La amenaza de Berezovski

Las declaraciones que, días atrás, realizó Borís Berezovski, el magnate ruso exiliado, al diario británico 'The Guardian' han vuelto a poner sobre la mesa algunos de los callejones sin salida por los que se mueve la vida política rusa del momento. Sabido es que Berezovski confesó su deseo de articular un golpe de Estado contra el presidente Putin. Como quiera que el sentido común sugiere que quien se halla inmerso en operación tan delicada no es muy razonable que haga públicas sus intenciones, habrá que convenir que el propósito de nuestro hombre, un personaje de siempre caracterizado por su incontinencia verbal, es bastante más modesto y remite, con alharacas, al enésimo ejercicio de propaganda gratuita.

No conviene que dejemos en el olvido, eso sí, que otra clave de interpretación de lo ocurrido es la que sugiere que Berezovski estaría dando rienda suelta a su impotencia, esto es, a su incapacidad para alterar un ápice el panorama político ruso. El escenario ha cambiado sensiblemente desde que, a finales del decenio de 1990, con Yeltsin a la cabeza de Rusia, las estratagemas urdidas por Berezovski daban, mal que bien, los resultados apetecidos. La trama desplegada por el actual inquilino del Kremlin, fortalecido en su poder, es lo suficientemente compacta como para que los dirigentes rusos del momento no alberguen motivos mayores -parece- para concluir que lo que pueda hacer Berezovski está llamado a tener consecuencias importantes.

Ojo que en modo alguno es nuestra intención exculpar, en este terreno como en cualquier otro, a un Putin que sale claramente beneficiado, dicho sea de paso, de la invectiva del magnate exiliado. Las artes a las que ha recurrido el presidente ruso son cualquier cosa menos edificantes: ha segado la hierba por debajo de cualquier iniciativa de oposición, se ha hecho con el control de los medios de comunicación disidentes -en su caso los ha cerrado-, ha actuado con singular inquina contra los presidentes de repúblicas y regiones más o menos resistentes y ha generado, en fin, un entorno de violación de derechos básicos que obliga a recelar muy mucho de que en Rusia haya algo que recuerde, ni de lejos, a eso que hemos dado en llamar, con terminología cansina, un Estado de Derecho.

Ni siquiera puede decirse que Putin se haya conducido con coraje para hacer frente a la ignominia de los oligarcas y sus privilegios. Nunca se subrayará lo suficiente al respecto que, mientras la mayoría de los magnates campan por sus respetos, el presidente sólo ha tenido a bien enfrentarse a aquellos oligarcas -Gusinski, Jodorkovski y el protagonista de estas horas, Berezovski- que tuvieron la osadía de plantarle cara en el terreno político.

Lo que ocurre es que no hay mayor razón para concluir que lo que ofrece Berezovski refleja el ascendiente de valores y conductas más respetables. No se olvide que estamos ante un granado ejemplo de las secuelas de ese proceso de formidable enriquecimiento de unos pocos que se asentó, en el decenio de 1990, en una fraudulenta privatización de buena parte del sector público de la economía. Berezovski es el mismo personaje que no dudó en respaldar las políticas más mezquinas avaladas por Yeltsin en el Kremlin. La sugerencia de que detrás del magnate hay alguna genuina preocupación por la causa de la democracia y de los derechos humanos se antoja, entretanto, mera superstición. Nuestro hombre sabe, por añadidura, que su atractivo en términos de opinión pública en Rusia es muy reducido. Si es verdad que ello en alguna medida se debe, claro, a las interesadas manipulaciones a las que se han entregado los hipercontrolados medios de comunicación oficiales -no dudaron en sugerir, sin ir más lejos, que Berezovski estuvo detrás del asesinato de Anna Politkóvskaya-, no lo es menos que el ciudadano de a pie, cargado de razón, guarda de siempre sus distancias con respecto a los oligarcas y sus juegos, carta que a menudo ha sido utilizada por el propio Putin.

Si no parece que nos equivoquemos mucho cuando concluimos que no hay que prestar mayor atención a las palabras de Berezovski, estamos, con todo, obligados a adelantar que lo que asoma en estas horas se antoja un retrato cabal de las miserias que impregnan la vida rusa en estos inicios del siglo XXI. Y es que si la reyerta política en ese castigado país tiene como protagonistas a Putin y a los suyos, por un lado, y a Berezovski por el otro, lo mejor será que le deseemos mucha suerte -la necesitará- al siempre sufrido pueblo ruso.

Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y colaborador de Bakeaz.