Kosovo, (in)dependiente

Unos días después de la proclamación unilateral de la independencia de Kosovo y su prematuro reconocimiento por parte de la comunidad internacional, en estas mismas páginas escribí: «El precedente que hizo la UE con la proclamación y reconocimiento es altamente contagioso, y en este sentido nos esperan tiempos interesantes». ¿Ha cambiado algo desde entonces? La comunidad internacional aún está dividida: 63 países han reconocido la independencia y 39, entre ellos España, la han rechazado. Los expertos en derecho internacional aún alertan de la peligrosidad del precedente. Los kosovares están dispuestos a defender con su sangre su independencia, y los serbios, con igual entusiasmo, la soberanía del «corazón de su Estado».

Hace unos días, el conflicto llegó hasta La Haya. Serbia comenzó el proceso ante el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ), o sea, ante la ONU, contra la «ilegal e inadmisible» proclamación de la independencia. «Desde la época de la descolonización, ningún nuevo Estado ha sido admitido en el seno de la ONU con la oposición del Estado al que pertenecía en origen», citaron los serbios. «La declaración de independencia del 2008 es irreversible no solo por el bien de Kosovo, sino también por el bien de la paz y seguridad regional», responden (y amenazan) los albanokosovares.

Menos mal que ambas partes utilizan hoy los argumentos jurídicos. Hasta ayer mismo, el vocabulario era extremadamente bélico. Y no solo el vocabulario. Permanecen frescos aún los recuerdos de las atrocidades cometidas por el régimen de Milosevic en la entonces región autónoma serbia. Pero también los crímenes perpetrados por el Ejército de Liberación de Kosovo y los ataques contra la minoría serbia que se quedó en sus casas y sus tierras.
La brecha entre ambos pueblos se remonta a los primeros pobladores de los Balcanes, los ilirios. Según la historia y la política albanesa, ellos son los únicos descendientes de los indígenas balcánicos. La historiografía política serbia es implacable: los albaneses llegaron a su tierra en el siglo XI y no tienen nada que ver con los ilirios. En Kosovo, el cisma se profundiza. Los kosovares afirman que los serbios (eslavos) les invadieron en el siglo VII, y los serbios responden que el primer albanés llegó a Kosovo en el siglo XV, en el intento del Imperio Otomano de poblar de musulmanes la cuna del cristiano y rebelde Estado serbio. Los albaneses, ya convertidos al islam, ocuparon los puestos del poder durante casi cinco siglos. Tras la caída del imperio y la liberación de Serbia, empezó la venganza de los serbios, que duró hasta la proclamación de la República Federal de Yugoslavia.
El régimen de Tito dio a los kosovares los derechos que no tuvo ninguna minoría en Europa, hasta una amplia autonomía, casi soberanía, dentro de Serbia. Los serbios callaban (la autoridad de Tito era enorme), pero lo consideraban un intento de debilitarlos. Con la muerte de Tito, los albaneses detectaron la posibilidad de comenzar el camino de la autonomía a la independencia, y los serbios, de anular la autonomía y reunificar su Estado. El choque fue inevitable. Por eso en los Balcanes la guerra empezó precisamente en Kosovo y allí acabó. El «juicio» en La Haya es su (pen)último acto. Mientras, como dice la periodista Noelia Sastre, Kosovo «come y se defiende gracias a la ayuda internacional». En la «República independiente» aún hay 14.000 soldados de la OTAN, más del doble de soldados per cápita que en Afganistán.
Los expertos estiman que el proceso en La Haya durará más de un año. Los serbios no se rendirán fácilmente. Para ellos Kosovo es más que Montserrat para los catalanes. Y los albanokosovares ya representan el 95% de la población de la nueva República y aún curan las heridas que causó Milosevic. Además, según un dicho judío, es más soportable no tener algo que tenerlo y después perderlo.
Entonces, ¿hay alguna luz al final del túnel? Alguna hay. Se detecta que Kosovo quiere demostrar que ya es un Estado establecido que respeta los derechos humanos y las leyes internacionales. Serbia, en la persona de Boris Tadic, finalmente tiene un presidente demócrata (en la medida en que se lo permite la Iglesia, la tradición y la extremista y fuerte oposición), con vocación europeísta. Y a unos y a otros les urge entrar en UE, sabiendo que sin acuerdo mutuo no será posible.

Tadic piensa que con esa entrada taparía la boca de la oposición nacionalista que le acusa de las «continuas humillaciones» de Serbia. La parte albanesa considera que con la entrada conjunta en la familia europea las disputas sobre independencia pasarían a un segundo plano. Desde fuera, la UE les parece Disneylandia. Nosotros sabemos que se equivocan. La UE no es un lugar mágico donde los problemas entre pueblos desaparecen por sí solos. Además, el precedente de Kosovo, que está en debate en el TIJ de La Haya, no afecta solo a los países europeos.
Acabo con la frase con la que concluí el artículo sobre la proclamación de la independencia de Kosovo, hace ya año y medio: «Nos esperan tiempos interesantes».

Boban Minic, periodista.