La Alemania europea en una Europa unida

Europa está atravesando duras turbulencias. De repente, la política estatal de endeudamiento practicada durante años ha resultado ser literalmente insostenible, debido a las cargas adicionales de la crisis financiera y bancaria. Las dudas acerca de la calidad crediticia de deudores estatales y la resquebrajada confianza en la determinación y capacidad de actuación de la Europa unida son las consecuencias fatales de todo ello.

La situación es grave. Pero precisamente por ello requiere de una especial seriedad y responsabilidad en la decisión sobre el camino que se debe seguir en el futuro. Algunos desconfían de la solidaridad practicada con los estados de la zona euro que tienen dificultades de pago. La confianza de los ciudadanos en el proyecto comunitario se ha visto afectada. Crece el anhelo de una solución sencilla, de un supuesto corte claro, pero una cabeza fría es siempre mejor consejera.

Observemos los intereses de Alemania. Se ha convertido en una moda enfrentar los intereses alemanes a los europeos, como si se tratara de dos cosas distintas, a veces incluso opuestas. Si bien es cierto que no todo lo que se piensa y se propone en Bruselas merece una conformidad inmediata y unánime, la cuestión principal sigue siendo que precisamente la mesa común de Bruselas, alrededor de la que se sientan en igualdad de condiciones y equilibran sus intereses hasta llegar a un compromiso justo los 27 estados miembros, va en el particular interés de Alemania. La máquina de compromisos de Bruselas es la que garantiza a la gran Alemania en el corazón del continente la confianza y la amistad de sus muchos vecinos y socios europeos. Este inestimable bien es tan o más valioso que el inmenso mercado interior común de 500 millones de ciudadanos europeos, del que nosotros como nación exportadora nos beneficiamos especialmente.

Cuando en 1957 fueron firmados los Tratados de Roma, en el mundo había 3.000 millones de personas. A día de hoy la población mundial ha superado la barrera de los 7.000 millones, pero en Alemania la población está cayendo y el peso de los estados nacionales disminuye poco a poco en el mundo globalizado. Ningún país, tampoco Alemania, tiene por sí solo el peso suficiente para influir en las decisiones de importancia capital de la política y la economía. Es muy importante que, como economía puesta en red en todo el mundo y que vive del libre comercio, tengamos reglas comunes en y para el mundo de mañana. Por nuestro propio interés debemos codiseñar la globalización: por el libre desarrollo de la personalidad, por el respeto de los derechos irrenunciables de cada individuo, por el libre comercio. Sólo de forma conjunta los europeos tendremos la oportunidad de influir en todo ello, en colaboración con los nuevos centros de fuerza de este mundo. Y se trata tanto de nuestros valores como de nuestros intereses. La cuestión de si entre nuestros vecinos hay democracias o dictaduras repercutirá en nuestra seguridad. No hay respuestas nacionales al cambio climático, los flujos migratorios y la escasez de materias primas. Las normas y los criterios globales para la e-movilidad del futuro también decidirán sobre el futuro de nuestra industria automovilística.

Así pues, la base de la política exterior alemana continúa siendo el proyecto comunitario. Pero se encuentra en una fase de graves desafíos y requiere de un especial sentido de la responsabilidad, tanto de Alemania como de nuestros socios europeos. Queramos o no, los alemanes tenemos una particular responsabilidad debido a nuestro pasado.

En los pasados 18 meses hemos hecho grandes logros para anclar más sólidamente en la Eurozona los principios alemanes en gobernanza económica. Y esto es positivo. Junto con la necesaria reforma de los tratados europeos, ello allanará el camino hacia una auténtica unión de estabilidad, en la que la disciplina presupuestaria y la competitividad tengan un valor más alto que hasta la fecha. La moneda única requiere de una acción común también en las políticas fiscal y económica. Pero la disciplina fiscal no es sólo un interés particular de Alemania, que tiene su origen en la experiencia histórica de la hiperinflación. Una firme gestión presupuestaria va en interés de toda Europa. Los valientes pasos reformadores de muchos países del euro, como la implantación de frenos nacionales a la deuda, demuestran que también en otros lugares se ha comprendido la gravedad de la situación. No habrá una solución rápida. Aún pasarán años hasta que Europa se haya consolidado y haya fortalecido su competitividad conjunta.

Es importante que Alemania avance por este camino junto con Francia. Es importante que impliquemos estrechamente a Polonia, cuando hablemos de una cooperación cada vez más estrecha entre los estados de la Eurozona. En interés alemán, la Europa de mañana necesita como socios en el núcleo a Francia y Polonia. Pero asimismo debemos tomar en serio los intereses y las miradas interrogantes de otros países vecinos y socios. La confianza de nuestros aliados en Alemania y la confianza de Alemania en Europa son dos caras de la misma moneda. No debemos permitir que Europa se convierta en una sociedad de la desconfianza; no con nuestras palabras ni con nuestra actuación. Lo decisivo es la voluntad política de llevar conjuntamente hacia el éxito el proyecto de unificación. No sólo debemos comprobar lo que no funciona, sino que hemos de avanzar activamente en la vía hacia una unión de estabilidad. Necesitamos un nuevo debate en toda Europa sobre el futuro de la UE. Se trata de nuestro futuro orden constitucional europeo. Se trata de una constitución que cree las condiciones institucionales de la creciente integración también en los ámbitos de política económica y financiera bajo el control del Parlamento Europeo.

El acuerdo interestatal ayuda a actuar rápida y decididamente a la vista de la crisis. Pero el método de la Comunidad ha creado confianza en Europa. A todos les da asiento y voz en la mesa. Debe determinar de nuevo la actuación de Europa a largo plazo.

No perdamos la orientación en las tormentas de la actual crisis. Nuestro objetivo sigue siendo una unión política de Europa, de fronteras abiertas, de una atractiva forma de vida europea, de atractivo cultural, de dinamismo económico y carácter democrático. Para ello hoy debemos unir sabiamente la solidez y la solidaridad.

Nuestro país no tendrá un buen futuro sin la unificación europea. Nuestros vecinos no tendrán un buen futuro sin una Alemania europea. Ésta no es sólo la lección de los tiempos de la Guerra Fría, sino que aún hoy sigue siendo de actualidad. Y también mañana debería señalar nuestro curso en política europea.

Por Guido Westerwelle, ministro alemán de Relaciones Exteriores. Hans-Dietrich Genscher, Klaus Kinkel y Walter Scheel ocuparon ese mismo cargo en el Gobierno Federal con anterioridad.

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