Krugman, un liberal de izquierdas

Paul Krugman, profesor de Economía en Princeton y columnista de The New York Times, acaba de ser galardonado con el Nobel de Economía. El impacto será fuerte. Porque, como decía ayer el Financial Times, cuando se conoce un nuevo Premio Nobel de Economía, la primera pregunta es: "¿Quién es ese?" Y la segunda: "¿Qué defiende?" Y ambas preguntas sobran con Krugman, un economista conocido tanto por sus trabajos sobre comercio internacional, como por los 20 libros publicados, los 200 ensayos en revistas y sus dos artículos semanales en The New York Times. Y su posición, una crítica rigurosa del fundamentalismo liberal, no es menos sabida.

Krugman ha sido premiado por su análisis de las tendencias del comercio internacional y de la localización de la actividad económica. Quizá más por insistir en que el rigor en las ideas económicas es fundamental. En esto, Krugman sigue una tradición anglosajona: el gran economista que no duda en bajar al terreno de lo cotidiano y expresarse en artículos periodísticos.

Krugman siguen la estela de Keynes, su maestro lejano. Nacido en 1953, siete años después de la muerte de este, cree también que el capitalismo es el sistema más eficiente pero que, abandonado a sí mismo, tiene fallos y necesita la acción correctora del Estado. Además de esta posición, lejana del liberalismo clásico y del socialismo tradicional, Krugman tiene otro punto en común con Keynes: su interés por expresarse sobre las consecuencias económicas de las decisiones políticas (y viceversa). En 1919 (17 años antes de la Teoría General del Empleo), Keynes publicó un folleto, Las consecuencias económicas de la paz, en el que no dudó en criticar el trato económico de los aliados a Alemania en Versalles. Luego atacó la vuelta de la libra al patrón oro, decidida por Churchill. Krugman no ha dudado en opinar, dos veces a la semana, sobre la política americana. Y se ha opuesto a la desregulación financiera, a la rebaja de impuestos de Bush que ha originado un fuerte déficit fiscal, y a la guerra de Irak, que multiplicó beneficios de grandes compañías.

Pero este interés por el debate no recuerda solo a Keynes, un liberal de izquierdas como él, sino también a Milton Friedman, el profeta del retorno al mercado. Como Krugman, Friedman tampoco dudó en defender sus ideas cada semana en Newsweek. Y es muy indicativo que Friedman ganara el Nobel en 1976, cuatro años antes del triunfo de Reagan, que finalizó el ciclo intervencionista abierto por Roosevelt en 1932, mientras Krugman lo recibe a finales del 2008, cuando la presidencia de Bush está a punto de acabar y es evidente que las tesis desreguladoras y neoconservadoras han sufrido un serio revés.

Su último libro (Después de Bush, Editorial Crítica) es un análisis apasionante de la era Bush y del ciclo conservador iniciado por Reagan. Krugman sostiene que, desde Roosevelt --incluso en las presidencias republicanas de Eisenhower y Nixon--, EEUU corregía la desigualdad con la política fiscal y la acción del Estado. Y que este esquema se rompió con Reagan y, todavía más porque ha tenido seis años de mayoría en las cámaras, con Bush hijo.

Para Krugman la reducción de impuestos a los más ricos ha causado un gran déficit fiscal y ha impedido que los frutos del crecimiento llegaran a las clases medias. Y ya en el 2005 alertó de la burbuja inmobiliaria: "Vivimos los americanos vendiéndonos los unos a los otros casas con dinero prestado por los bancos, que viene de China. La economía corregirá ambos desequilibrios".
También ha recalcado que la ausencia de un sistema público de salud (excepto para los jubilados) es un despilfarro. Pero Krugman está lejos de ser un progresista "convencional". Dice que los contrarios a la globalización son "enemigos de los pobres" y critica el exceso de regulación en los mercados laborales. Incluso publicó un ensayo titulado Mejor un trabajo mal pagado que ningún trabajo y ningún salario. Y es que Krugman, como Friedman, también de origen judío, sabe provocar.

Preferiría a Hillary que a Obama, y ha atacado a la Administración de Bush por la gestión de la crisis bancaria. Expresó reservas sobre el plan Paulson de compra de activos tóxicos, pero lo creyó necesario para evitar una catástrofe antes de las elecciones. Para él, los activos tóxicos son una pérdida que hay que recapitalizar. Y, como el mercado no lo hace (las acciones bancarias se han derrumbado), le corresponde al Estado, aunque eso implique nacionalizar. Pero no es una nacionalización ideológica, sino instrumental, causada por la ausencia de control del sistema.
Quizá la gran paradoja sea que su medicina, prescrita por Gordon Brown para la banca británica, va a acabar siendo aplicada de alguna forma por Bush, su bestia negra, ya que ayer se supo que el Gobierno federal tomará una participación en los nueve primeros bancos americanos. Krugman (creo que tampoco Bush) no quiere decapitar el capitalismo a favor del Estado, sino usar el Estado para derrotar al peor enemigo del mercado: la gran depresión.

Keynes y Rooselvet salvaron al capitalismo, y al mundo, del crack del 29. Esperemos que Krugman ayude a la nueva Administración americana a superar la actual crisis bancaria.

Joan Tapia, periodista.