Kompromat

“En España hay tres crisis. En primer lugar, la crisis económica, que iremos superando a trompicones, con recortes, esfuerzos y sacrificios mal repartidos. No habrá milagros, Europa está estancada y la tensión con Rusia nos puede complicar la vida, pero saldremos adelante. La segunda crisis es la de Catalunya, también muy difícil de resolver, pero manejable con voluntad de pacto. Creo que esa crisis también será superada, aunque ahora parezca imposible. La tercera crisis es la peor de todas: el escalofriante hundimiento de la confianza social, como consecuencia de una cadena de escándalos que no cesa. La enorme pérdida de confianza en las instituciones y en la política tardará años en repararse, si es que tiene arreglo. Esta tercera crisis condiciona el desenlace de las otras dos y constituye el más grave problema que hoy tiene España”.

Este es el diagnóstico que me transmitía este verano un prestigioso diplomático español destinado en Latinoamérica. Un hombre de calidad, con mucha experiencia. Un cualificado observador de la política internacional, ahora en un puesto de segundo nivel, dada la persistencia del “turnismo” en el servicio exterior.

Su diagnóstico me hizo recordar el comentario sobre la situación española de de otro diplomático, meses atrás. La alarmada impresión del embajador en Madrid de un relevante país de la Unión Europea. Kiev no aún había estallado, Rusia no había tomado Crimea y el referéndum en Escocia todavía parecía lejano. “Veo cada noche los telediarios españoles y estoy alarmado. Cada día ceno con noticias referidas a la malversación de dinero público, denuncias, acciones judiciales, terribles acusaciones entre los partidos… La cara oscura de España se ha convertido en sección fija. Me pregunto durante cuánto tiempo este país podrá resistir un ritmo así”, me dijo.

Anoté su reflexión en una libreta. Un cuaderno azul portugués. Sencillo, tapa dura forrada de tela azul, etiqueta ligeramente torcida y una papel blanco apto para la metafísica de Pessoa y la contabilidad de Oliveira Salazar. Un cuaderno para tiempos difíciles. “¿Cuánto tiempo puede resistir un país un ritmo así?”.

El escándalo que no cesa ha alcanzado su apogeo estos últimos meses, cuando se cumple un año del ingreso en prisión preventiva del exgerente del partido en el Gobierno. El verano vibró y de qué manera con la confesión de Jordi Pujol sobre los fondos de su familia en Andorra y con la difusión de material comprometedor sobre los negocios sospechosos de varios de sus hijos. Material sensible atribuido a la policía –que no confirma ni desmiente–, de efectos demoledores en un contexto de sospecha generalizada, independientemente de su instrucción judicial. El ‘kompromat’ ruso (‘kompromat’, contracción de la expresión ‘komprometiruishiy material’, un verdadero clásico moscovita.

La España del ‘kompromat’. Unas veces con timbre policial; otras, no. Acaba de difundirse esta semana una noticia de efectos devastadores: la lista de los 86 beneficiarios de unas tarjetas de Caja Madrid para gastos libres de control, que la entidad –salvada por el Estado de una quiebra monumental–, disfrazaba en su contabilidad oficial. Dinero negro para su grupo dirigente, mientras la mota negra de las preferentes arruinaba la vida a muchos pequeños ahorradores. El sistema se está reestructurando a gran velocidad y parece que alguien ha decidido soltar lastre. Estamos ante una verdadera Tangentópolis española, con una significativa diferencia respecto a la Italia de principios de los años noventa: por ahora no hay suicidios. Por ahora.

La lista parece salida de un manual de estrategia de Podemos: nombres excelentes de la burguesía de Estado, palco del Bernabeu, altos cargos, consejeros de prestigio, dirigentes medios del PSOE, cuadros sindicales, gente de Izquierda Unida con corbata… El inteligente triunvirato de Podemos –Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón– difícilmente podía soñar con un escenario mejor, cuando decidió dibujar una nueva bisectriz española: la casta y la gente. En los próximos meses les bastará con no cometer ningún error de bulto. Hay miles de personas con la papeleta entre los dientes esperando a que abran los colegios electorales. No aguardan milagros. Quieren castigar. Quieren pegar duro y no van a cambiar de opinión.

Esta es la gran novedad española, más allá de Catalunya. El Partido de la Ira está acelerando. ‘Kompromat’ a ‘kompromat’, ‘Castor’ a ‘Castor’ (el fallido depósito de gas que encarecerá el recibo durante años), denuncia tras denuncia, escándalo tras escándalo –la ciudad de Alicante, durante años callada, comienza a estallar–, se va dibujando un año 2015 del todo imprevisible. Catalunya parece clave, pero no todo es Catalunya.

La fronda de la ira también recorre la sociedad catalana, alimentando la ola soberanista. Incluso puede desbordarla. Los analistas electorales comienzan a preguntarse seriamente si CiU y ERC sumarían hoy 68 diputados. El porcentaje de indecisos es enorme. Las corrientes subterráneas, difíciles de detectar.

Enric Juliana

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