Kosovo: el riesgo de la autodeterminación humanitaria

El ex presidente de Finlandia Marti Ahtisari, comisionado especial de la ONU para Kosovo, presentó el 24 de enero su propuesta sobre la región al Grupo de Contacto (EE.UU., Rusia, Francia, Alemania, Italia), y, el día siguiente, al Consejo Europeo. Posteriormente, el 2 de febrero, el documento fue sometido a la consideración de las partes implicadas en el contencioso, las autoridades serbias y los independentistas kosovares. El Plan Ahtisari no es fruto de una transacción entre los serbios y los albaneses, cuyas negociaciones llevan estancadas más de medio año a causa del atrincheramiento de sus delegaciones respectivas en posiciones maximalistas: los serbios lo aceptarían todo excepto la independencia de la región; los albaneses, no se conformarían con menos de un Estado kosovar plenamente soberano. Ahtisari ha cumplido con la tarea que se le encargó y su propuesta representa la primera fase de un proceso que debería concluir, según la ONU, en el verano de 2007.

El Plan Ahtisari no contiene la palabra «independencia», pero los poderes institucionales, jurídicos y legislativos que se otorgan a los albaneses equivalen a competencias estatales. Respecto a los serbios de Kosovo, se admite el establecimiento de vínculos estrechos con Belgrado, lo que supone la gestión descentralizada de los municipios donde sean población mayoritaria, su financiación por Serbia, la autonomía de la Universidad de Sremska Mitrovica y la protección de su patrimonio cultural e histórico. Las delegaciones serbia y albanesa deben comenzar una nueva ronda de negociaciones el próximo 21 de febrero, en Viena, basándose ahora en el documento de Ahtisari. El finlandés ha declarado que su Plan asume «la necesidad de encontrar un compromiso que refleje la realidad de Kosovo». Pero, ¿cuál es la realidad a que se refiere Ahtisari? Pues la que corresponde a los deseos y expectativas de la comunidad internacional.

La Resolución 1244 de la ONU, adoptada a raíz del bombardeo de Yugoslavia por la OTAN, define el estatuto de Kosovo como una «autonomía sustancial y un alto nivel de autogobierno para el pueblo albanés», lo que supone respeto absoluto a la soberanía e integridad del territorio de Serbia. ¿Qué es lo que ha cambiado desde 1999 para que la «autonomía sustancial» se convierta en independencia? Ahtisari, como la mayoría de los políticos occidentales, considera que Kosovo ya es independiente de Serbia, toda vez que la región se halla bajo el control exclusivo de la comunidad internacional. Esta situación implica la presencia de 17.000 soldados de la OTAN en la zona, la inversión de millones de euros en la administración de la misma y cierta innegable responsabilidad en el auge del narcotráfico, la prostitución y la exportación de redes mafiosas a Europa (incluida España). Puede que los representantes de la comunidad internacional se hayan dado cuenta, sobre el terreno, de que no les va a sobrar paciencia ni dinero para articular una autonomía sustancial de Kosovo, pero es evidente que, como lo demuestra una afirmación de Lord Russell Johnston en la última reunión del Consejo Europeo -«si no ofreciéramos la independencia a Kosovo cualquier otra solución provocaría la irritación y el descontento de los albaneses»-, los políticos occidentales están siendo presionados por los kosovares, que reclaman lo que, a su juicio, se les había prometido implícitamente con el bombardeo de la OTAN: la independencia total. Sin embargo, el bombardeo fue una combinación de «guerra preventiva» -se creía que Milosevic iba a desestabilizar toda la región de los Balcanes y no sólo las antiguas repúblicas de Yugoslavia- con objetivos humanitarios más propios de una ONG: salvar a los refugiados albaneses expulsados por las tropas serbias. La guerra dio resultado no tanto en el campo militar, porque no se destruyó el ejército serbio, como en el político, al propiciar decisivamente la revuelta popular contra el régimen de Milosevic. El objetivo humanitario se logró y todos los refugiados volvieron a sus casas. Ahora, los políticos europeos temen la reacción de los grupos extremistas y no quieren un nuevo Líbano en el sur del continente. Cualquiera que sea la solución del estatuto final de Kosovo, esclarecerá retrospectivamente el sentido del bombardeo de la OTAN. Si se opta por la independencia, se interpretará que la OTAN hizo una guerra por los objetivos de los independentistas albaneses: no contra el régimen tiránico de Milosevic, sino contra Serbia. La opinión general de las elites políticas europeas de que la independencia traerá mayor estabilidad a la zona sólo tiene una lectura posible: Serbia no está en condiciones ni tiene voluntad de enfrentarse con la comunidad internacional. Tampoco desea enfrentarse de nuevo con los albaneses, tras la década de guerras que provocó el régimen de Milosevic. Por otra parte, si los serbios no aceptasen lo que el Consejo de Seguridad de la ONU estableciera como estatuto final de Kosovo, se encontrarían con el reconocimiento de independencia kosovar por parte de la mayoría de los países occidentales (como ocurrió cuando Eslovenia y Croacia se proclamaron independientes de Yugoslavia en 1992). Con la independencia de Kosovo, piensan los políticos europeos, los albaneses verían realizarse su sueño ancestral y eso contribuiría a la estabilidad de los Balcanes, consolidando así las perspectivas de ingreso en la UE de todos los países de la zona.

