni al credit crunch, porque la financiación de su economía no depende del exterior.

Por eso, al principio se pensaba que podría resistir al efecto recesivo de la crisis y amortiguar su impacto global. Pero la ilusión ha durado poco y su punto débil, la excesiva dependencia de las exportaciones y los excesos de capacidad en algunos sectores, ha hecho que su PIB cayera por debajo del 9%-8 % necesario para mantener el empleo y se acerque peligrosamente al 6%-5%, un aterrizaje brutal que aumentaría las ya graves tensiones sociales.

Qué lejos queda la pasada primavera, cuando se temía el recalentamiento de la economía china, con un crecimiento cercano al 13% y una inflación del 8%. Hay que recordar que en julio pasado el BCE todavía subió un cuartillo el tipo de interés porque veía venir esas tensiones inflacionistas… Desde entonces lo ha tenido que bajar a toda velocidad hasta el 1%.

En Pekín también tomaron importantes medidas de enfriamiento de la demanda interior reduciendo el crédito, aumentando los tipos de interés y dejando apreciar el yuan frente al dólar. Por eso, cuando el pasado otoño explotó la crisis mundial, la economía china ya se estaba ralentizando y a ello se sumó de golpe la caída de las exportaciones. El resultado, una llamarada de paro con 20 millones de emigrantes rurales obligados a volver a sus campos, un sufrimiento humano que no tiene, como en Europa, un Estado social que sirva de parachoques.

Y en un país donde el crecimiento asegura la paz social y el mínimo de legitimidad del régimen, el Gobierno tenía que ser más reactivo y jugar la carta keynesiana con rapidez e intensidad. La mayor parte de ese plan se dedica, como es ya clásico en este tipo de políticas, a las infraestructuras y a favorecer la competitividad de las exportaciones chinas. Pero quien también debería visitar Pekín es Beveridge, el inventor de la seguridad social estilo europeo, porque sin un relanzamiento del consumo de las familias, el modelo de crecimiento seguirá siendo desequilibrado.

El consumo de los chinos ha caído del 46% del PIB en el 2000 al 36% en el 2007, mientras que la inversión llega al 45%. Pero para impulsar el consumo privado hay, entre otras cosas, que crear un sistema de protección social. La fuerte propensión al ahorro es debida a la inexistencia de sistemas de seguro frente a la enfermedad, la vejez y el desempleo. La educación está financiada por los gobiernos locales y los más pobres no pueden hacer efectiva su teórica gratuidad. Más de la mitad de los urbanos y la gran mayoría de los rurales no pueden pagar al médico. El subsidio de paro es raquítico, y su aplicación, muy restringida. Las familias ahorran más del tercio de su renta para cubrirse de los riesgos de la vida y dar la mejor educación posible a su único hijo, con el que cuentan para la vejez.

Sin un sistema de protección social, el exceso de ahorro no dejará otra salida que un hipotético aumento de las exportaciones. Pero así China no contribuiría a la salida de la crisis, sino que iría a remolque de ella. Por eso es tan buena noticia que en Pekín se esté pensando en crear un sistema universal de salud de aquí al 2020 con inversiones masivas que cambiarían la estructura del plan de relanzamiento. Si Keynes y Beveridge pasan juntos por Pekín, saldremos más deprisa y mejor de la crisis.

Josep Borrell, presidente de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo.