La idea de que los mercados financieros están demasiado centrados en el corto plazo está ganando terreno en los medios de comunicación y en el mundo académico y ahora está atrayendo la atención política en los Estados Unidos.
Según la nueva doctrina establecida, la obsesión de los inversores con los réditos a corto plazo obliga a los consejos de dirección y de gestión empresariales a intentar conseguir beneficios trimestrales impresionantes a expensas de inversiones importantes a largo plazo. La investigación y la innovación padecen las consecuencias, como también la inversión en instalaciones y equipo a largo plazo. De forma similar, el pensamiento a corto plazo mueve a las grandes empresas a rescatar sus acciones, con lo que las privan de la liquidez que necesitan para inversiones futuras.
Nada de eso es bueno para la economía... o, al menos, no lo sería, si fuera real. En un examen más detenido, las supuestas consecuencias negativas del cortoplacismo de los inversores parecen no estar ocurriendo.
Mientras que los inversores institucionales venden acciones periódicamente y a veces rápidamente, las empresas financieras, como Fidelity Investments, Vanguard y otros fondos mutuos han mantenido durante decenios períodos de tenencia de las acciones de entre doce y quince meses. Además, si bien se ha atribuido mucha importancia a un nuevo sector marginal de agentes bursátiles que compran y venden las acciones en nanosegundos mediante programas informáticos, la creencia de que esas rápidas transacciones basadas en las computadoras imposibilitan –o incluso dificultan– la adopción por parte de los gestores empresariales de una perspectiva a largo plazo no está refrendada por los datos.
En los Estados Unidos, ni la investigación e innovación ni la inversión en general están decayendo. De hecho, muchas industrias hacen inversiones a largo plazo, pese a sus accionistas a corto plazo.
Por ejemplo, las compañías farmacéuticas no pueden crear productos nuevos trimestralmente; deben funcionar con horizontes temporales multianuales. La industria petrolera no puede abrir y cerrar yacimientos de petróleo trimestralmente; las empresas deben pasar un decenio o más invirtiendo en el desarrollo de nuevos yacimientos y, para mantenerse en la vanguardia de la innovación, los gigantes tecnológicos
como Apple, Intel, Amazon y Google siguen trabajando a largo plazo. Si esas industrias y empresas pueden adoptar la visión a largo plazo, ¿que es lo que impide a otras hacerlo?
Naturalmente, es cierto que esas industrias y empresas no siempre están al servicio fiel de la economía ni la benefician, pero los problemas relacionados con ellas –desde el aumento de los precios de medicamentos que salvan vidas hasta graves daños medioambientales– no son consecuencia de que los gestores estén excesivamente centrados en los resultados del mercado de valores a corto plazo.
El recurso excesivo al comercio de acciones mediante programas informáticos es un uso deficiente de los recursos, pero raras veces socava la gestión eficaz por una razón: los inversores que comercian con acciones sólo hacen eso; no participan en la dirección empresarial y a veces ni siquiera tienen voz en la elección de los directores. Por eso, los gestores y los consejos de administración pueden pasar por alto la actividad bursátil a corto plazo... y suelen hacerlo.
Los críticos pueden señalar que las retribuciones de los gestores suelen ir relacionadas con el precio de las acciones de la empresa, lo que significa que las transacciones a corto plazo podrían afectar a la remuneración de los gestores, pero, si bien eso es cierto, no tiene por qué serlo; los consejos de administración pueden optar por vincular –y a veces así lo hacen– las retribuciones de los gestores a los resultados de las acciones a más largo plazo, en lugar de las actuales.
Además, “a corto plazo” no tiene por qué connotar algo pernicioso. Puede significar flexibilidad y adaptabilidad. Las medidas criticadas como “pensamiento a corto plazo” pueden ir en algunos casos encaminadas a abandonar empresas anticuadas e intentos de solución fracasados, con lo que ayudan a la empresa a ajustarse a una economía en transformación. La cadena de alquiler de vídeos Blockbuster no estaba pensando a corto plazo cuando, al ver el ascenso de la venta por correo de DVD y del vídeo en descarga continua de Netflix, decidió cerrar sus tiendas físicas.
Las preocupaciones por que las recompras de acciones estén privando a empresas sanas y prometedoras de la liquidez necesaria para la inversión y la investigación están igualmente fuera de lugar. Es cierto que las recompras pueden socavar la capacidad de una empresa determinada para invertir en su futuro y entrañar pérdidas para los empleados y los directores actuales, pero dicha empresa –con frecuencia establecida desde hace mucho tiempo– a menudo ha dejado de ser la mejor colocación para esa liquidez. De hecho, la liquidez debe abandonar las empresas retrógradas con futuros poco prometedores y acabar allí donde se pueda utilizarla más eficazmente y beneficie a la economía en conjunto.
La vituperación del cortoplacismo tiene gran resonancia, porque justifica la protección de aquellos a los que interesa el status quo –incluidos los trabajadores manuales con salarios altos, los consejeros delegados y los gestores superiores bien remunerados y los directores con cargos prestigiosos– contra los cambios rápidos. Para quienes tienen una situación ventajosa, el cambio puede resultar incómodo. Sin embargo, pocos son los que desean consciente o explícitamente oponerse al cambio por puro autointerés (y los que sí que lo desean no es probable que tengan éxito). Más vale que adopten lógicas más nobles, una de las cuales es el supuesto peligro del “cortoplacismo”.
Probablemente no sea casualidad que una retórica similar haya predominado durante mucho tiempo en el lenguaje empresarial y político de la Europa occidental, donde los empleados y las empresas actuales gozan de una mayor protección que en los EE.UU., pero ahora se ha abierto paso hasta la campaña para las elecciones presidenciales de este país, al haber atacado la prometedora candidata presidencial demócrata Hillary Clinton el cortoplacismo en los mercados financieros, lo que –junto con las expresiones de preocupación por el cortoplacismo por parte de expertos y reglamentadores conservadores– indica que los EE.UU. podrían ser objeto pronto de presiones mayores para que reduzcan el ritmo del cambio en el mundo empresarial y eso no es probable que sea bueno para la economía a largo plazo.
Mark Roe is a professor at Harvard Law School. He is the author of studies of the impact of politics on corporate organization and corporate governance in the United States and around the world. Traducido del inglés por Carlos Manzano.