Kosovo, la guerra que no ha acabado

Por Frank C. Carlucci, Secretario de Defensa de Estados Unidos desde 1987 hasta 1989, y director emérito del Grupo Carlyle, una empresa de inversiones (EL MUNDO, 27/02/05):

No podemos decir que Washington ande escaso de prioridades políticas últimamente, pero antes de precipitarme a citar una lista de nuevas tareas para el segundo mandato del presidente Bush, me gustaría sugerir la salida de un asunto antiguo: Kosovo.

El mundo reaccionó horrorizado hace seis años cuando el régimen serbio de Slobodan Milosevic se embarcó en una operación de limpieza étnica contra los albaneses de Kosovo, forzando a 700.000 personas, casi la mitad de la población, a huir de la provincia. Los informes e imágenes de las masacres de larguísimas colas de refugiados que huían a Albania y Macedonia obligaron al mundo a actuar.La campaña aérea de la OTAN contra Serbia que sobrevino convenció a Belgrado de que abandonara su brutal asalto, y Kosovo quedó bajo la administración de Naciones Unidas.

Y así continúa hasta el día de hoy: un protectorado internacional, legalmente parte de Serbia, pero con un 90% de población albanesa étnica, que preferiría ir a la guerra que someterse al dominio de Belgrado. Los kosovares buscan un Estado independiente, y los retrasos aparentemente interminables de las conversaciones sobre el status final no hacen más que incrementar una frustración y un resentimiento profundos.

Su descontento no se limita a un asunto de orgullo por encima de la soberanía nacional; el status internacional y no establecido de Kosovo ha causado serias repercusiones para la vida diaria. Dado que está administrado por Naciones Unidas, Kosovo se encuentra en el limbo económico: no puede formar parte del sistema de transferencias bancarias internacionales, no reúne las condiciones que exigen los préstamos soberanos de los bancos de desarrollo y además atrae a pocos inversores extranjeros. Con un 70% de desempleo, la provincia se ve privada del comercio que con tanta urgencia necesita.

Tal vez lo más grave es que la incertidumbre continua crea una inseguridad cada vez más extendida entre los albaneses étnicos de Kosovo, que viven envueltos en una sensación constante de terror a regresar al mandato serbio. Se trata de una mentalidad sitiada que podría explotar en una ola de violencia en cualquier momento.

Eso es lo que ocurrió cuando el pasado mes de marzo los albaneses se sublevaron, matando al menos a 20 personas y destruyendo cientos de casas e iglesias serbias. Queda claro que la frustración no es una excusa ni justifica tal asalto, pero los acontecimientos demuestran claramente que la administración de la ONU no funciona.

Con la primavera a la vuelta de la esquina, cada vez parece más probable una actuación similar. Pero esta vez puede que sea mucho peor: los serbios de Kosovo podrían pedir a Belgrado que interviniese para protegerles, lo que tal vez signifique el regreso de una guerra abierta en los Balcanes. Bajo tales circunstancias, la misión de Naciones Unidas tendría que irse de la zona, dejando atrás los restos de la fuerza militar dirigida por la OTAN y el Servicio Policial de Kosovo para mantener el orden y la seguridad.Estas fuerzas no están preparadas para un trabajo así, y el caos sería terrible. ¿Cómo se puede evitar tal pesadilla? La única situación que tiene sentido a largo plazo es la independencia total de Kosovo, y la única pregunta sin respuesta, cómo conseguirlo.

El mejor enfoque sería que Washington y sus cinco socios del llamado Grupo de Contacto (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y Rusia) iniciaran un proceso para un acuerdo final, el Acuerdo de Kosovo (ya se propuso algo entre líneas el pasado mes por parte del Grupo de Crisis Internacional, una organización independiente de prevención de conflictos).

En primer lugar, las potencias tendrían que establecer unos plazos y ciertas reglas. El objetivo sería la independencia de la provincia completa, y las demás opciones (la partición, la unión con Albania o los restos de otros estados vecinos donde viven albaneses de distinta etnia) quedarían fuera de la mesa desde el comienzo.Dados los sucesos de marzo del año pasado, se informaría a los albaneses de Kosovo de que el ritmo del progreso hacia la independencia dependerá de su tratamiento de los serbios y de otras minorías.

El proceso de redacción del borrador comenzaría en cuanto Naciones Unidas completara su evaluación del Gobierno de Kosovo este año.A partir de ahí, los kosovares empezarían a redactar una constitución.El nuevo Estado tendría que aceptar que ciertas garantías de peso protegieran los derechos de sus minorías, incluyendo la presencia de jueces internacionales en los altos tribunales y la presencia de un control multinacional. Finalmente, una conferencia internacional y un referéndum dentro de Kosovo constituirían los pasos finales de la aprobación. Si todo sale bien, se podría haber terminado hacia mitad de 2006.

Podría resultar difícil conseguir la aprobación de este plan por parte del Consejo de Seguridad, o incluso lograr la unanimidad del citado Grupo de Contacto. Rusia se ve a sí misma como protectora de Serbia, y podría frustrar el proceso. Estados Unidos debería replicar mediante el llamamiento de todos los países de la Unión Europea que quisieran unirse formalmente a EEUU en el reconocimiento de un Estado de Kosovo independiente, y esperar a que los rusos accedan al deseo de la mayoría.

Es comprensible, teniendo en cuenta los acontecimientos de los últimos cuatro años que Kosovo se haya quedado en estado de espera. Pero la situación es demasiado tensa como para quedarse esperando eternamente.