La amenaza del populismo

El esperpéntico viaje del ministro de Asuntos Exteriores a Cuba merece un análisis en profundidad de los riesgos que regímenes radicales como el cubano representan para todo el continente americano -y para el mundo en general-, así como del error cómplice que ha supuesto el cambio de política del Gobierno en política exterior en general y hacia Latinoamérica en particular.

Es absolutamente insólito que el Ejecutivo de Zapatero no sólo se haya vuelto complaciente con brutales regímenes dictatoriales como el castrista, o en clara y preocupante deriva totalitaria como el de Hugo Chávez en Venezuela, sino que además haya tenido la escandalosa ocurrencia de tratar de imponer ese giro radical de política exterior al resto de la Unión Europea, con la consiguiente irritación en no pocas cancillerías del centro y el este de Europa, en países que conocen de sobra la barbarie de las dictaduras comunistas-estalinistas que les esclavizaron durante décadas.

Es simplemente insultante que el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, diga que se va a hablar de todo, incluso de Derechos Humanos, sin que se haga mención alguna a los presos políticos y de conciencia de Cuba. Nadie ha contestado desde el Gobierno a la repugnante declaración del ministro de Exteriores cubano, Pérez Roque, tildando a los presos políticos de «mercenarios» y «terroristas». Es triste, patético y escandaloso que el Gobierno español haya llegado hasta este nivel de entreguismo y claudicación. Convendría recordarle que hoy España -con los socialistas en La Moncloa- no va a poder jugar papel relevante alguno en la transición cubana -palabra, por cierto, proscrita y maldita por el régimen cubano, lo que confirma su inmovilismo-. Los disidentes rechazan de pleno la vergonzosa política de nuestro Gobierno hacia Cuba; el régimen castrista nos desprecia y nos da por descontados, y en Estados Unidos (republicanos y demócratas por igual) desconfían del actual Gobierno de España.

Lo peor es que el personalismo autoritario y caudillista -de cualquier color político- no es novedoso en el maltrecho continente en el que las dictaduras, de extrema izquierda o de extrema derecha, han martirizado a casi todos los países. Sin embargo, la actual variante del populismo tiene elementos novedosos que conviene desentrañar. El populismo no es propiamente de izquierdas o de derechas; en la actualidad, el fenómeno es una fusión ideológica entre los componentes más extremos de ambas.

En un principio, el supuesto bolivarianismo de Hugo Chávez estaba vacío de todo contenido ideológico, pero, con el tiempo, el vacío lo ha ido llenando el marxismo-leninismo cubano. Sin embargo, esa creciente influencia de la extrema izquierda no ha disminuido el peso que los elementos de extrema derecha tienen en el populismo. El populismo de corte chavista tiene fuertes vinculaciones estéticas, de estilo y de estructura, a la extrema derecha, y su fuerte militarismo es común a ambos extremos. Por eso hay que tener cuidado con análisis tan simplistas como el que dice que el castrismo es la cabeza y el chavismo la cartera, porque yerran gravemente en el diagnóstico, y en el remedio a esta grave enfermedad que padece el continente. Pero el populismo tiene una serie de características comunes a muchos tipos de dictadura, entre los que cabe destacar los siguientes:

Primero, una obsesión por el poder como fin y no como medio; es la perpetuación en el poder de sus dirigentes y la ocupación y dominio de todos los ámbitos de influencia y de los poderes del Estado. En Venezuela, por ejemplo, los cinco poderes constitucionales están dominados por el chavismo; en Cuba, los tres poderes del Estado, el Partido Comunista y las Fuerzas Armadas -verdaderos ejes centrales del poder en la isla- están en las mismas manos.

Segundo, ausencia de bases ideológicas serias o dignas de tal nombre, y sin conexión real con nada que sea mínimamente homologable, salvo sus evidentes conexiones con los extremismos de izquierda y de derechas que lo inspiran. Por otra parte, tratan de convertirse en el monopolista de las ideas y de la ideología, creando sistemas de partido único, siendo todos los demás disidentes o terroristas.

Tercero, su revanchismo, su brutal represión y su concepto total e implacable del poder.

Cuarto, estrategia de división de sus adversarios para mantenerse en el poder. El permanente juego de divide y vencerás entre partidarios y enemigos garantiza la supervivencia del régimen y de su líder, pero es potencialmente uno de sus más claros talones de Aquiles.

Quinto, la obsesión y necesidad constante de crear o exagerar enemigos y amenazas externas para arengar a los partidarios, desarmar a los contrarios -acusándoles de ser agentes de la agresión extranjera- y para justificar la represión, la instauración de un Estado policial y militarizado, desde el que violar continuamente los derechos y libertades fundamentales de sus ciudadanos.

