La agenda de la reunificación transatlántica

La agenda de la reunificación transatlántica
Racide/Getty Images

A lo largo de cuatro años, la administración del Presidente estadounidense Donald Trump demostró que le importaban poco las alianzas. Sin embargo, persiste la realidad de que la colaboración entre EE. UU. y Alemania es indispensable y seguirá siéndolo. Las negociaciones “2+4” que lograron volver a unir a Alemania del Este y Alemania Occidental tras décadas de separación por la Cortina de Hierro son apenas un ejemplo de cómo los estadounidenses y los alemanes han permanecido hombro a hombro durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Como en toda relación, ha habido altibajos, y la presidencia de Trump marca un punto bajo casi sin precedentes. Pero los lazos que vinculan a Alemania y Estados Unidos descansan en más que solo historia o sentimentalismo. No solo compartimos los mismos valores, sino también intereses cruciales.

La constitución de cada país consagra la creencia de que todos los seres humanos son nacidos iguales y que nuestra libertad es inalienable: el gobierno no puede otorgarla ni revocarla. Nuestra libertad está protegida por la democracia, el estado de derecho, la separación de poderes y la libertad de expresión y reunión. Son principios en común que por décadas han dado forma a nuestros países, a ambos lados del Atlántico.

Pero el mundo está cambiando velozmente, y está claro que Alemania y Estados Unidos deberán trabajar juntos para afrontar los nuevos retos globales. La confrontación de China con Occidente –y, en términos más generales, con el orden de posguerra- es solo el comienzo de ellos. La pandemia del COVID-19 ha puesto al desnudo las vulnerabilidades de nuestro planeta interconectado e interdependiente. El cambio climático está aumentando la frecuencia y gravedad de los episodios climáticos extremos y los desastres naturales, los que, junto con los conflictos violentos –a menudo surgidos de la escasez de recursos relacionada con el clima o exacerbados por este- impulsa nuevas oleadas de migración de masas.

Más aún, puesto que el régimen de no proliferación de posguerra se ha visto socavado, ha aumentado radicalmente el peligro de una carrera armamentista nuclear planetaria. Las mismas tecnologías digitales que han acercado a los pueblos del mundo también han permitido el ascenso de redes terroristas globales, guerras y conflictos que afectan desproporcionadamente a los más pobres. Mientras la humanidad ha logrado niveles de prosperidad nunca antes vistos, la brecha entre ricos y pobres se ha ampliado hasta niveles potencialmente desestabilizadores.

La pandemia nos ha mostrado por qué ningún país puede esperar superar esos desafíos por sí mismo. No hay virus ni incendio forestal que discrimine entre víctimas o respete fronteras políticas. Las consecuencias de la creciente inequidad y el debilitamiento de la cohesión social acaban por sentirse a todo lo ancho y largo del planeta, sea como crisis de refugiados o terrorismo internacional. Sin un régimen de no proliferación eficaz y ampliamente aceptado, cualquier país que se sienta amenazado tendrá todas las razones para premunirse de armas nucleares. Sin un marco global para la regulación de los datos y la inteligencia artificial, la información seguirá convirtiéndose en un arma. Y sin una alianza defensiva creíble, mantener la paz será cada vez más difícil.

A la luz de estos retos, nunca han sido más válidos los valores e intereses comunes que caracterizan la relación germano-estadounidense. Tras un tiempo de incertidumbre y volatilidad en nuestra relación bilateral, corresponde comenzar a reconstruir la confianza mutua. Necesitamos con urgencia desarrollar una agenda visionaria que pueda hacer realidad la promesa –para nosotros y el mundo- que representan nuestras sociedades democráticas, libres y abiertas.

Hay varios principios clave que deberían guiar nuestra agenda en común. Primero, debemos colaborar en el desarrollo de un programa de recuperación de la pandemia, dando prioridad a la provisión de equipos de protección personal y a la investigación y producción de una vacuna. También debemos comenzar a repensar el multilateralismo y reformar las Naciones Unidas, la Organización Mundial del Comercio, la Organización Mundial de la Salud y otras entidades para ponerlas al día con sus objetivos y equiparlas para dar respuesta a los desafíos que amenazan con ampliar la inequidad social.

Más todavía, será necesaria una estrecha cooperación para servir de contrapeso económico a China, en un desafío que es mejor no entender como una “guerra fría” sino como una competencia económica. En este respecto, Alemania y Estados Unidos deberían ser líderes en resucitar la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión, impulsando nuevos acuerdos de comercio libre y justo –no en menor medida en África- y ofreciendo una iniciativa de infraestructura transatlántica que sirva como una alternativa transparente y democrática a la Iniciativa Belt and Road de China.

Ambos países también tenemos un interés mutuo en desarrollar la tecnología verde necesaria para combatir el cambio climático. En lugar de pleitear sobre proyectos de gasoductos individuales, deberíamos estar desarrollando una estrategia conjunta para alcanzar la seguridad energética mediante la ampliación de la infraestructura relevante (incluidos nuevos terminales de gas natural líquido en Europa), apoyando proyectos de investigación conjunta (como en el “hidrógeno verde”) y respaldando juntos la Iniciativa de los Tres Mares en Europa.

Similarmente, EE. UU. y Alemania podrían unirse para asegurar un papel de garantes de que la próxima fase de la innovación digital cumpla los estándares éticos occidentales. Es increíble la ausencia de una alternativa occidental al gigante chino del 5G, Huawei.

Por último, nuestros dos países deben trabajar en conjunto para reparar el régimen de no-proliferación y revigorizar la OTAN. Las recientes rencillas sobre consideraciones de defensa europea y transatlánticas han sido innecesarias pues, al final del día, compartimos las mismas inquietudes sobre seguridad.

No hay duda de que se trata de una agenda ambiciosa y que meramente recitar los éxitos del pasado no bastará para satisfacer los nuevos desafíos que plantea un mundo en constante cambio. Pero la historia de Estados Unidos y Alemania demuestra de lo que son capaces los pueblos y los estados cuando tienen la voluntad política y la valentía de colaborar entre sí. En menos de una generación, la amarga enemistad entre ex contrincantes creció hasta ser una asociación confiable, y acabó en una estrecha amistad. Frente a los enormes desafíos que enfrentan Alemania, Europa y Estados Unidos, trabajar juntos es la única opción viable.

Sigmar Gabriel, former federal minister and vice chancellor of Germany, is Chairman of Atlantik-Brücke. John B. Emerson, a former US ambassador to Germany, is Chairman of the American Council on Germany. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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