La angustia por el aislamiento se combate en comunidad

Dos vecinos en aislamiento hablan en Madrid, España, el 19 de marzo de 2020. (MARISCAL/EPA-EFE/Shutterstock)
Dos vecinos en aislamiento hablan en Madrid, España, el 19 de marzo de 2020. (MARISCAL/EPA-EFE/Shutterstock)

El mundo está cambiando a una velocidad tremenda por el coronavirus COVID-19, y uno de sus lados más terribles es que, debido a la alta probabilidad de contagio, los otros —colegas, amigos, parientes— se convierten en una posible amenaza para nuestra vida. Las medidas que se están tomando en casi todo el mundo son para preservar la salud física pero el distanciamiento social y la reclusión, necesarias para limitar la propagación del virus, son también un ataque a nuestra naturaleza social, que necesita del apoyo de los otros para sobrevivir.

Una pandemia como la que enfrentamos requiere de la misma solidaridad que la vivida después de un ataque terrorista o un terremoto. Fortalecer el sentido de comunidad es una de las variables que reducen la severidad y la duración de las respuestas traumáticas a eventos estresantes como los que hoy azotan al mundo. A la vez, debemos prepararnos para pasar más tiempo a solas.

El desarrollo de la participación comunitaria y no solo la búsqueda del bien individual será la clave para poder tomar mejores decisiones. Este es un buen momento para poder estar bien con uno mismo y, al mismo tiempo, buscar formas alternativas de conexión para no sentirnos solos ni aislados.

Hay que entender lo que significa el aislamiento y sus posibles riesgos. Uno de ellos es que, al perder el contacto continuo con los demás, la mente entra rápidamente en un modo defensivo, lo cual vuelve amenazante todo lo que venga de afuera. Ocurre también una despersonalización, que es la pérdida progresiva de la identidad. Sin interlocutores, el sentido del yo —que siempre es social— se desdibuja.

Las emociones también sufren una especie de adormecimiento, pues la vida social necesita de práctica y sin ella se van perdiendo las habilidades sociales. Muchos bromean diciendo que desde antes del coronavirus practicaban el aislamiento social como estilo de vida. Estas declaraciones pueden ser en realidad una defensa para ocultar que esas personas no se sienten libres ni cómodas en presencia de otros, y que han recurrido a su casa como un refugio. Hay que salir aunque sea un poco de la zona conocida, especialmente en situaciones límite como estas. Quienes están acostumbrados a no hablar con nadie durante semanas, podrían cambiar un poco esta práctica durante esta contingencia en la que todos vamos a necesitar de los otros.

Hay que entender y tolerar esta incertidumbre, preocuparnos por los demás y mantenernos informados. Cultivar con insistencia un sentido de conexión y comunidad se ha convertido en estos días en un instrumento imprescindible para enfrentar la pandemia. La angustia por aislamiento se combate no aislándose emocionalmente, sino buscando y cultivando grupos de pertenencia —que pueden ser digitales— a los cuales recurrir para compartir vivencias y cuidados.

Estos también deben ser días de responsabilidad ciudadana colectiva. Necesitamos más que nunca tomar la iniciativa y hacernos cargo de nuestra salud y la de los demás. Ser responsables del bienestar de los otros es una de las enseñanzas que nos han dejado los países donde la cuarentena va avanzada, además del valor de la contención psicológica que una comunidad bien organizada puede darnos.

Después de subestimar la crisis sanitaria, los españoles y los italianos se han organizado para apoyar al sistema de salud con aplausos, para cantar juntos, para comunicarse de balcón a balcón, ayudar a los más vulnerables a hacer las compras y así sentirse menos angustiados.

Hay que poner especial atención a que los más abrumados por la soledad y el silencio pueden ser los adultos mayores, quienes manifiestan confusión, miedo y ansiedad. Además, son los más vulnerables a contraer el virus y enfermar gravemente. Su soledad es peor porque sus hijos, nietos y cuidadores intentan visitarlos menos para no contagiarlos. La mayoría de ellos no saben usar internet o los teléfonos inteligentes. Hay que llamarlos por teléfono todos los días y enseñarles, si lo permiten, a usar las formas de comunicación digital con las que puedan estar en contacto. Esto puede darles contención y hacerlos sentir queridos. Hay que explicarles que la distancia física tiene como único objetivo cuidarlos del contagio, y que en este momento esa es la máxima expresión del cariño.

A la vez, hay que evitar la negación y la minimización de las circunstancias, por más angustiantes y persecutorias que resulten, y aceptar que son distintas ahora y hay que nombrarlas y enfrentarlas.

En la mayoría de los países el daño más grande lo han provocado quienes niegan radicalmente que el virus pueda causar daño y que creen que no son necesarias las medidas de prevención. Su negación es la indiferencia hacia el bienestar de los otros. En el otro extremo se encuentran quienes se dejan dominar por el pánico y toman medidas egoístas e irresponsables como comprar lo que no necesitan, dejando a los más vulnerables sin abasto.

El miedo es la emoción más congruente con todo lo que está pasando y quizá tengamos que aprender a vivir con ella durante semanas o meses. Lo excepcional de este momento es que será un miedo compartido por todo el mundo. Una globalización del miedo en la que cada individuo será esencial para el bien común y la comunidad deberá cuidar a cada uno de nosotros.

El escritor italiano Stefano Massini publicó un “Alfabeto del contagio emocional”. La primera palabra resuena para muchos en este momento: A, de ansiedad. En ella, dice: “El miedo es una herramienta formidable que la naturaleza nos dio para prevenir el peligro objetivo pero, por el otro lado, también surge de percibir como cierto algo con connotaciones inciertas. Nace de nuestra ceguera psicológica y de la desorientación”. Hay que aprender entonces a distinguir que el mundo está en distintos grados de alarma, y por lo mismo a diferenciar lo urgente de lo que no lo es.

Al tener que quedarnos obligatoriamente en casa, será difícil pensar en algo más que no sea el miedo al contagio, pero habrá que tener solidaridad y sentido de comunidad para no abandonar al extraño que sufre. En momentos así somos capaces de los peores egoísmos, pero también de grandes actos de bondad. La solidaridad, la comunidad y la empatía serán claves en los días por venir.

Valeria Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa, y conferencista sobre bienestar emocional. Su libro más reciente es ‘El misterio de la mente y las emociones’.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *