Kosovo: una oportunidad para mirar al futuro

El 17 de febrero, al mapa de Europa se añadió un nuevo Estado, Kosovo. En otros tiempos, la creación de un Estado era una noticia excepcional, pero hoy no lo es. Han surgido tantos desde la II Guerra Mundial que ha pasado a ser algo común y corriente, con unos 200 estados en todo el mundo.

No obstante, la proclamación de independencia de Kosovo ha electrizado a Europa de una forma que ha ido mucho más allá de la trascendencia del hecho en sí mismo, una reacción que no puede explicarse exclusivamente por circunstancias políticas, religiosas o geoestratégicas. Aquí se mezcla algo más profundo de la Historia de la Humanidad.

El drama de Kosovo en 1999 puso de relieve que el afán de la Humanidad por la libertad, a la que tantos esfuerzos hemos dedicado durante los últimos tres milenios, ha adquirido finalmente una nueva expresión, la defensa de los derechos humanos. Esta lucha se está llevando a cabo en la actualidad en muchos lugares de todo el mundo, cuyo ejemplo más destacado en los últimos meses es, quizá, el del Tíbet. Se había hablado mucho de derechos humanos antes del conflicto de Kosovo, pero nunca habían llegado a ser la causa principal de una guerra. En particular, nadie se habría imaginado jamás que un Estado en el mismísimo corazón de Europa pudiera ser bombardeado a causa de los derechos humanos.

En aquel momento, Kosovo se convirtió en un fenómeno, un caso fuera del curso normal de los acontecimientos. En la Historia había quedado grabada una nueva marca: podía emprenderse una guerra no ya por intereses pragmáticos, como el petróleo, unas bases navales y el poder geopolítico, sino por principios morales.

El drama de Kosovo ha aparecido en el escenario de la Historia universal en el momento adecuado. Por supuesto, como todo nuevo fenómeno, ha originado debates, opiniones enormemente discrepantes e irritación. En cualquier caso, estas reacciones ya se habían hecho patentes varios años atrás, cuando se planteó por primera vez la cuestión de castigar a Serbia por la represión de la mayoría étnica albanesa de Kosovo en los años posteriores a la supresión de su autonomía, en 1989. Ahora bien, ¿tanto como para bombardear un Estado miembro de Naciones Unidas? ¿Especialmente por culpa de los albaneses, una nación sin mayoría cristiana, que la propaganda serbia había estigmatizado como un cuerpo extraño en Europa?

Afortunadamente, Europa, Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se atuvieron a los hechos y creyeron en las víctimas. Los albaneses no estaban luchando por la religión, ni contra la civilización cristiano-europea, sino por su libertad y sus derechos. Eran tan europeos como los demás, pero su voz apenas sí se dejaba oír al lado de la ruidosa propaganda de sus enemigos. Sin embargo, se impuso la verdad. La OTAN y Occidente dieron el paso trascendental de castigar un crimen.

Kosovo sigue siendo un fenómeno peculiar. Casi 10 años después del bombardeo de la OTAN, todavía se registran intentos de afirmar que por todos los bandos se cometieron crímenes semejantes y de crear una especie de simetría entre los verdugos y sus víctimas. Las vacilaciones a la hora de reconocer el nuevo Estado han sido una prueba de ello. Grecia, España, Rumanía y varios países miembros de la Unión Europea siguen todavía negándose a reconocer a Kosovo, alineándose con Rusia. Serbia rechaza la declaración de independencia de Kosovo, que califica de infracción de la legalidad internacional. De hecho, Serbia amplía el ámbito de sus elecciones parlamentarias y municipales del 11 de mayo para incluir a Kosovo.

Todo el mundo entiende que no hay vuelta atrás en el caso de Kosovo. Todo el mundo se muestra de acuerdo en que debe imponerse la paz en los viejos Balcanes, ya libres de conflictos. Pero hay diferentes puntos de vista sobre la manera de hacerlo. Hay quienes creen que cerrar filas con los criminales es la mejor solución. Otros piensan lo contrario, que la única vía razonable de romper con el pasado es no silenciar los crímenes sino investigar la verdad, por repugnante que sea, hasta el final. Esto exigirá una cooperación total y absoluta de Serbia con el Tribunal de Crímenes de Guerra de las Naciones Unidas en La Haya. Se ha dicho antes, pero merece la pena volver a subrayarlo, que los antiguos griegos fueron capaces de crear los fundamentos de la civilización europea sólo una vez que hubieron condenado los crímenes de su pasado, y no sólo tras condenarlos sino tras arrepentirse de ellos.