Con la independencia de Kosovo culminaría asimismo el proceso de balcanización emprendido hace quince años sobre las ruinas de la Yugoslavia comunista. También concluiría definitivamente el último capítulo de la Guerra Fría, en la que no fue la URSS la única derrotada (Yugoslavia, aunque no integrada en el Pacto de Varsovia, sufrió trágicamente, como país situado en una tierra de nadie entre ambos bloques, la desaparición del equilibrio del terror). Pero la consecuencia más grave de una eventual independencia ni siquiera se contempla en el documento de Ahtisari: el reconocimiento fáctico del derecho de autodeterminación en Europa. Sobra decir que la independencia de Kosovo intensificaría las reclamaciones de los nacionalismos irredentistas en otras partes del continente, sobre todo en Rusia, pero también en España.

Michael Ignatieff ha llamado la atención sobre los riesgos de convertir los derechos humanos en base de una política. A este respecto, cabe recordar que el derecho de autodeterminación no es un concepto nuevo. Fue parte esencial del plan pacificador de Woodrow Wilson que legitimó la destrucción de los imperios centrales y la aparición de nuevos Estados nacionales tras la Gran Guerra, creando de paso los desequilibrios que llevarían a la Segunda Guerra Mundial. El derecho de autodeterminación que reclaman los albaneses deriva de la misma lógica y extrae su pertinencia histórica de la desintegración de la Yugoslavia comunista. Sin embargo, hay una diferencia notable entre los planes de Wilson y Ahtisari. El primero asumía la realidad de los conflictos étnicos y de las identidades colectivas. El plan Ahtisari interpreta el derecho de autodeterminación, de modo paradójico, a partir de los derechos humanos. La paradoja estriba en que los derechos humanos atañen a los individuos y no a los pueblos. El conflicto entre serbios y albaneses por un territorio que ambos pueblos consideran el meollo de su identidad nacional ha sido interpretado desde occidente como flagrante violación de los derechos humanos de los albaneses por parte de los serbios, a pesar de que en la pasada guerra de Kosovo y en todas las guerras anteriores de la región a lo largo del siglo XX (las guerras balcánicas de 1912 y la de 1913 y las dos contiendas mundiales) unos y otros, serbios y albaneses, mostraron por igual su voluntad de dirimir sus diferencias por las armas.

Mira Milosevich, profesora e investigadora del Instituto Universitario Ortega y Gasset.