La alarma del Brexit

Como el entusiasta europeísta que soy, el resultado del referendo británico sobre su calidad de miembro de la Unión Europea me horrorizó. Casi con seguridad hará que abandonemos la UE. De todos modos, por años había albergado el temor de que la inmigración de gran escala al Reino Unido produjera una respuesta populista nociva.

Ahora las elites globales tienen que aprender de la crucial lección del “Brexit” y actuar en consecuencia. Contrariamente a las suposiciones simplistas, la globalización del capital, el comercio y los flujos migratorios no es “beneficiosa para todos”. Si no abordamos sus efectos adversos, puede que el Brexit no sea la última consecuencia, ni la peor.

La inmigración neta a Inglaterra era cercana a cero en los años 90. Comenzó a aumentar más entrada esa década y creció con rapidez después de que ocho países ex comunistas se unieran a la UE en 1994, cuando (a diferencia de, por ejemplo, Francia o Alemania) el país prefirió no usar su derecho de imponer una demora de siete años antes de permitir la libre circulación de personas procedentes de los nuevos estados miembro. El año pasado la inmigración neta fue de 333.000 y la población total creció en cerca de 500.000 personas. Los pronósticos creíbles sugieren que la población británica, que ahora asciende a 64 millones, podría superar los 80 millones hacia mediados de siglo.

Sin duda, la migración aporta muchos beneficios: Londres es una ciudad maravillosa en parte debido a que es un crisol de diversas culturas. Pero, como argumentara ya en 2008 el Comité de Asuntos Económicos de la Cámara de los Lores, de los cuales entonces yo era miembro, la inmigración a gran escala ha generado importantes desventajas para muchas personas.

Entre los economistas se debate mucho el impacto preciso de la migración sobre los salarios, pero ninguna economía puede enfrentar un aumento repentino de la oferta de trabajo sin que haya algunas consecuencias adversas para al menos algunos grupos de trabajadores “nativos”. Si la población aumenta de improviso, y en particular si se concentra en zonas específicas, también habrá un alza de la demanda de servicios públicos clave, como la educación y la atención de salud, a menos que se compense con un aumento bien planificado y financiado de la inversión pública. En el Reino Unido, tal inversión no se hizo.

En Inglaterra –que compite con los Países Bajos por ser el país más densamente poblado de Europa- muchos temen que un mayor crecimiento de la población signifique una presión indeseada sobre las muy apreciadas zonas rurales. Esto ha causado una intensa oposición local a nuevos e importantes proyectos de infraestructura, inevitablemente causando retrasos interminables, mayores costes o un persistente resentimiento.

Por todas estas razones, era inevitable que el aumento de la migración a Gran Bretaña produjera una reacción política, que en parte reflejó una xenofobia acrecentada por una exageración deliberada: por ejemplo, quienes hicieron campaña por la opción de salir de la UE afirmaron falazmente que Turquía, con su población de gran tamaño y en veloz crecimiento, pronto entraría a la UE sin el consentimiento británico. Pero fueron mentiras que funcionaron porque se crearon en torno a un núcleo de verdad, y negarse a reconocer esa verdad no hizo más que intensificar la reacción populista.

De hecho, frente a la creciente inquietud sobre la inmigración, los políticos y académicos del establishment respondieron ya sea desestimándolos como racismo encubierto o negando que incluso la existencia misma de esas consecuencias adversas; de cualquier modo, parecía que millones de ciudadanos sufrían de falsa conciencia. Pero si al menos algunos padecen problemas reales, darles sermones sobre los beneficios de la migración no hará más que aumentar su furia.

El hecho de que la campaña para permanecer (“Remain”) no haya refutado las preocupaciones sobre la inmigración refleja la incapacidad general de la elite global de convencer a la gente de que la libre circulación del capital, los bienes y las personas es buena para todos en términos generales. De hecho, no lo es, y una buena fundamentación económica nos puede explicar la razón.

Según la teoría económica, cada una de estas tres libertades puede aumentar el tamaño del pastel global, pero también nos indica que inevitablemente habrá perdedores y ganadores, por lo que la liberalización y la globalización serán beneficiosas para todos sólo si la cantidad de ganadores compensa la de perdedores. En todo el mundo, esa compensación ha sido notablemente pequeña.

En los Estados Unidos, el principal reto del futuro será el impacto del comercio más que la inmigración, porque es probable que pronto llegue a su fin la era de los flujos de entrada en gran escala desde América Latina, a medida que la baja de los índices de fertilidad estabiliza la cantidad de habitantes de la región. Paradójicamente, el candidato presidencial estadounidense Donald Trump se las ha arreglado para entusiasmar a muchos votantes con su absurdo plan de construir una muralla en la frontera con México en el momento mismo en que la migración neta desde ese país se vuelve negativa.

Pero su argumento de que muchos trabajadores estadounidenses han sufrido efectos negativos (y podrían sufrir más) del libre comercio ha tocado una fibra porque tiene una parte de verdad. A menos que el sistema político estadounidense pueda poner en práctica respuestas eficaces a esta realidad, es probable que se fortalezca el rechazo populista al libre comercio, combinado con el antagonismo hacia los inmigrantes.

En contraste, en Europa el enorme reto del futuro será la migración, no tanto al interior de la UE sino desde fuera. Según las Naciones Unidas, la población de África podría aumentar de los 1,2 mil millones actuales a más de 4,3 mil millones para 2100. A menos que este crecimiento vaya acompañado de una mayor prosperidad y un gran aumento de las oportunidades laborales, será inevitable que se produzcan flujos migratorios continuos y de grandes proporciones.

En consecuencia, toda Europa se encuentra frente a dos enormes desafíos: ayudar a impulsar el desarrollo económico en África y Oriente Próximo, y enfrentar de la mejor manera posible los importantes flujos migratorios que sin duda ocurrirán, con significativas consecuencias adversas para algunos ciudadanos.

Para dar respuesta a estos desafíos será necesaria una respuesta coordinada a nivel europeo, y lamento mucho que Gran Bretaña pase a jugar un papel mucho menor en la determinación de los planes para abordar los retos futuros del continente. Si algún beneficio se puede derivar de este triste resultado, será el que ha sonado una llamada de alerta sobre los aspectos negativos de la globalización. A menos que se los reconozca y aborde, seguirá creciendo la fuerza de la reacción que dio origen al Brexit.

Adair Turner, a former chairman of the United Kingdom's Financial Services Authority and former member of the UK's Financial Policy Committee, is Chairman of the Institute for New Economic Thinking. His latest book is Between Debt and the Devil. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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