La amnesia histórica: médicos de la Guerra Civil

Durante toda esta legislatura hemos venido retorciendo, hasta extraer la última lágrima de hiel, el concepto y el propósito de la ley de la memoria histórica. En España, y de ella con más nitidez en Andalucía, se ha desarrollado la capacidad de entender no lo que se dice, por bien expresado que esté o académicamente exacto que se redacte, sino lo que supuestamente querrán decir con lo que escribieron o dijeron sin decirlo. O sea, que si leemos blanco pensamos que quieren decir negro. Antinomias, desconfianza, retorcimiento, mala fe o en el mejor de los casos la deformación creada por un particular sentido del humor: 'Vamos a pegarnos un latigazo', dicen los costaleros para salir de debajo del sayo del santo e irse a la tasca próxima a tomarse un lingotazo.

Esta particular forma de ser ha generado demasiadas suspicacias entre pueblo y parlamentarios que no hicieron la propuesta: no es reivindicar la dignidad de los vencidos olvidados aún en el lodazal de una cuneta, que también luchaban por su patria, lo que se pretende reconocer: no, eso no es, lo que ahora pretenden satisfacer es la revancha encubierta de generosidad, contra los vencedores de aquella contienda.

Esa desconfianza sobre acciones o decisiones plausibles del adversario político en nuestra democracia lleva a veces a situaciones inverosímiles. Tanto es así que por el afán de ejercitar la memoria digna, con el menor riesgo de la duda del adversario, se cae en la amnesia histórica de los hechos que no interesa remover. O lo que es peor aún, la falacia histórica, que es una mentira como un camión, pensando que jamás será descubierta. En el Arco del Triunfo de París están reseñadas todas las batallas que ganó Napoleón y entre ellas está la de Bailén, cuando, según nuestros historiadores, aquí le zurraron la badana de forma espectacular.

El profesor Clavero comentaba en una entrevista recientemente realizada en Canal 2 Andalucía que se le alababa sólo a él el gesto que tuvo dimitiendo como ministro cuando se le negó a Andalucía acceder a comunidad autónoma por la vía rápida, y se olvidaban de un grupo de andaluces que tomaron decisiones similares a la suya.

Nombrado ministro de Educación, González Seara irrumpió con una propuesta en la prensa diaria para que fueran nombrados catedráticos extraordinarios de la Universidad española once intelectuales que, según él, habían sido marginados de ella por motivos políticos durante el régimen franquista. Aquí la falacia histórica le hizo una mala pasada al señor ministro, pues al día siguiente, haciendo uso del derecho de réplica, dos de los once citados escribieron sus respectivas cartas afirmando que ellos no habían sido marginados de nada porque nunca habían pretendido pertenecer a tan erudita institución. Y si no me falla la memoria, estos fueron Caro Baroja y Julián Marías. Y de los otros nueve había algunos cuyo tropiezo fue más por luchas doctrinales de escuelas antagónicas que dominaban los tribunales que órdenes traídas por el motorista del Pardo.

Durante la legislatura que ha finalizado, los españoles nos hemos hartado de este juego infantil pero peligrosísimo de ping-pong en que han convertido la dialéctica parlamentaria: y ora que si habéis dialogado con ETA y yo digo que no hemos dialogado. Ora que la memoria histórica es sólo para hacer justicia. ¿No será, más bien, para airear los trapos sucios del contrario? Y con el 11-M, sin respetar a jueces, víctimas, ni españoles de bien, han estado tirando de la mochila que era la que contendría, al parecer por el empeño que en ello pusieron, el DNI del que iba a resucitar a los que asesinaron.

No quisiera que en la nueva 'hégira' empezaran los debates en donde ahora los dejaron y volvieran, aún no solucionado, a llevar para acá o para allá los restos del abuelo de Carmencita 'mira quién baila'. Él mismo dijo que aquello lo mandó hacer para los caídos y precisamente él no cayó, murió en la cama posando para su yerno el marqués, o sea, que se autoexcluyó de Cuelgamuros y no ha lugar manteniéndolo allí a llevarle durante más tiempo la contraria.

Epílogo

Eran las dos de la madrugada cuando los dos aldabonazos del portón retumbaron por toda la Sierra Mágina. Una voz salió por la ventana que se entreabrió:

-¿Quién es?

-Que venga don Francisco, la mujer del 'Bolsillones' se ha puesto de parto -contestaron.

Mientras metía el instrumental en su maletín, su mujer le rogó:

-No vayas, te van a matar.

-No te preocupes -le contestó-, esta vez no será, la Felisa está salida de cuentas, es primípara y estrechita; va a ser una faena difícil.

-¿Te encontrarás con el marido!

- Yo voy a ayudar a la madre y a su hijo, no voy a vengar a mi padre. Acuesta a los niños en nuestra cama y duerme. Será largo.

Por la rendija de la ventana, a pesar del frío, fue viendo cómo desaparecían las estrellas y empezaba a clarear el día. Rezando un rosario tras otro esperaba oír los disparos que acabaran con la vida de su marido. Custodiado por los dos milicianos, por fin en esa noche interminable, como una más, vio venir a su marido con el maletín en la mano.

- ¿Qué tal?

- Bien, un niño más grande que la madre.

- ¿Estaba el 'Bolsillones'?

-Sí, le dije que si quería que no me temblara el pulso se saliera de la casa.

Otras noches las salidas eran con más riesgo, saltaba por las tapias posteriores de los corrales de la casa y desaparecía. En esas ocasiones burlaba a los carceleros que dormían en el zaguán. Condenado a muerte por ser de derechas, lo vigilaban para que no escapara, aunque él nunca habría abandonado a sus pacientes. No lo ejecutaron porque no tenían más médicos. En esas ocasiones iba a lugares secretos donde estaban escondidos curas y algunos de derechas que habían caído enfermos y no podían seguir la huida hacia la zona nacional. Los médicos que estaban al otro lado hacían a la inversa: recibían en su consulta a rojos camuflados, a sus mujeres y vacunaban a sus hijos. Cuando les avisaban confidencialmente de que alguno no podía salir o estaba muy grave, se escabullían para ir a verlos a sus escondrijos. Junto a las medicinas les llevaban alimentos y dinero.

Se han dado cifras de los muertos que cayeron por las balas entre ambos frentes, pero a nadie se le ha ocurrido pensar: ¿Cuántos en las zonas civiles habrían muerto si los médicos hubieran huido o se hubieran negado a atender a los que no eran de su color? Fueron los médicos los que pertenecen a la amnesia histórica. Los médicos curaban sin preguntar al enfermo, aunque lo sabían, de qué bando era. Aparte de su ideología, había una fuerza mayor que les obligaba a añadir una cuota más al riesgo de perder la vida. Sanar estaba por encima de esa circunstancia sin limitarla con banderías. Los que fueron sorprendidos también fueron fusilados.

Y ya que estamos en campaña electoral, es de ese espíritu del que deben impregnarse los políticos para que creamos en ellos -que ya empezamos a desconfiar-: los asuntos de Estado y los que atañen de forma directa a los ciudadanos, por encima siempre del partido, de la ambición personal, de la seguridad en el cargo, del farol o del trampantojo de los Aves para unos pocos privilegiados (tanto criticar y ahora están haciendo con el 'chacachá' del tren más ruido que Franco con los pantanos).

Y, como hiciera mi padre: «Yo traigo al mundo a ese niño aunque su padre flagelara al mío y después me fusile a mí».

Rafael Martínez Sierra