Kosovo, una opción geoestratégica

Hace falta ser ingenuo para creer que la autodeterminación de un pequeño territorio de menos de 11.000 kilómetros cuadrados es capaz por sí sola de generar turbulencias diplomáticas internacionales de gran calado, y eso desde hace una década. También es evidente que, mientras algunas de esas potencias, fogosamente encabezadas por EEUU, parecen tener un gran interés en defender los «derechos nacionales» de un pueblo, ellas mismas evitan que ese pueblo se reintegre en su medio cultural natural, que es Albania. En efecto, no existe el «hecho diferencial kosovar», más allá de que los albaneses de Kosovo sean musulmanes. Por ello, lo natural sería que albaneses vivieran con albaneses, según la lógica de lo que es un Estado nacional. Recordemos que fue en la ciudad de Prizren, en el actual Kosovo, donde se creó la liga que, en 1878, produjo la primera chispa del moderno nacionalismo albanés.

Si huimos del ruido que hacen los poderosos 69 estados occidentales que han reconocido a Kosovo y nos sumergimos en el silencio escéptico de los 123 que no lo han hecho, entenderemos mejor algunos de los asuntos que se cocinan en el patio trasero de la pequeña república.

Estos han ido variando. Desde aquella lejana pretensión de detener la ofensiva de las fuerzas de seguridad serbias y hasta derribar a Milosevic (hoy muerto y enterrado), hemos pasado a otras motivaciones. Una de ellas es el interés de Estados Unidos en establecer una base militar en el corazón de los Balcanes, Bondsteel, de evidente utilidad cara a Oriente Medio, Europa oriental y Ucrania. Cualquiera es libre de demostrar simpatías hacia los estados-base, como Gibraltar, Panamá o lo que fue en su día Singapur. Pero eso siempre que se tenga presente que el hecho diferencial de tales fenómenos geoestratégicos posee un papel más bien secundario en su constitución.

¿Que Kosovo tiene más entidad que los ejemplos citados? Bueno, es cierto que Gibraltar cuenta con apenas 29.000 habitantes; pero los cuatro millones largos de Singapur y los tres millones y pico de Panamá dejan atrás al 1.800.000 kosovares. Y, desde luego, la parte que posee la base de Bondsteel en el PIB total de toda la joven república kosovar no es desdeñable.

Una de las imágenes más curiosas que siguieron a la declaración del Tribunal Internacional de Justicia sobre la autoproclamación de independencia de Kosovo fue la del gobernador del Banco Central de esa república, sonriente, y al parecer satisfecho de haber sido detenido por corrupción, evasión fiscal y blanqueo de divisas. Mientras tanto, el Tribunal Penal Internacional ordenaba repetir el juicio contra Ramush Haradinaj, ex primer ministro de Kosovo y antiguo líder del Ejército de Liberación kosovar durante las guerras de los Balcanes, acusado de crímenes de guerra y contra la humanidad. Estas acciones, promovidas por instancias internacionales ajenas a la Administración kosovar, son en sí mismas una demostración de los límites y la artificialidad del proceso de autodeterminación de los albaneses de Kosovo, hace más de dos años. Dicho de otra manera: ¿cómo va a ir la independencia de Kosovo en contra del derecho internacional, si precisamente han sido las (todavía) fuerzas más importantes de esa comunidad internacional las que siguen administrando el Kosovo independiente?

Ese todavía nos lleva a otro pulso que se está ventilando en torno a Kosovo y que en conjunto afecta a la estructura y las funciones de la ONU. Se trata del que se llevan entre la Asamblea General y el Consejo de Seguridad. Este, en manos de las grandes potencias vencedoras de la segunda guerra mundial. Enfrente, la Asamblea General, una alternativa mucho menos hegemonista, y cada vez más escéptica ante el discurso de los occidentales. En tal sentido, mucho hemos de temer que el fondo y la forma del sibilino dictamen del Tribunal Internacional de Justicia haya arrojado una importante piedra sobre el techado de la propia ONU.

Por lo tanto, a estas alturas y a escala internacional, el debate sobre Kosovo es básicamente geoestratégico. Eso explica que en España exista todo un pequeño lobi de periodistas, políticos y think tanks que, en conexión con los intereses estadounidenses y, más concretamente, con los del tantas veces denostado George Soros, pretendan presionar al Gobierno de Madrid para que reconozca diplomáticamente a Kosovo.

Por lo demás, la actitud del Ejecutivo está relacionada con el hecho de que los principales patrocinadores de la autoproclamación de la república esperaron a que Londres solucionara el conflicto en Irlanda del Norte, en las elecciones a la asamblea del 2007. Mientras tanto, el Gobierno de España afrontaba la ruptura de las negociaciones con ETA, en solitario y en paralelo a la campaña para el reconocimiento de Kosovo. Y conviene recordar que, a diferencia de los procesos de independencia de las repúblicas exyugoslavas, el de la provincia kosovar fue el único que se basó en la insurgencia armada desencadenada por un movimiento guerrillero.

Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea de la UAB y coordinador de Eurasian Hub.