La alcaldesa y los militares

Quien piense que las guerras no existen o que la coacción no es la espina dorsal del derecho y la justicia, es un ingenuo o un ignorante. Pensar que se puede prescindir de la fuerzas armadas es como creer que no necesitamos hospitales o bomberos. Otra cosa, legítima, es plantear qué tipo de fuerzas armadas queremos.

23 febrero 1982. Primer aniversario del intento fallido de golpe de Estado. El presidente del Gobierno viaja a Soria para presidir un acto simbólico de rehabilitación de Antonio Machado en el instituto donde dio clases (1907-1912) el gran poeta español. “Si camináis a un remoto santuario, y hacéis larga romería, mientras más larga, mejor; no os paréis a ahuyentar los canes que os ladren, porque no llegaréis nunca. Decid con el poeta: ¿nos ladran? señal de que caminamos, y seguid andando”.

En el trayecto de Madrid a la ciudad castellana, se reciben turbadoras noticias de Campamento –donde entonces se juzgaba a la flor y nata del ejército español– de las que se desprende un intento de plante, consistente en no presentarse en la sala donde se celebraba el juicio. Todo parecía indicar que ese desafío era la forma que tenían los encausados de celebrar el aniversario de la gesta, protestando al mismo tiempo –y a su manera– por la propia celebración del juicio. Las órdenes que salieron desde Medinaceli a Campamento no dejaban lugar a dudas: “Conduzcan a la sala a los que se resisten. El juicio debe continuar”.

El juicio finalizó con leve sentencia que condenaba a los golpistas. El Gobierno Calvo-Sotelo interpuso recurso contra la sentencia del tribunal militar, lo que se tradujo en un endurecimiento de las penas por parte de la jurisdicción civil. A partir de ese instante, cambio de ruedas.

12 junio 2015. El capitán general, en la toma de posesión de la alcaldesa. El teniente general Ricardo Álvarez-Espejo, 61 años, madrileño, máxima autoridad de las fuerzas armadas en Catalunya y jefe de la Inspección General del Ejército (gestor de sus infraestructuras y acuartelamientos), asiste como máxima representación institucional a la toma de posesión de la nueva alcaldesa de Barcelona en la plaza Sant Jaume. El protocolo le coloca junto a los concejales de la CUP, que no ahorraron gestos desafiantes, como delataron las redes sociales.

El general Espejo, que ha sido máximo responsable de las tropas españolas en el noroeste de Afganistán y en Líbano, en misiones delicadas donde “una mosca puede desatar una guerra”, permaneció en su sitio con dignidad y educación, pero supongo que le quedaría la preocupación de si estaremos formando buenos activistas pero malos ciudadanos, que desconocen la realidad de su país e ignoran el funcionamiento del Estado y de sus instituciones.

Estos respingos se producen porque en sectores de la sociedad española aún anidan sentimientos anclados en creencias anticuadas –como que el estamento militar es intrínsecamente malo– o siguen asociando a las fuerzas armadas con las dictaduras militares de Franco, Videla o Pinochet.

Treinta y cinco años después de aquel intento fallido de golpe de Estado, Barcelona –ciudad que fue de vanguardia, tolerante y europea– ha sido testigo de otro rezongo sectario, a caballo entre la radicalidad, la ignorancia y la incultura, quizás desconociendo que las FAS están ayudando en los países más desfavorecidos del mundo, entrenando policías en Afganistán, combatiendo las mafias somalíes que atacan a nuestros pesqueros, actuando como fuerza de interposición para la paz en Líbano, combatiendo el terrorismo islamista o prestando auxilio a los ciudadanos en catástrofes ocurridas en territorio nacional.

Que esos que siguen tirando al blanco –con escopeta de perdigones– pregunten por la labor de la UME a quienes han sido víctimas de incendios o inundaciones, y verán lo alejados que están de la realidad.

Sin embargo, la alcaldesa ha fruncido el ceño por la presencia de un stand de las fuerzas armadas en el Saló de l’Ensenyament, alegando que prefiere “que no haya presencia militar en el salón” porque “hay que separar los espacios”. Alguien debería explicarle que el sistema educativo que rige en las FAS está integrado dentro del sistema general educativo y universitario español.

Sólo se quiere lo que se conoce. Si se quiere, de verdad, transformar la sociedad, mal servicio haremos recluyendo a cualquiera de sus profesionales en un gueto aislado y marginado. La presencia del ejército en el Saló de l’Ensenyament es una señal de normalidad democrática. ¿Puede ser esta incompatible con su difusión o su enseñanza a la juventud?

Desde aquellos lejanos y fríos días de febrero, lo cierto es que las fuerzas armadas han asumido funciones de transcendencia –incluso socioeconómica– y constituyen un cuerpo de Estado al servicio de la sociedad, como ocurre en países prósperos y democráticos, como el Reino Unido, en que las empresas acuden a sus fuerzas armadas para hacer ofertas tentadoras a su oficialidad.

Impedir que una institución respetable pueda libremente perseguir los fines que se marque –en este caso, presentar su oferta educativa– es algo que en democracia no se puede consentir. Y hacerlo por preferencias personales o partidistas, menos.

Luis Sánchez-Merlo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *