La amarga herencia del dictador

Por Robert Conquest, historiador, autor de 17 libros sobre la Unión Soviética. En 1968 escribió El gran terror, la obra que dio a conocer en Occidente la barbarie del estalinismo (EL MUNDO, 05/03/03):

Fue una suerte para muchas personas (para el mundo entero) que Stalin no viviera tanto como Mao. Su muerte, acaecida en Moscú hace 50 años en circunstancias todavía poco claras, resultó muy beneficiosa, de manera directa e inmediata, para un considerable número de personas.

En las prisiones, por ejemplo, el numeroso grupo de médicos detenidos en la trama de los doctores, acusados de conspirar para asesinar al dirigente soviético, había confesado ya e iba a afrontar su ejecución. La vista de su juicio estaba fijada para 15 días después.Aquellos hombres fueron puestos en libertad casi inmediatamente después de la muerte de Stalin.

Otras probables víctimas que se salvaron gracias a la muerte de aquel hombre pertenecían a la clase política. Por ejemplo, sus antiguos colegas y camaradas Vyacheslav Molotov -cuya esposa, que había sido la mejor amiga de la esposa de Stalin, estaba en prisión- y Anastas Mikoyan. Y muchos otros, todos ellos sospechosos de espionaje por cuenta de Estados Unidos o Reino Unido (o, en el caso de la señora Molotov, de los judíos).

El último año de Stalin, el de 1952, había sido particularmente brutal e incluso en la actualidad la aparición de nuevos documentos está arrojando una nueva luz sobre los rigores de su régimen.Altos cargos de Stalin supervisaron el juicio celebrado en secreto contra el Comité Antifascista Judío cuyas actas completas sólo llegaron a conocerse en los años 90. La ejecución de sospechosos no era sino el paso siguiente a meses de tortura; uno de los principales sospechosos testificó que se le había golpeado brutalmente más de 80 veces durante el interrogatorio.

Sólo por casualidad han llegado hasta nuestros días pruebas de muchos de estos hechos violentos. Uno de los hechos más estalinistas de este periodo fue el asesinato del destacado actor y productor judío Solomon Mijoels. Una vez más, la historia completa sólo salió a la luz a mediados de los años 90. El asesinato fue cometido por un grupo de la policía secreta de Moscú encabezado por el viceministro Sergei Ogoltsov.

Al actor lo arrollaron y, a continuación, abandonaron su cuerpo en una calle secundaria. Su muerte se atribuyó a un accidente de coche. Mijoels fue enterrado con todos los honores. Hemos conseguido saber estos detalles porque, a la muerte de Stalin, el jefe de policía, el sanguinario Laurenti Beria, detuvo a los responsables, aunque luego fueron puestos en libertad y el caso, silenciado.

Sin embargo, ahora por lo menos disponemos de sus confesiones.En ellas se explica con todo detalle que recibieron instrucciones de «no dejar nada por escrito», a lo que uno de ellos añade que ésa era siempre la norma en casos como aquél. Eso significa, por supuesto, que sobre las actividades del régimen debe de haber montones de información que nunca van a poder documentarse. Hemos conocido muchas cosas en los últimos años, pero otras muchas van a quedar para siempre fuera de nuestro alcance.

¿Qué puede decirse de la mente que había detrás de todo esto? En la intimidad, si es que puede llamarse así, Stalin era muy sensible a la adulación y extraordinariamente quisquilloso, pero al mismo tiempo le gustaba aparentar que era el típico camarada campechano. Tales rasgos impregnaban esas largas y aburridas veladas que describe su hija y que tenían a sus colegas permanentemente atemorizados. En contraste con esta imagen, los extranjeros suelen describirle como un hombre con encanto, una expresión que emplean los negociadores nazis en 1939, pero que comparten el escritor H. G. Wells y hasta el primer ministro británico Winston Churchill.

Desde un principio, Stalin fue conocido por una extraordinaria capacidad para imponer su voluntad, algo que también se decía de Adolf Hitler. Se trata de una característica poco estudiada y, sin duda alguna, resulta complicado analizarla. El anciano bolchevique Fyodor Raskolnikov, rehabilitado bajo el mandato de Jruschov y vuelto a condenar por sus sucesores, consideraba que Stalin carecía de «capacidad de previsión».

