La anestesia de Gadafi

Cuando uno llegaba a Trípoli recibía la impresión de hallarse ante el decorado de una película ambientada en los años cincuenta. Paredes desnudas, escaparates con prendas hace tiempo pasadas de moda, ausencia de anuncios publicitarios. La tristeza impregnaba el ambiente y aparte de la visión del mar en el horizonte todo era gris como en una película en blanco y negro escasa de presupuesto.

En el paseo marítimo, por cierto en semipenumbra, se alzaban los grandes hoteles para ejecutivos extranjeros pero faltaban hoteles de categoría media para turistas. Era fácil orientarse y uno no corría el riesgo de perderse; sin embargo, la ciudad proseguía su existencia bajo anestesia local y general. No había vida nocturna. Todas las mujeres, fueran o no jóvenes, llevaban velo que les ocultaba el cabello. Los hombres, vestidos en tonos oscuros, mostraban un semblante más bien triste y sombrío de molesta visión. Al salir de la ciudad, por la carretera que conduce a las ruinas históricas de Sabratha, eran bien visibles vallas publicitarias con la foto del líder Gadafi. Era una carretera poco transitada. La gente no tenía adónde ir. Dada la distancia entre Trípoli y Bengasi –unos mil kilómetros– valía la pena tomar el avión.

En todo caso, lo más desolador es haber mantenido a la población libia en un estado de letargo en que la existencia se ha reducido a lo más elemental: el trabajo, la casa. Los escasos tripolitanos con recursos frecuentaban los bares de los grandes hoteles. Los demás veían en casa el único canal de televisión permitido por el Estado. Los libios han mirado a Gadafi, han bebido y comido Gadafi hasta que ha llegado el día en que se han puesto a vomitar Gadafi. Trípoli era la capital de la demagogia revolucionaria: el pan, la leche, el aceite, el azúcar y otros productos de primera necesidad se vendían a precio simbólico y la vivienda era, en principio, de quien la habitaba. Todo, pues, a las mil maravillas... La Jamairiya (república de las masas) subvenía a las necesidades del pueblo. ¿Qué más podía este desear?

Tuve ocasión de conocer hace tiempo a un profesor libio, de gran formación y contagiosa simpatía. Antes de partir, le dije: “Por si viene a París, le doy mi dirección”. Me respondió, sonriendo: “No me arriesgo a desplazarme a París, nunca lograré reunir suficiente dinero para costearme este viaje; mi sueldo es tan bajo que habría de ahorrar varios años para poder salir de Libia, y eso suponiendo que la policía me dejara salir”.

La dictadura de Gadafi no presentaba más que incoherencias y extravagancias; además, era un verdadero régimen de esclavitud diaria de la gente y todo el mundo había de hacer lo mismo. Gadafi logró paralizar el pensamiento y disuadir (asesinándola) toda forma de oposición. Rebajó la capacidad de juicio a un nivel ínfimo.

Ahora que este personaje de mal agüero cae (caerá como el régimen de Sadam, desintegrándose), dejas tras sí un pueblo en pleno desamparo que no se halla preparado para el porvenir, carente de habilidad y práctica política. Los libios habrán de pasar a una sala de reanimación de un gran hospital a un inmenso espacio de libertad. Habrá que ayudarles y acompañarles, pues la maldición gadafista es cruel: aun muerto, aun ahorcado como Sadam, Gadafi dejará el rastro de su patología.

Un joven soldado de las fuerzas armadas libias, deseoso de convertirse en actor de cine, envió una vez su fotografía a una revista egipcia que dedicaba atención a las vidas de actores y actrices. Nadie había reparado en este aspirante al mundo del espectáculo. Invirtió entonces sus energías en imitar su modelo político, el rais egipcio Gamal Abdel Naser. Fue así como decidió dar un golpe de Estado y tomar las riendas del país.

El historiador magrebí Ibn Jaldún (Túnez, 1332-El Cairo, 1406) estudió la estratificación de la sociedad árabe en la que descubrió una especie de vínculo indestructible que denominó asabiya (fuerza de unión que cohesiona el grupo o la comunidad), un vínculo que hace la fuerza y posibilita la continuidad de las tribus que integran una sociedad. Gadafi basó su sistema de poder sobre este concepto de asabiya. Instauró un equilibrio entre las distintas tribus dando a unos y otros una parte de poder en tanto que él conservó el auténtico poder al considerar que se hallaba por encima de posibles luchas y conflictos. Su gobierno se componía de líderes de estas diferentes tribus, cuyos intereses sabía contraponer hábilmente mientras procuraba aislar a la única tribu que se le oponía directamente, la tribu de Warfala asentada en el este del país, en la zona de Bengasi. Esta tribu intentó dar un golpe de Estado en 1993, intentona ahogada en sangre. De ahí que el viento de la rebelión haya provenido de Bengasi.

En el cine, Gadafi sería hoy un actor envejecido sin porvenir. En política, se ha convertido en un asesino cuyo nombre retendrá la historia, aunque sólo sea para escupir sobre él.

Dicho esto, Trípoli y los emplazamientos arqueológicos de este país, como por ejemplo Sabratha, fundada en el siglo V antes de Jesucristo; Leptis Magna, Oea (ciudad antigua), Cirene, Barca, etcétera (conservados con pericia por arqueólogos italianos y franceses), harán de Libia uno de los destinos turísticos más solicitados en la próxima década.

Por T. Ben Jelloun, escritor, miembro de la Academia Goncourt. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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