La amenaza de una recesión en la eurozona

Las oficinas de estadísticas nacionales y las organizaciones internacionales están ocupadas revisando sus pronósticos de crecimiento para Europa este año y el próximo. Si bien también están haciendo lo mismo para el resto del mundo, y para China en particular, una desaceleración en Europa puede tener consecuencias políticas nefastas, además de costos económicos.

Frente a este deterioro de las perspectivas, los responsables de las políticas en la eurozona deberían hacerse tres preguntas. La primera es si la desaceleración de la eurozona es temporaria, o lo suficientemente persistente como para derivar en una posible recesión. La segunda es qué tipo de recesión podría ocurrir, y qué pueden hacer los responsables de las políticas para contrarrestarla. Y la tercera es qué debe hacer Europa para hacer frente a sus problemas económicos estructurales de más largo plazo.

Con respecto a la primera pregunta, los pronósticos de crecimiento del PIB que miran más de un trimestre para adelante son claramente poco confiables. Por lo tanto, debemos entender bien la situación actual y analizar las revisiones de los pronósticos de crecimiento en el último año para juzgar la persistencia de las malas noticias.

Mi empresa, Now-Casting Economics, detectó por primera vez una desaceleración en la eurozona a comienzos de 2018. Ahora sabemos que esta desaceleración comenzó en el tercer trimestre de 2017 y ha afectado a todas las economías importantes de la eurozona, particularmente Alemania e Italia. Esto va en contra de la visión generalizada de que la eurozona está compuesta por un núcleo de países exitosos –especialmente Alemania- y una periferia de crecimiento lento y agobiada por la deuda.

La economía alemana se expandió el 2,2% en 2017, pero el crecimiento probablemente se desaceleró a 1,4% en 2018. El crecimiento intertrimestral resultó negativo en el tercer trimestre de 2018 y es probable que haya estado cerca de cero en los últimos tres meses del año. Las publicaciones de datos de Alemania han transmitido malas noticias de manera constante. Las señales iniciales de las encuestas, que llegan a tiempo pero son volátiles, han sido confirmadas más recientemente por datos duros como pedidos industriales, facturación y nuevos registros de automóviles.

La tendencia es similar en Italia, donde el problema está magnificado por la menor tasa de crecimiento potencial del país. Esto implica que una desaceleración allí tiene una posibilidad mayor de conducir a una recesión técnica, normalmente definida como dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo del PIB.

Si se confirma este flujo de malas noticias –y la desaceleración global, la incertidumbre política y las disputas comerciales sugieren que será así-, entonces la eurozona puede caer en una nueva recesión a fines de 2019, poco más de cinco años después del final de la última.

Una recesión, si sucede, muy probablemente sea menos severa económica y financieramente que la de 2008 o incluso la de 2011. Esto se debe principalmente a que la eurozona tiene un sector financiero más sólido y mejores herramientas de gestión de crisis que hace una década. Sin embargo, políticamente, la próxima recesión puede ser mucho más disruptiva para el proyecto europeo. El recuerdo de las últimas crisis persiste, y el populismo está en ascenso en gran parte del continente. Una nueva sacudida negativa, por lo tanto, será sumamente divisiva y políticamente tóxica.

Considerando estos riesgos acentuados, los responsables de las políticas deberían evitar los errores de 2009, cuando los gobiernos de la eurozona –los únicos entre las grandes economías del mundo- intentaron aplicar una consolidación fiscal en medio de la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. Desafortunadamente, la eurozona todavía carece de una política fiscal común para ayudar a contrarrestar una desaceleración o una posible recesión. No obstante, con suficiente voluntad política, sus miembros deberían poder coordinar una respuesta, inclusive dentro de las limitaciones de las reglas existentes.

Pero ni las políticas fiscales ni las monetarias pueden revertir la desaceleración en el crecimiento tendencial de largo plazo que Europa –al igual que otras economías avanzadas- han estado experimentando por lo menos desde los primeros años del nuevo milenio. Esta perspectiva de largo plazo más débil refleja una demografía desfavorable y una caída del crecimiento de la productividad que surge de la adopción dispar de nuevas tecnologías.

El crecimiento tendencial lento es particularmente problemático en la eurozona, porque hace que la cooperación entre sus miembros sea más difícil de alcanzar. Los países saben que, desde un punto estratégico, les conviene mantenerse unidos, pero esto será cada vez más difícil si el proyecto europeo sigue sin poder cumplir su promesa de crecimiento económico y de empleos.

Los desafíos que enfrenta hoy Europa son diferentes de los que enfrentó la economía mundial en los años 1990, cuando se diseñó la eurozona. Europa por lo tanto necesita una renovación. En particular, necesita un programa de ideas sobre investigación y desarrollo, educación e inclusión social que pueda seducir a grandes sectores de la población en todos los países miembro.

Faltan menos de cuatro meses para las elecciones del Parlamento Europeo. Las fuerzas pro-europeas necesitan hacer campaña a favor de un esfuerzo coordinado para contrarrestar la desaceleración cíclica y –más importante- de una política cohesiva y agresiva para enfrentar los problemas estructurales de largo plazo de Europa. Si no lo hacen, la perspectiva de un parlamento dominado por fuerzas populistas se convertirá en una realidad. Y esto podría marcar el comienzo de un proceso lento de desintegración europea.

Lucrezia Reichlin, a former director of research at the European Central Bank, is Professor of Economics at the London Business School.

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