La purga de la gran mayoría de los oficiales experimentados del Ejército Rojo fue enormemente negativa, como también lo fue, en otro orden de cosas, la ejecución de muchos de los ingenieros que habían acabado de recibir su formación para dirigir la economía estatalizada; los primeros, por traición; los segundos, por sabotaje.A consecuencia de ello, tanto el Ejército como la industria soviética se vieron gravemente debilitados en la época de la II Guerra Mundial, lo cual estuvo a punto de producir un desastre cuando Hitler decidió la invasión.

Los historiadores han escrito que Stalin fue «un consumado actor».Cuando los historiadores rusos descubrieron tras la caída del Muro que Stalin había engañado a Roosevelt en dos negociaciones de trascendental importancia para la II Guerra Mundial, los principales expertos en esa etapa histórica puntualizaron que quizás aquello no fuera muy sorprendente, habida cuenta de que también había conseguido engañar a Alexei Rykov, el sucesor de Lenin como jefe del Gobierno soviético, que había trabajado día a día con él en el politburó, en estrecho contacto durante más de una década, para terminar luego matándolo.

En realidad, si nos retrotraemos a la época de Stalin, no sólo vemos en ella terror y crueldad, sino pura mentira, incluso en cantidades industriales; no ya sólo en cosas como las farsas de los procesos judiciales públicos, la desaparición de personajes prominentes, de escritores, de físicos, incluso de astrónomos, sino en la pura invención de una sociedad de todo punto inexistente.A los socialistas británicos Sidney y Beatrice Webb los camelaron con el truco, nada sofisticado, de que tenían elecciones, sindicatos, reivindicaciones económicas y cosas así.

Una de las características más destacadas del estalinismo fue la capacidad para producir estupor y entontecimiento. Sus súbditos (o sus inocentonas víctimas) tenían que comportarse como si creyeran lo que el Kremlin les contaba a través de la prensa o de la radio.La poetisa Anna Ajmatova aseguró que nadie que no hubiera estado sometido al continuo fragor de las radios soviéticas, que estaban por las esquinas y por todas partes, podría llegar a comprender el sistema soviético; y además, la represión implacable del pensamiento no estalinista o de su expresión.

Incluso el extraordinario físico Andrei Sajarov, una de las mentes más privilegiadas de su generación, llegó a decir, tiempo después, que se había sentido profundamente afectado por la muerte de Stalin; tardó años y años en romper con lo que él mismo describió como «una especie de hipnosis» que les había dejado a todos, a él y a la inmensa mayoría de la población, ciegos ante la realidad del régimen de Stalin.

Tal y como subrayó posteriormente un intelectual ruso, «eliminamos a los mejores y más brillantes de nuestro país y, como consecuencia de ello, nos privamos a nosotros mismos de inteligencia y energía».

Cualquier comparación entre la Alemania que sobrevivió a los nazis y la Rusia posestalinista arroja la evidente diferencia de que un régimen quedó totalmente destruido y sus ideas totalmente desprestigiadas. No se produjo en Rusia un proceso formal de desestalinización; la descomposición desorganizada de los soviéticos dejó unos residuos de ideas y de intereses que han tardado décadas en desintegrarse.

¿Cuál es la herencia del estalinismo en nuestros días? Lo cierto es que cuenta todavía con el respeto de un puñado de los que legítimamente pueden ser calificados en Rusia de reaccionarios: los ultranacionalistas, los patrioteros... Eso le habría producido un gran asombro a Stalin, porque él ni siquiera era ruso y no empezó a aprender la lengua sino hasta que tuvo ocho o nueve años. Quienes siguen siendo devotos seguidores de Stalin tienden a mezclar el estalinismo con la religión. ¡Cómo se habría reído de todos ellos el propio Stalin, el joven estudiante rebelde de teología que terminó haciendo saltar por los aires la Catedral de Cristo Salvador!

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