Kofi Annan, ante su cita con la Historia

¿Cómo juzgará la historia a Kofi Annan? El secretario general de la ONU -que cesa mañana en su cargo- ya se despidió hace unos días con un discurso de buscada resonancia en la Biblioteca Truman de Missouri. En él criticaba diversos aspectos de la política exterior estadounidense como su unilateralismo y su descuido de los derechos humanos.

Una parte de los medios de información de Estados Unidos han aprovechado la ocasión para caricaturizar a Annan acusándole de utilizar como coartada la política de Bush para encubrir sus fallos personales y los de su Organización. ¿Qué hay del escándalo Petróleo por alimentos, de la total inoperancia de la ONU en numerosos temas, de su patético balance de la defensa de los derechos humanos, etcétera?, se preguntan sus detractores.

Las recriminaciones a Annan son abundantes en la derecha estadounidense y en un sector del Congreso. Un impulsivo legislador cuando Annan hizo un meritorio viaje pacificador a Irak comentó de un modo racista que al secretario general «habría que azotarlo como a un mulo». Sin embargo, estos comentarios se tornan en ditirambos en una franja nutrida de los comentaristas europeos que elogian la estatura moral y las dotes diplomáticas del ghanés.

Sus comentarios marcando distancias de Estados Unidos, algo que Annan -elegido con el apoyo decidido de Washington, que había inmisericordemente descabalgado a su predecesor- estaba, para algunos, obligado a hacer si quería ganar credibilidad, han reforzado su respeto en el mundo. Han resultado insuficientes, no obstante, para que deje la ONU con una ovación cerrada. Un sector del Tercer Mundo muestra reticencias. En ciertas zonas de Africa, su continente, se le reprocha pasividad en la hecatombe de Ruanda acontecida cuando él era jefe de las operaciones de la paz de la ONU. En otras, sobre todo en el mundo árabe, en general se le cuestiona por las razones contrarias a las de sus censores yanquis. Se dice que Annan habría criticado demasiado tarde a Estados Unidos o mostrado sólo una tibia oposición al ataque en Irak cuando se produjo (A. Chabane en La Tribune de Argelia) o incluso que ha sido «un hombre más leal al puesto que a la verdad» (Al Watan, Qatar).

Estos censores de Annan simplifican un tanto. Olvidan que, independientemente de los avisos con sordina o ruidosos sobre la catástrofe de Ruanda, las naciones del Consejo de Seguridad no podían ignorar lo que estaba ocurriendo y, por razones diversas, prefirieron no actuar. De modo similar, no tienen en cuenta que la crítica abierta y directa o el enfrentamiento con alguno de los omnipotentes miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU pueden convertir al secretario general en una figura decorativa como muestra la experiencia. En cuanto a los sulfurados con la alocución en Missouri, olvidan que Annan lógicamente es humano y es un político y ha tratado dorar su imagen de estadista ante su inminente retiro. En aquella intervención, no hacía sino repetir ideas aceptadas: cuando Estados Unidos, dijo, abandona sus ideales y principios, sus amigos en el extranjero están lógicamente preocupados y confusos, para terminar con una cita del propio Truman: «Todos tenemos que reconocer, que independientemente de nuestro poder, tenemos que negarnos la facultad de hacer lo que nos apetece».

Kofi Annan nació en Ghana en una familia acomodada y estudió en una Universidad estadounidense. Es el único de las secretarios generales que se han sucedido desde 1946 que se ha formado en el seno de la organización. Sus predecesores eran brillantes, o tal vez opacos, diplomáticos en sus respectivos países, escogidos en alguna ocasión de acuerdo con la regla del mínimo común denominador o, más propiamente hablando, a la del que levante menos ampollas. Es sabido que la Asamblea General que realiza la elección definitiva recibe un plato con el nombre del elegido cocinado por el Consejo de Seguridad en el que cualquiera de los cinco permanentes puede vetar al candidato que no le agrade.

Trigve Lie, el noruego debutante en 1946, acortó su segundo mandato porque los soviéticos lo habían pronunciado difunto por haber apoyado, aun con el voto masivo de la Asamblea, la Guerra de Corea. En cuanto al egipcio Boutros Ghali, fue barrido de la mesa cuando tenia todos los votos imaginables para su reelección.

La señora Albright, estadounidense, dijo : «Va a ser que no». Mutis de Ghali.