Con frecuencia se dice que hay que reescribir la historia de los Balcanes y con razón se ha de hacer si esta revisión depura su historia de odios, engaños y falsos mitos en lugar de inventar más tergiversaciones que hagan a los verdugos intercambiables con sus víctimas y oculten la cuestión de la culpa. El mundo no conoce todavía toda la verdad sobre lo que ocurrió en Kosovo bajo Milosevic. Cuando esta verdad salga a la luz con todo detalle, y muy en especial cuando finalmente haya también un arrepentimiento, podremos decir entonces que los Balcanes entran en una nueva era.

Sobre el conflicto de los Balcanes en los años 90 se cernía el fantasma de una antigua guerra, la batalla de Kosovo. Esta batalla se utilizó para justificar el conflicto moderno y ligado a ella estaba el pretexto principal que llevó al derramamiento de sangre, el mito de que Kosovo era la cuna de Serbia.

El 28 de junio de 1989, el tirano serbio Slobodan Milosevic anunció en una concentración política para conmemorar el 600 aniversario de la batalla de Kosovo un plan de venganza ¡contra los albaneses! Aquello causó estupefacción. ¿Por qué contra los albaneses? Según la Historia, la batalla de Kosovo se libró contra el Imperio Otomano. Los albaneses habían formado parte de la alianza balcánica contra los otomanos, al lado de los serbios.

El falso mito de la batalla de Kosovo y la tergiversación de lo que verdaderamente ocurrió han constituido uno de los actos más macabros de engaño de la Historia de Europa. Ha sido este mito repugnante el que, 600 años después, ha llevado a una catástrofe como ésta.

Si nos resulta verdaderamente necesario convertir esta batalla medieval en un símbolo, debería serlo en un sentido totalmente opuesto. Esta batalla, en la que los pueblos de los Balcanes, incluidos serbios y albaneses, lucharon codo con codo para defender Europa, no debería haberse presentado como un motivo de hostilidad entre ambos pueblos, como se empeñó Milosevic, sino de amistad.

Desgraciadamente, ocurrió lo contrario. Es una paradoja que la moderna Albania, la patria tradicional de los albaneses, que con tanta frecuencia se han visto acusados de ser enemigos de la civilización europea, se encuentre ahora más cerca de Occidente y la OTAN que Serbia.

Hay veces en que la Historia no tiene piedad. Si nos remontamos a aquella famosa batalla o, para ser más exactos, a la formación que presentaban las fuerzas combatientes en aquella mañana fatal del 28 de junio de 1389, nos encontramos una anomalía sorprendente: las tropas serbias, al mando del zar Lazar, figuraban en el centro de la alianza balcánica pero, al mismo tiempo, otros soldados serbios, comandados por Vuk Brankovic, se alineaban en el bando opuesto, aliados a los turcos otomanos. Así pues, Serbia estaba en los dos lados; su parte más racional estaba defendiendo Europa, pero su vertiente más siniestra estaba en contra de Europa. La situación recuerda extrañamente a la Serbia de hoy, dividida sobre Kosovo, a favor y en contra de la Unión Europea.

Parece que el fenómeno de Kosovo va a continuar. Ofrece una oportunidad positiva para aquellos que miran hacia el futuro y una oportunidad peligrosa para aquellos que miran al pasado. Es difícil imaginar que se abandone aislado y a su suerte al Estado más reciente del mundo, que ha nacido para defender los valores de la civilización europea. En ese caso, si alguien fuera a quedarse solo, no sería Kosovo, sino Occidente.

Ismail Kadaré, novelista. Es el poeta más famoso de Albania y en 2005 fue galardonado con el Premio Internacional Booker. Su última novela es La hija de Agamenón. El sucesor.