Sexto, la creación de sistemas paralelos y distintos a los poderes del Estado -partidos únicos, círculos bolivarianos (Venezuela), comités de defensa de la Revolución (Cuba), fortalecimiento de la policía política y los servicios de inteligencia tanto interiores como exteriores, Gestapo (Alemania Nazi), Disip (Venezuela), G2 (Cuba), Stasi (RDA), o la creación de violentas milicias paramilitares que responden y obedecen exclusivamente al caudillo (SA y SS en la Alemania nazi, milicias populares de Venezuela:dos millones y medio de efectivos armados con fusiles de asalto)-.

Séptimo, estética, y maneras más conectadas al fascismo y al nazismo que a cualquier otro tipo de ideología totalitaria. Téngase en cuenta la bestial persecución a la que está siendo sometida la comunidad judía de Venezuela, con asaltos a su colegio Hebraica, incluso por policías armados y uniformados.

Octavo, la creación de fortísimos aparatos de propaganda oficial (Telesur, y las retransmisiones obligatorias en cadena de los discursos del presidente), la invasión de los medios oficialistas y su incontenida agresividad.

Noveno, el más grave atropello a la libertad de expresión y al derecho de información que representan la persecución, acoso, agresión y cierre a medios de comunicación críticos y de oposición. El ejemplo más grave es nuevamente Venezuela, donde medios como los periódicos El Nacional o El Universal son perseguidos y acosados; donde cadenas de televisión como Globovisión son atacadas y amenazadas; o donde se ha decretado el cierre de una de las cadenas decanas de América, la ejemplar luchadora por la libertad y la democracia Radio Caracas Televisión, con su presidente a la cabeza, Marcel Granier, un hombre que ha luchado por la democracia toda su vida. No conviene olvidar que algunos de los periodistas de esta cadena, como Miguel Angel Rodríguez, han sufrido gravísimos atentados, de los que han salido ilesos siendo sus escoltas asesinados. Cabe recordar la persecución y procesamiento de la valiente Patricia Poleo, de su padre Rafael, de los presidentes de El Nacional y El Universal, de Napoleón Bravo, y de tantos y tantos periodistas menos conocidos que son casi a diario atropellados, perseguidos, agredidos, encarcelados o incluso asesinados.

A todo esto hay que añadir el expansionismo agresivo y activista del chavismo en el resto del continente americano, desde Bolivia, pasando por Ecuador o Nicaragua, países en los que ha tenido éxito apoyando a los candidatos más radicales, pero habiéndolo intentado en otros muchos sin éxito, como Perú, de momento, El Salvador, o incluso en Brasil o en Uruguay, donde ha tratado de crear serias dificultades a sus presidentes de izquierdas, que en no pocas ocasiones se han mostrado críticos y, eso sí, absolutamente independientes de los dislates chavistas.

La izquierda moderada de América Latina se ha mostrado muy crítica con el populismo y seriamente preocupada por la deriva autoritaria y totalitaria del populismo. Con las grandes democracias del subcontinente no ha podido, aunque lo ha intentado -Argentina, Brasil, Chile, México-. Sin embargo, su fracaso no significa en absoluto que vaya a desistir del envite; habrá que estar muy atentos a las totalitarias maniobras del populismo contra los partidos moderados de centroizquierda y centroderecha del continente.

Mucho de lo que ocurre es fruto de la profunda fobia que estos movimientos sienten por la democracia y su pluralidad, su antioccidentalismo camuflado de anti-imperialismo, la nostalgia de los líderes populistas de lo que ellos consideraban tiempos mejores, en los que la confrontación entre bloques les daba un protagonismo del que por apoyo y peso social carecían. Esa nostalgia por la Guerra Fría, y ese odio al sistema al que todavía pertenecen, ese intento de hacer renacer el movimiento No Alineado, es un preocupante síntoma de la emergente y grave alianza antidemocrática y antisistema, que se alía con los enemigos de la libertad en contra de Occidente y de las democracias. En sus fobias y objetivos comunes, este populismo cada vez siente más afinidad, entre otros, con el islamismo radical, pese a que en realidad será a medio plazo su peor enemigo. Para muestra baste un botón: la apertura de oficinas permanentes de Hamas y Hizbulá en Caracas.

Asimismo, la carrera armamentística, indisimuladamente propiciada y defendida por ciertos sectores ideológicos con la complacencia ignorante, en el mejor de los casos, y cómplice, en el peor, es un pésimo augurio de inestabilidades y confrontaciones del futuro más inmediato, del que la crisis nuclear iraní y su peligroso aperitivo -el secuestro de marineros e infantes de Marina británicos dentro de aguas iraquíes- representan un inquietante futuro que debe ser abordado desde la prudencia pero sin vacilaciones y con diagnósticos correctos, por desagradables que puedan parecer. No es un síndrome de Casandra, es la reedición de las advertencias de Churchill en los años 30. Quizás debamos recordar y tomar nota.

Gustavo de Arístegui, portavoz de Exteriores del Partido Popular en el Congreso de los Diputados.