Por ese poder ilimitado de los cinco grandes, los aspirantes hasta la fecha tenían que saber francés o pretender que lo sabían. Francia podría hacer mohines en caso contrario y la candidatura peligraba. El sucesor de Annan, un coreano, parece tener un conocimiento del francés renqueante. Hasta en esto cambian los tiempos.

Al caer Ghali, un africano, en la reelección se imponía, en principio, otro de ese continente y le llego el turno a Annan, persona bien preparada, muy conocedora de la organización en la que había desempeñado diferentes puestos desde que entró en ella, en la sede ginebrina, como contable. Cuando perece Ghali, es jefe de Operaciones de Paz. Para algunos existe el lunar de Ruanda, pero Annan, razonable, dialogante, entrador, se había mostrado más decidido que su jefe Ghali en la intervención de la ONU, que eventualmente realizaría la OTAN en la antigua Yugoslavia, lo que debió ganarle ipso facto el apoyo ciertamente de Estados Unidos sin granjearlela animadversión de Rusia.

Se ha dicho, con frecuencia, que el segundo mandato de un secretario general tiene un inevitable maleficio que afecta a sus actividades y su reputación. Ésta es la tesis del reciente libro de James Traub sobre la ONU. Annan en la era del poder de Estados Unidos. Según el autor, en los primeros tres años de Annan (1997-2000), el mundo era un lugar relativamente tranquilo. Llegaría mas tarde el ataque del 11 de Septiembre con un Presidente republicano de inclinaciones unilateralistas en el poder. Vino Afganistán, Irak, etcétera. Annan habría tenido muy buena suerte en su inicial período y muy mala en su segundo.

La intervención en Irak, admite el propio Annan ahora, sería el peor momento de su reinado. Habiendo ganado en 2001 el Nobel de la paz por haber evitado la guerra en Irak y por devolver a la ONU un papel relevante en el mundo, el secretario general, si uno cree a Traub, sufrió un shock, anduvo meses sonado y hasta perdió la voz. Es cierto que las fechas siguientes a la intervención estadounidense en Irak vieron la caída en picado del prestigio de la organización. Para la opinión pública estadounidense, decididamente partidaria de la acción en esos momentos, la ONU creaba problemas a la correcta intervención de Bush. Para muchos otros, por el contrario, la organización revelaba su impotencia para detener al Imperio.

¿Cuál es el balance de Kofi Annan? Creo que será claramente bien recordado. Annan parece haber sido un mediocre gestor. Su sucesor, el coreano Ban Ki-moon, ha manifestado en su debut que la larga noche de desconfianza entre la organización y los Estados que la componen ha durado demasiado y que predicara con el ejemplo para que la ONU recupere un alto nivel ético de comportamiento, lo que es un evidente puyazo a Annan, pero ha sido éste un competente diplomático en un puesto endiablado. Nunca se repetirá lo suficiente que el secretario general es un funcionario distinguido, que el poder en la organización recae en los gobiernos y más concretamente en los del Consejo de Seguridad, con los cinco mandones ejerciendo como tales. Las frecuentes inhibiciones, a veces bochornosas, y los fallos de la ONU deberían imputarse a estos y normalmente no al secretario general, que según la Carta no tiene las competencias ni los recursos para actuar hasta que se los conceden los miembros.

Annan ha sido un entusiasta creyente en los principios de la ONU, se ha esforzado, a la vista de lo que estaba cayendo después de Irak, en reformarla. Las divisiones o egoísmos de los miembros han abortado muchas de las reformas. En su haber tiene a mi juicio, algo trascendental, ha logrado meter en la ONU, aun por la puerta de atrás, el principio de injerencia humanitaria. En un memorable discurso en la Asamblea General después de Kosovo (Annan contestaba mediocremente pero pronunciaba excelentes intervenciones escritas), senaló a los estados que el mundo no puede permanecer pasivo ante una violación masiva de los derechos humanos. Que en ese caso no hay fronteras ni soberanía interna. Los derechos humanos priman sobre los de los estados. Los miembros de la ONU tienen así la responsabilidad de proteger a los que su propio Gobierno -en Kosovo, Darfur, etcétera...- hace peligrar o amenaza. Es éste su principal legado.

Inocencio F. Arias, ex embajador español en la ONU y autor de Confesiones de un diplomático. Del 11-S al 11-M.