La Alemania de Angela Merkel

Por José María Beneyto, catedrático de Derecho Internacional Público y Derecho Europeo (ABC, 23/11/05):

UNA de las cuestiones principales del período de reflexión sobre su futuro que se ha autoimpuesto la Unión Europea es la de los límites de Europa. La quinta ampliación de la Unión, la ampliación a los países del Este, está siendo ya, como los anteriores, un éxito en términos políticos y económicos para estos países, y finalizará con la prevista adhesión de Bulgaria y Rumania en el año 2007. Sin embargo, la ampliación al Este ha hecho también emerger en los últimos años preguntas centrales sobre la capacidad de absorción -tanto en términos presupuestarios, como desde la perspectiva de los temores a que el nivel de integración actual de Europa se diluya- de futuras ampliaciones. En particular ha sido el caso de Turquía el que ha puesto de manifiesto a las opiniones públicas de los países europeos la cuestión clave de cuál sea la finalidad de la Unión Europea y el diseño último que se persigue con la integración iniciada ahora hace más de cincuenta años.

¿Existen límites geográficos, culturales, económicos, o en términos de identidad europea, a la adhesión de futuros países? ¿Cuál debe ser la frontera, el «limes», de este extraordinario espacio de estabilidad política y prosperidad económica que es hoy la Unión? ¿Pueden crearse alternativas viables a las solicitudes de ingreso de países como Marruecos, y cuáles de los países surgidos de la desmembración de la antigua Yugoeslavia, de las Repúblicas exsoviéticas o incluso del Asia Menor deberían llegar a ser miembros plenos?

Son preguntas que requieren darse cuenta de que las sucesivas ampliaciones han transformado la Unión Europea de manera mucho más significativa de lo que a primera vista podría parecer. La caída del Telón de Acero en 1989 hizo que las ampliaciones de la Unión a nuevos países se convirtieran en algo muy distinto a lo que habían sido las adhesiones de Gran Bretaña e Irlanda, de los países escandinavos, y también de Grecia, España y Portugal.

Hacia el exterior, la Unión Europea actúa hoy como una forma política de nuevo cuño, que ha demostrado ser un poderosísimo instrumento de democratización y de exportación de los valores vinculados a la consolidación del Estado de Derecho y las libertades fundamentales, el respeto y la protección de las minorías, la libertad de mercado y la competencia, y el equilibrio social.

El interés de todos los países periféricos en pertenecer a la actual Unión Europea, en participar de la prosperidad económica y la estabilidad política de la Unión, el deseo de no pocos de ellos en llegar a formar parte plenamente de sus instituciones, ha hecho que las ampliaciones se hayan convertido en un proceso de progresiva democratización y estabilización de estos países. Y así, tras Bulgaria y Rumania, han recibido el estatuto oficial de candidatos a la adhesión Turquía, Croacia y Macedonia, se encuentran en situación de pre-adhesión Serbia-Montenegro, Bosnia-Herzegovina y Albania, y la Unión ha creado una nueva política, la «Política Europea de Vecindad», con el objetivo de crear una relación privilegiada y extender el mercado único europeo a un gran número de países procedentes de la antigua Unión Soviética (Ucrania, Bielorrusia, Moldavia, Georgia, Armenia, Azerbaiján), así como a los países mediterráneos (Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Jordania, Líbano, Siria, Israel y la Autoridad Palestina).

Ello no supone evidentemente que todos estos países lleguen a formar parte algún día de la Unión Europea, antes al contrario. De hecho, la nueva política europea de vecindad lo que persigue es justamente extender los beneficios de la ampliación de 2004 y crear un área de seguridad, estabilidad y prosperidad en torno a la Unión, sin que ello suponga ofrecer la posibilidad de ser candidatos potenciales, aunque tampoco se excluya esta alternativa para determinados países.

De manera que de cara al desafío que supone la llamada de un número creciente de países a sus puertas, la Unión Europea está respondiendo con una triple estrategia.

En primer lugar, y dirigido a los países de los Balcanes Occidentales, ha establecido el objetivo de su adhesión futura a través de acuerdos que persiguen la estabilidad política y el cumplimiento estricto de todos los criterios políticos y económicos fijados en el Consejo Europeo de Copenhague de 1993 (los llamados «criterios de Copenhague»).

En segundo lugar, y orientado tanto hacia los países de las ex Repúblicas soviéticas como a los países mediterráneos, el interés de la Unión Europea es hacerles partícipes del mercado interior y de las políticas comunes, a la vez que se les exigen las reformas políticas y económicas necesarias para estabilizar sus sociedades como sociedades plenamente democráticas.

En tercer lugar, y dirigido a la adhesión de Turquía, la Unión ha optado por seguir cumpliendo los compromisos adquiridos por Europa con respecto a Turquía desde su ya lejano y temprano ingreso como miembro de pleno derecho en el Consejo de Europa en 1949, y otorgar por tanto el estatuto de candidato oficial a este país, pero a la vez someter el largo proceso de adhesión a unas exigencias muy estrictas de negociación y de cumplimiento de las condiciones fijadas hasta que Turquía sea un país plenamente democrático, con niveles de libertad de expresión, libertad religiosa, igualdad de sexos, respeto a las minorías y sometimiento del Ejército a la autoridad civil similares a los de los países europeos. El Gobierno turco deberá aplicar plenamente la legislación comunitaria; además el marco de negociación iniciado establece la previsión de períodos transitorios para un número amplio de capítulos, incluyendo las políticas estructurales y la agricultura, así como cláusulas de salvaguardia permanentes para la libre circulación de trabajadores. Turquía no podrá entrar en la Unión antes de 2014 y en todo caso deberán aprobarse las perspectivas financieras para el período posterior a 2014 previamente a concluir las negociaciones.

Con ello, la Unión ha optado por un camino pragmático y gradualista, que huye tanto de los esencialismos universalistas como de una visión excesivamente vinculada al pasado. Europa no puede prescindir de su identidad histórica, cultural y geográfica, pero tampoco puede convertirse en un bastión aferrado a su historia y a su cultura.

La cuestión del ingreso de Turquía deberá irse solventando a lo largo de un exigente proceso de negociación, en el que las instituciones europeas velarán porque el gobierno y la sociedad turcas sean al final del proceso plenamente asimilables con las sociedades europeas. Qué duda cabe que el caso de Turquía plantea un gran desafío hoy en día a la Unión, y que hará falta un diálogo permanente entre los pueblos europeos y la sociedad turca para vencer las reticencias actualmente existentes y producir las transformaciones deseadas.

El interrogante sobre los límites de Europa no puede ni debe por tanto intentar ser resuelto a priori, obligándose a hacer una lista imposible de aquellos países a los que se debería considerar candidatos a ser miembros plenos de la Unión. La opción debería ser establecer caso por caso, tras el análisis del cumplimiento de estrictos criterios políticos y económicos, si un país que a lo largo de su historia ha formado parte del destino europeo, puede llegar a formar parte de la Unión. El debate sobre los límites de Europa debería a su vez estimular la discusión en la opinión pública sobre las finalidades de la Unión y sobre la necesidad de tomar mayor conciencia de lo que constituye la identidad europea.