La amenaza del caos salafista

Es justamente ahora cuando nos damos cuenta de la amplitud del desastre causado por el coronel Gadafi en Libia. Más de cuarenta años de dictadura, de fantasía criminal, de fanfarronadas y asesinatos cometidos no sólo contra libios sino también por África, donde el líder libio apoyaba a rebeldes de todo tipo.

Libia nunca ha sido un Estado. Es una amalgama de tribus, de las que cinco son las principales, sin ninguna organización ni estructuras modernas. Durante mucho tiempo todo estuvo concentrado en las manos de un solo hombre; en la recta final hizo que sus hijos se aprovecharan de este maná extraordinario. Sin oposición, sin partidos políticos, sin sindicatos. Nada. Un país que caminaba sobre su cabeza, una anomalía que durante mucho tiempo fue tapada por su inmensa riqueza petrolífera. Añadamos a ello la complacencia de los países occidentales, que aceptaban satisfacer todos los caprichos del divo Gadafi porque hacían jugosos negocios con el monstruo.

Sus visitas en el año 2007 a Francia, Italia y España fueron el súmmum de sus extravagancias. La Europa de los derechos humanos cerraba los ojos. Los negocios son los negocios. Y todo ello a pesar de que se publicaron en la prensa mundial relatos de testigos, de opositores o de viajeros y pese a que todo el mundo sabía que en Libia una dictadura atroz mantenía a todo un pueblo en un letargo patológico. La revolución barrió en unos meses este régimen sanguinario con la ayuda de la OTAN, de la ONU y de la OUA. Pero como el país no tenía estructuras democráticas podía temerse lo peor, especialmente la llegada al poder de los islamistas, como ha sucedido en Túnez y en Egipto. Era un riesgo.

Las elecciones legislativas de julio del 2012 alejaron el espectro islamista. Una mayoría respaldó a la liberal Alianza de Fuerzas Nacionales, dirigida por el ex primer ministro del Consejo Nacional de Transición, Mahmud Yibril. El islamista Partido de la Justicia y de la Construcción, cercano a los Hermanos Musulmanes, quedó bastante atrás en el recuento de votos. Pero, aunque minoritarios, los salafistas se mueven. Son ellos quienes organizaron en Bengasi los disturbios del 11 de septiembre en respuesta a la película antiislámica difundida por internet. Durante estas manifestaciones fue asesinado Christopher Stevens, embajador estadounidense y amigo de los rebeldes durante la revolución, así como otros tres funcionarios de la embajada. Hillary Clinton atribuyó este ataque a los terroristas de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI). Al día siguiente, miles de libios se echaron a las calles para denunciar este crimen y demostrar que el pueblo de Libia no tenía nada que ver con esos bárbaros. Las pancartas lo decían claramente: “Nunca más Al Qaeda”, “No a los grupos armados”, “Justicia para Stevens”, “Libia ha perdido un amigo”, etcétera.

Sea en Túnez, en Libia o en Egipto, la lucha tiene lugar hoy no entre el mundo árabe y Occidente sino entre dos visiones del islam, entre los que aspiran a una cierta modernidad y los que quieren volver a los tiempos del nacimiento del islam. Sabemos que el movimiento salafista (los salafistas hacen una lectura literal del Corán, rechazando los argumentos fundados en la razón) está ganando terreno e imponiendo su punto de vista por la fuerza. Siguen el pensamiento de Mohamed Andel Wahab, un teólogo saudí del siglo XVIII. El wahabismo es la doctrina que se aplica en la actualidad en Arabia Saudí y en Qatar. En política no existe constitución ya que la soberanía pertenece a Dios y toda legislación debe tener principio divino. Esta es la filosofía que guía a los islamistas “puros y duros” que llevan a cabo una lucha a muerte contra la modernidad, la democracia y la libertad del individuo. Los salafistas que lograron asesinar en Libia a un embajador americano, son combatidos por quienes rechazan que su país vuelva a caer en una dictadura a lo talibán.

Pero el peligro va más allá de las fronteras libias. El terrorismo en nombre del islam golpea por todas partes, Europa incluida (caso del comando francés desmantelado a comienzos de octubre). La atención de los europeos y de los americanos se ha focalizado en lo que ocurre en el norte de Mali. Ahí tenemos parte de un Estado africano que se encuentra en la actualidad en manos de fanáticos que cortan manos y pies a personas sospechosas de robo y que siembran el terror en esta región subsahariana. En esta parte de Mali existen grupos terroristas venidos de Argelia, de Mauritania, de otros países africanos, así como tuaregs, muchos de los cuales salidos del ejército libio y que sirvieron al ejército como mercenarios. Su actividad principal es el tráfico de drogas duras y de tabaco. Los narcos colombianos pasan por allí para alcanzar Europa. Algunos han utilizado las bases de Tinduf, en Argelia, donde viven los saharauis que rechazan todo compromiso con Marruecos para una solución del problema del Sáhara.

Desde que España y Estados Unidos tuvieron pruebas de que este campamento se había convertido en lugar de paso de terroristas de Al Qaeda del Magreb islámico, cada vez están más decididos a ayudar a Marruecos a salir de este avispero mantenido por las autoridades argelinas. En octubre del 2010, dos españoles fueron secuestrados por una falange del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), perteneciente a Al Qaeda del Magreb Islámico, Hay rehenes franceses prisioneros en esta parte de Mali, lo que hace difícil cualquier operación. Argelia, que perdió uno de sus diplomáticos y parte de su personal consular, rechaza seguir con los europeos y los africanos que estarían preparando una intervención armada para liberar el norte de Mali.

Nadie entiende la posición de Argelia, que observa con los brazos cruzados estas agitaciones terroristas en el sur de sus fronteras.

El terrorismo salafista es la principal amenaza para la paz en el Magreb. Los cinco estados del Magreb hubieran podido consolidar su unión y constituir una entidad fuerte y sólida no sólo frente a Europa sino también ante el peligro de este fundamentalismo financiado y manipulado por los estados del Golfo. Desgraciadamente, los políticos no han conseguido dejar de lado su egoísmo y su egocentrismo. Gadafi quería esta unión pero a su beneficio. También Argelia la quería pero a condición de ser el único líder. Marruecos recordó que había esbozado ya esta unión durante la guerra de independencia de Argelia. Por lo que respecta a Túnez y a Mauritania, no tuvieron ni voz ni voto. La Unión del Magreb árabe existe, pero vive anestesiada. Quizá los apetitos de Al Qaeda la despertarán. Mientras Argelia se esconda tras el movimiento del Polisario y bloquee toda solución al doloroso problema del Sáhara, no habrá unión política, económica y cultural del Magreb. Y los salafistas y el terrorismo de Al Qaeda lo saben. He aquí la prueba: el norte de Mali se halla enredado en un caos contagioso.

Tahar Ben Jelloun, escritor. Miembro de la Academia Goncourt.

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