La América hermana

En la cosmovisión popular española y debido a los influjos de la generación del 98, la conquista romana y también musulmana fueron excelentes para el devenir de la sociedad y el progreso de España. En ningún caso se sustenta cómo al Imperio romano le costó doscientos años la conquista de la Península Ibérica, ni la violencia con la que los musulmanes subyugaron a los pueblos ibéricos del Estado visigodo que se atrevían a oponerse a su espada.

Se habla poco de la colonización griega, circunscrita a términos positivos, mientras que de la fenicia apenas hay referencia en el imaginario colectivo. Una de las primeras cosas que aprendí es que los acontecimientos históricos no se juzgan, se interpretan. Se sostiene ad-infinitum que la trilogía agraria de vid, olivar y campos de trigo son logros del Imperio romano. Y la huerta española de excelente producción es creación pura arábiga. Son pivotes de narrativa popular anclados a hierro y fuego en nuestra conciencia colectiva. Nadie, por el contrario, habla de la brutalidad sanguinaria de la dominación de los imperios citados.

Pero cuando se trata de la conquista y colonización española de América, la cosmovisión global es distinta. Así, en el horizonte aparece la estela según la cual los conquistadores al servicio de la Corona española hicieron genocidio de los pobladores originarios americanos. La probanza demográfica de que esto no aconteció es el elevado número de nativos, mestizos y mulatos que en América se asientan. Véase, por el contrario, la tragedia de los indios norteamericanos exterminados en su práctica totalidad en la conquista del oeste, en el siglo XIX, o la limpieza étnica que realizaron los ingleses en Australia y Nueva Zelanda con los maoríes hasta bien entrado el siglo XX.

Sabemos que cualquier asiento colonial ha sido violento, como lo fue la toma de América por España, que no genocida. Se tiende a idealizar la existencia de los pueblos pre-colombinos de América, a los que se dibuja como pertenecientes al paraíso terrenal. Se insiste en su alta capacidad de observación astronómica y de su conocimiento matemático, y en las ampulosas pirámides arquitrabadas que construyeron. En mi opinión, una catedral gótica contiene progresos y novedades técnicas de elevado y superior rango.

Se calcula, de forma general, que el promedio de ejecuciones en el imperio azteca estaría en las cien mil anuales con fines ceremoniales. El holocausto más grande conocido por la humanidad en menor tiempo tuvo como protagonista al imperio azteca en 1487 cuando, en la inauguración de la pirámide de Tenochtitlán, se sacrificaron a 80.400 personas en un día para calmar la ira de los dioses. Además, aztecas e incas desarrollaron la nefanda costumbre de comer carne humana.

La esclavitud y la violencia extrema sobre otros pueblos enemigos de los aztecas, mayas e incas fue ampliamente desarrollada para ser la base de estos sacrificios y comida, y como abundante mano de obra para la ejecución de sus impresionantes construcciones. Y este es el mundo que se encontraron los españoles en 1492, y no el idealizado que esbozan sus apologetas. La historiografía científica afirma que la conquista de estos imperios por escasos grupos de españoles dependió del apoyo masivo de otras tribus enemigas de esos imperios.

Otro hito repetido es el oro y la plata que los españoles se llevaron de las minas de América. Nunca se cita, por cierto, la destrucción y la extracción por parte de los romanos de las minas de la península. Según Earl J. Hamilton, entre 1501 y 1650, España extrajo de América 16.900 toneladas de plata y 181 de oro. Entre los máximos productores mundiales de Iberoamérica sacan al año unas 25.000 toneladas de plata mientras que España, en los ciento cincuenta años acotados, envió a Cádiz y Sevilla 17.000 toneladas.

Otra falacia habitual del imaginario colectivo es que el oro y la plata que salía de América era robado por piratas y corsarios. Pues bien, entre 1540 y 1550 solo se perdió el 4,71% de los buques, casi siempre por tormentas y en raras ocasiones con carga valiosa. Solamente el almirante holandés Pieter Heyn, en la bahía de Matanzas (Cuba), logró apoderarse de cuatro galeones de la flota del tesoro en 1628 mientras que el Galeón de Manila que hacía el tránsito anual entre el Virreinato de Nueva España (Acapulco) y Manila en Filipinas solo fue apresado una vez en el siglo XVIII por una armada británica.

España contribuyó a la construcción de América. Primero, con un orden social nuevo sobre la base del derecho grecolatino y los valores del catolicismo, a la vez que puso fin a la sangría de sacrificios humanos y a la antropofagia. Se estructuró un espacio de modernidad institucional y urbanística, con peculiaridades propias pero de forma simétrica a la metrópoli. Un país que vivía en auge científico y el protagonismo de la globalización económica en la época de la conquista de América, que anula el retraso y la sociedad medieval de la que venían aquéllos que participaron de esta empresa colonizadora como, a veces, se sustenta. Las Leyes de Burgos de 1512 y las de Indias de 1542 manifiestan la protección de la Corona a los indios nativos. Con el padre Las Casas surge el concepto jurídico de Derechos Humanos y con el padre Vitoria, el derecho internacional.

El cuerpo de valores de la evangelizción mantuvo unidas a las mismas poblaciones de ambos hemisferios en un proyecto humanista común. Pero todas estas cuestiones chocan, empezando por un sector de la población española que ha asumido las tesis del genocidio y el saqueo de metales preciosos. Esto es así en nuestro solar porque los españoles somos autodestructivos per natura, más con nuestra historia. En el ámbito académico de manera tímida y a la luz de la arqueología y evidencias documentales, estos argumentos están decayendo. Llevo insistiendo, desde hace veinticinco años, en la necesaria unión identitaria del mundo hispánico en torno a nuestras naciones hermanas. Soy pesimista, aunque, de conseguirlo, nuestras economías irían mejor y estaríamos en paz con nuestra historia, a la que despojaríamos de hitos simples y falsarios de notable utilización política.

José Manuel Azcona es Catedrático de Historia Contemporánea de la URJC.

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