La amenaza para la seguridad mundial de la resistencia a los antimicrobianos

Hoy día enfrentamos una dura realidad: el tratamiento y la prevención de las enfermedades infecciosas no han logrado avances de magnitud similar a la que tuvieron los primeros éxitos con las vacunas y las terapias antimicrobianas. En cierto sentido el mundo ha retrocedido, ya que microbios que alguna vez fue tratables se han tornado resistentes a las terapias disponibles y continúan surgiendo nuevas infecciones para las que no existen intervenciones eficaces.

La situación representa una amenaza grave e inminente para el mundo. Consideremos el impacto mundial de la crisis del ébola en África Oriental en 2014, o del brote de SARS en 2003, que llegó incluso a poner en peligro a economías ricas como las de Singapur y Canadá.

La aparición de una infección resistente a los antimicrobianos altamente letal y de rápida difusión tendría como resultado una cantidad de muertes incalculable y a una miseria inimaginable. Las consecuencias podrían ser de magnitud semejante a la de un ataque terrorista a gran escala: el contacto entre comunidades podría quedar bloqueado, se cerrarían las fronteras nacionales y se restringirían o incluso suspenderían los viajes. Los sistemas de salud podrían desintegrarse o colapsar, al igual que las economías.

La posibilidad de un escenario apocalíptico de este tipo sugiere que la amenaza de las enfermedades infecciosas —ya sea por microbios que desarrollan resistencia a las terapias existentes o por la aparición de otros nuevos— es uno de los desafíos más importantes que enfrenta la humanidad. No se trata sólo de un riesgo para la seguridad pública, estamos hablando de una amenaza para la seguridad nacional y mundial. Por lo tanto, es necesario encontrar una solución integral y eficaz.

La investigación y el desarrollo necesarios para producir nuevos medicamentos o vacunas llevan tiempo; a menudo, más de una docena de años. También son muy caros: cada producto nuevo cuesta cientos de millones de dólares. Por otra parte, no hay garantías de éxito; de hecho, por cada producto exitoso existen hasta nueve candidatos igualmente prometedores que fracasan.

Debido a los riesgos que esto implica, no sorprende que las empresas farmacéuticas sean muy cuidadosas a la hora de elegir sus inversiones para programas de nuevos medicamentos o vacunas y solo opten por los que prometen ganancias financieras suficientes para cubrir los costos —tanto de los éxitos como de los fracasos— y proporcionar una rentabilidad razonable sobre la inversión necesaria.

Han surgido muchas ideas para atender a este problema de inversión, como ofrecer premios a los productos exitosos, crear nuevos incentivos para las inversiones del sector y establecer mecanismos de financiamiento novedosos para apoyar la investigación y atender a las amenazas que produce la aparición de infecciones. Todas tienen sus méritos y lograrían un cierto impacto pero, en el mejor de los casos, serían avances marginales. Necesitamos una solución más ambiciosa.

Casi todos los países están preparados para canalizar un gran porcentaje de su PIB hacia inversiones para la defensa o la seguridad nacional. La amenaza mundial de infecciones emergentes o resistentes se debe considerar ante todo en ese contexto, y todos los países deben comprometerse a proporcionar el financiamiento, capital intelectual y los recursos disponibles para apoyar el descubrimiento y desarrollo, la producción, el almacenamiento y la distribución equitativa de nuevos agentes antimicrobianos y vacunas.

A menos que los países reconozcan los riesgos que enfrentan, es improbable que se embarquen en un compromiso de esta naturaleza. Puede ser de ayuda informarles que el costo estimado de los problemas derivados del surgimiento de las infecciones globales es de 60 000 millones de USD al año. Si las inversiones se realizan por adelantado, los costos totales podrían ser mucho menores.

Las inversiones de los países debieran combinarse en un fondo común para crear un una línea sustancial de productos en desarrollo para combatir las amenazas infecciosas. Hay muchas maneras de lograrlo. La más fácil sería dividir el dinero entre los científicos en entornos académicos, las asociaciones para el desarrollo de productos, las empresas de biotecnología y las grandes farmacéuticas a medida que surjan oportunidades. Esto podría permitir que los procesos existentes reciban un nuevo empuje gracias al financiamiento adicional. Desafortunadamente, la historia sugiere que esto no generaría muchos avances respecto de la situación actual de la línea de productos en desarrollo.

Una alternativa sería crear una empresa farmacéutica mundial completa sin fines de lucro, con un presupuesto de investigación igual al de las cinco principales empresas del mundo con fines de lucro, con el único objetivo de crear una línea de desarrollo de productos para atender al desafío de las amenazas infecciosas. Al igual que en las empresas con fines de lucro, los directivos y científicos necesarios para ocuparse de estos esfuerzos tendrían que ser los más talentosos disponibles y atraerlos requeriría una compensación competitiva. El equipo directivo sería responsable de su desempeño frente una junta de inversores compuesta por representantes de los países que proporcionen el financiamiento y los científicos que provean el capital intelectual.

De acuerdo con las prácticas del sector, las líneas de desarrollo tendrían que crearse a través de una combinación de investigación interna y la adquisición o el uso de licencias de las innovaciones externas. Habría que construir una infraestructura adecuada para los ensayos clínicos que no sólo permita la investigación en países desarrollados, sino también en regiones remotas donde es probable que surjan algunas de las amenazas infecciosas que enfrenta el mundo.

El trabajo de la nueva empresa se vería favorecido por acuerdos previos entre las agencias regulatorias sobre los requisitos para registrar nuevos productos, entre los dueños de la propiedad intelectual para renunciar a las regalías y entre los gobiernos en cuanto a la protección por responsabilidades de la empresa y la compensación a las víctimas de reacciones adversas inesperadas a los nuevos productos. La comunidad internacional tendría que aumentar la capacidad de producción existente, crear nuevos canales de distribución y reservar capacidad de almacenamiento para los productos sin aplicación inmediata.

De más está decir que se trataría de una empresa compleja y habría que solucionar muchos detalles, pero de alguna manera debemos dejar de lado la incredulidad y actuar ya mismo, para que una amenaza mundial inminente no nos encuentre desprevenidos. Esta es una batalla que no podemos darnos el lujo de perder.

Tadataka Yamada, a venture partner at Frazier Healthcare Partners, was previously Chief Medical and Scientific Officer and a Board Member of Takeda Pharmaceuticals. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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