La amenaza de la desindustrialización alemana sigue vigente

La amenaza de la desindustrialización alemana sigue vigente
DAVID HECKER/AFP via Getty Images

Hace unos meses Alemania se preparaba para un duro invierno. Cuando Rusia cortó la provisión de gas natural a Europa y los precios más que se duplicaron, los funcionarios alemanes advirtieron que podía haber cortes eléctricos y suspensiones escalonadas del servicio. Se dice que algunas ciudades planeaban convertir instalaciones deportivas en «salones calefaccionados» para pobres y ancianos, y los medios especulaban sobre el racionamiento energético... pero esas predicciones no se materializaron. Frente a un desafío histórico, Alemania demostró tener una capacidad de recuperación superior a la que muchos le atribuían.

De todas formas, el país sigue en pánico. En vez de preocuparse por conseguir calentadores de gas, sin embargo, los alemanes siguen atribulados por el fantasma de la desindustrialización. No pasa un día sin que algún medio informativo o instituto de investigación prediga que los cierres de fábricas y el auge de China llevarán al país a la ruina. El banco estatal Kreditanstalt für Wiederaufbau advirtió recientemente que Alemania enfrenta «una era de prosperidad decreciente». Y Yasmin Fahimi, directora de la Confederación Alemana de Sindicatos (DGB), advirtió que la crisis energética conducirá a la desindustrialización y los despidos masivos.

Mientras tanto, el Centro Europeo de Investigaciones Económicas (ZEW) de Mannheim afirmó que Alemania es la «gran perdedora» de la economía mundial actual: ocupa el puesto 18 entre los 21 países industriales de su índice de competitividad. Otros expertos advirtieron que la suba de los costos energéticos obligará a las empresas manufactureras a mudar sus operaciones a Europa Oriental y Estados Unidos en respuesta al proteccionismo estadounidense.

¿Qué explica este humor pesimista? Los líderes empresariales alemanes hicieron referencia a la amenaza de la desindustrialización por primera vez en abril del año pasado, cuando Alemania consideraba boicotear al gas ruso, con el que en ese momento abastecía a más de la mitad de su consumo de gas natural. Los ejecutivos corporativos —entre ellos Markus Krebber, director ejecutivo de la empresa energética RWE— advirtieron que aplicar un embargo a la energía rusa generaría un desempleo masivo, pobreza y malestar social generalizado.

Esas advertencias contrastaban con un artículo académico previo de economistas alemanes destacados, que estimaban que el embargo a la energía rusa causaría una recesión de media a moderada. Los autores sostenían que una gran economía como la alemana cuenta con muchas formas de acomodarse frente un impacto grave de ese tipo, como buscar proveedores alternativos y reemplazar sus fuentes de energía. Además, sostenían que el gobierno podía intervenir y aliviar las secuelas del boicot económico.

Finalmente, los escenarios apocalípticos nunca se materializaron, ni siquiera después de que el presidente ruso Vladímir Putin cerrara el gasoducto Nord Stream a Alemania. En lugar de eso, el gobierno alemán efectivamente logró encontrar alternativas a la energía rusa, implementó medidas de ahorro energético con las que redujo el consumo de gas un 30 %, y el invierno resultó menos severo de lo esperado. La provisión de gas al país se recuperó y los precios cayeron de los EUR 350 (USD 377) que costaba el MWh en el verano a EUR 80 por MWh. No hubo cortes de energía y la disminución del consumo de gas ni siquiera deprimió la producción industrial, porque las empresas alemanas sencillamente aumentaron su eficiencia.

Dada su dependencia de larga data del gas ruso, la guerra de Ucrania y la posterior disparada de los precios de la energía constituyeron la mayor crisis para Alemania desde la Segunda Guerra Mundial, pero la economía alemana capeó la tormenta y se estima que creció el 1,9 % el año pasado, una situación a años luz de la recesión que muchos previeron.

Pero la verdadera amenaza está a la vuelta de la esquina: China superó recientemente a Alemania como el segundo mayor exportador de automóviles del mundo, una señal preocupante. La participación de China en el mercado mundial de automóviles eléctricos aumentó al 28 % el año pasado gracias a su dominio en la fabricación de baterías y al éxito de fabricantes como BYD Auto, Wuling y GAC Motor, mientras que la participación de las empresas alemanas, como Volkswagen, cayó del 7 % al 4 %.

De manera similar, las exportaciones chinas de automóviles a Europa dieron un salto, de 133 465 en 2019 a 435 080 en 2021, debido a la creciente demanda de vehículos eléctricos fabricados en ese país. Europa ahora importa más automóviles desde China de los que exporta, mientras la transición a las emisiones nulas y el abandono paulatino del motor de combustión interna que se avecina en el continente amenazan con volver obsoleta a la industria automotriz alemana.

Además de la fabricación de automóviles, la competencia china amenaza al sector alemán de maquinaria, un segmento clave del Mittelstand: los pequeños y medianos fabricantes que constituyen la columna vertebral industrial del país. A principios de este año, la asociación de fabricantes alemanes de maquinaria y equipos, VDMA, publicó un informe que señalaba que las exportaciones de máquinas-herramienta chinas superaron a las de Alemania. Aunque las exportaciones de maquinarias alemanas crecieron casi el 10 % en 2021, la importación de maquinaria desde China aumentó el 26 %. Irónicamente, las empresas alemanas que operan en China tuvieron un papel fundamental en esta transición, ya que se vieron obligadas a asociarse con empresas locales y aceleraron así las transferencias de tecnología, en lo que verdaderamente constituyó un entrenamiento para sus futuros competidores.

En 2022 Alemania sorprendió al mundo cuando se las arregló para abandonar el gas ruso sin caer en una recesión intensa, pero recuperar la competitividad del país constituye un desafío aún mayor. Hace tres décadas Alemania pasó de ser el país enfermo de Europa al motor económico que conocemos hoy. Para competir en la economía mundial cada vez más despiadada del siglo XXI, debe reinventarse nuevamente.

Dalia Marin, Professor of International Economics at the School of Management of the Technical University of Munich, is a research fellow at the Centre for Economic Policy Research and a non-resident fellow at Bruegel. Traducción al español por Ant-Translation.

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