Kosovo y la estrategia europea

Poco después de la caída del muro de Berlín, el fin de la guerra fría y la dislocación del llamado socialismo real, coincidiendo con el tumulto de amargos recuerdos e inconcretas esperanzas izadas en las diversas marcas del que había sido imperio soviético, las cancillerías alemana y austriaca, sin duda con la bendición del Vaticano, iniciaron los trámites y maniobras para la liquidación de Yugoslavia, el invento diplomático concretado en la conferencia de Versalles (1919), la gran enemiga de Hitler.

La independencia de la provincia serbia de Kosovo, que muchos dirigentes europeos reputan ineluctable, será el penúltimo armisticio de las guerras que ensangrentaron Yugoslavia desde el verano trágico de 1991, cuando los líderes de Eslovenia y Croacia, envalentonados por la torpeza y la brutalidad del serbio

Slobodan Milosevic, proclamaron la secesión y clavaron la piqueta en el edificio yugoslavo, un mosaico de seis naciones, tres religiones, dos alfabetos y varias minorías, factor de relativa estabilidad y tolerancia en una región convulsa.

El nacionalismo exacerbado se apoderó súbitamente de los que medraron en el régimen autoritario en que había desembocado el comunismo heterodoxo del croata Tito. La fantasía de los estados étnicamente puros, los supuestos agravios, la quimera de la autodeterminación de grupos cada vez más exiguos o de vacilante identidad y las presiones de algunas potencias europeas en busca de futuros clientes agradecidos propagaron el incendio. Los europeos, divididos por sus simpatías históricas, actuaron con tardanza para frenar las sucesivas explosiones de violencia, provocando por acción u omisión otras más mortíferas. En 1995 tuvieron que recurrir a Clinton para que les sacara las castañas del fuego en Bosnia-Herzegovina y acabara con el genocidio de Srebrenica y el martirio de Sarajevo. De la conferencia de Dayton (EEUU) emergió un extraño país integrado por una federación croata-musulmana y una repú- blica serbia, que sigue en entredicho.

Tras el fracaso de la ONU en hallar una solución aceptable para todas las partes, los europeos pretenden demostrar su capacidad para influir en el mundo y garantizar la paz en el reñidero de los Balcanes, pero lógicamente corren el riesgo de convertirse en aprendices de brujo, atizando viejos conflictos dormidos o desatando otros en el espacio geoestratégico que va del Adriático al Cáucaso, nuevo teatro de la guerra fresca con Rusia, en proceso de instalación en la atmósfera internacional, y de la pugna en el reparto de zonas de preferencia comercial mediante la creación de estados inviables o simples marionetas.

La independencia de Kosovo bajo protectorado europeo creará problemas innumerables, más de los que pueda resolver. El mismo Hashim Thaci, primer ministro en Pristina, expresó el punto de vista de la mayoría de los kosovares cuando declaró: "La identidad de Kosovo no existe". Los artistas del concurso para buscar bandera al nuevo país se inspiraron en la roja y negra con el águila de dos cabezas, que es la enseña de Albania, país romanizado que fue encrucijada y límite del avance turco, de la expansión eslava y del imperialismo italiano o soviético. Las importantes minorías albanesas que viven en Macedonia y Montenegro podrían sentir la tentación de resucitar la Gran Albania que solo existió bajo protectorado nazi en 1943. Y detrás del fantasma panalbanés se perfilan las siluetas de los imanes adoctrinados en Arabia Sau- dí que predican un nacionalismo islámico en expansión, de manera que el primer Estado musulmán de Europa puede ser el preludio del caos. El islam que avanzó con las conversiones en masa forzadas por los turcos retorna con los petrodólares.

Protectora tradicional de los eslavos del sur, Rusia respalda a los serbios en su defensa de "la tierra sagrada de Kosovo", aunque la actitud de Moscú está dictada, ante todo, por la voluntad inequívoca y la necesidad geoestratégica de frenar el avance de la OTAN por su "extranjero próximo", las repúblicas exsoviéticas en el Cáucaso y Asia central. El Kremlin no está interesado tanto en promover el separatismo en Georgia o Moldavia como en lograr que estas rechacen el se- ñuelo atlántico y permanezcan en la órbita moscovita.

La Unión Europea y EEUU propugnan desde hace tiempo la independencia de Kosovo, con base en la cohesión étnica, pero preservan militarmente la unidad ficticia y multiétnica de Bosnia, negando a los serbobosnios la integración en Serbia. A cambio, prometen a Belgrado una rápida negociación con Bruselas y se olvidan de recordar que los serbios Karadzic y Mladic deben ser entregados al tribunal internacional que juzga los crímenes de guerra cometidos en suelo yugoslavo.

Los europeos que repudiaron la guerra de Irak no tienen escrúpulos en patrocinar una independencia que quiebra la integridad territorial de Serbia, carece del aval de la ONU y provoca efectos devastadores en el orden internacional. El retroceso jurídico es manifiesto. La seguridad colectiva y hasta la justicia se sacrifican en el altar del equilibrio geoestratégico, de las zonas de influencia y la pleitesía al mundo islámico. En vez de entenderse con Rusia y promover su occidentalización, se la rodea de un cordón sanitario que la convierte automáticamente en un actor irascible que utiliza el petróleo como arma y se revuelve contra el avance indiscriminado de la OTAN.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.