La anormalidad de la Bolsa china

La Bolsa china ha vuelto a hundirse, esta vez un 8,5%, la segunda mayor caída del mercado en un solo día, y la mayor desde la crisis financiera global. Y este paseo en la montaña rusa todavía no terminó.

Pero en realidad, el mercado accionario chino se parece más a un casino que a un parque de diversiones. El 85% de las transacciones las realizan inversores minoristas, a diferencia de otros grandes mercados, donde los principales actores son inversores institucionales, relativamente bien informados.

El resultado, como no podía ser de otro modo, es un mercado extremadamente volátil, donde los rumores y las emociones influyen demasiado sobre los precios. Y esa volatilidad también es un motivo para aplicarle la metáfora del casino: el mercado accionario chino puede tener alzas o caídas de dos dígitos sin provocar un colapso económico generalizado (al menos, hasta ahora). Por ejemplo, el crecimiento del PIB chino no se vio afectado cuando la Bolsa perdió la mitad de su valor entre 2001 y 2005 (de hecho, la economía creció en ese lapso a casi el 10%), ni tampoco cuando más tarde el mercado se recuperó (sólo para volver a hundirse tras la crisis financiera de 2008).

Desde entonces, el mercado accionario chino estuvo comparativamente flojo, hasta el año pasado, cuando se convirtió en el más rendidor del mundo, con un aumento superior al 150%. Aun así, sigue comportándose como una montaña rusa: la caída del 8,5% se produjo después de la reapertura del mercado el lunes posterior a la mayor alza de dos días consecutivos desde 2008. La cual fue precedida por una pérdida de casi un tercio del valor del mercado entre mediados de junio y principios de julio.

Esta volatilidad acentúa la magnitud del desafío de asegurar un proceso fluido de liberalización financiera en China. Aunque una amplia intervención gubernamental, que prohibió algunas ventas de acciones y congeló las transacciones para la mayor parte del mercado, logró un repunte de los precios, es improbable que eso baste para evitar otro colapso.

Esto se debe a que el mercado accionario chino no es totalmente líquido ni globalmente integrado. Además, está dominado por dinero cautivo perteneciente a ahorristas chinos (pequeños inversores). De hecho, sólo después de 2009 la mayor parte de las acciones en las bolsas chinas se hicieron negociables. Hasta las reformas iniciadas en 2005, dos tercios de las acciones eran no negociables y estaban en poder de empresas estatales o personas jurídicas, generalmente entidades bajo control del Estado. De hecho, de las empresas chinas que cotizan en bolsa, las privadas todavía son minoría, aunque hoy menos del 30% de las acciones no son negociables.

Claro que esto provocó una enorme inyección de liquidez en estos últimos años. Pero China también impone restricciones de cuenta de capital a los flujos de inversiones de cartera, con lo que sus mercados accionarios se mantienen relativamente cerrados. Hasta el reciente lanzamiento del corredor Shanghai-Hong Kong, que conecta ambos mercados, los inversores internacionales no podían comprar directamente acciones de clase A en las bolsas continentales. Las compras directas siguen sujetas a una cuota, implementada mediante “licencias para inversores institucionales extranjeros calificados” que se dan en número limitado.

Del mismo modo, dejando a un lado a los más ricos que pueden aprovechar conexiones personales y otros recursos, los cientos de millones de ahorristas chinos ordinarios de la nueva clase media no tienen acceso fácil a los mercados globales. Además el rendimiento de los depósitos es bajo (e incluso fue negativo), y el sistema financiero, dominado por el Estado, ofrece pocos productos diversificados. En consecuencia, las principales inversiones disponibles para esos inversores son las inmobiliarias y las acciones de empresas chinas.

Pero el mercado inmobiliario se paralizó cuando el gobierno restringió el crédito por temor a una burbuja, y el único lugar que les quedó a los ahorristas de clase media para poner su dinero fue el mercado accionario. El auge que siguió es la imagen reflejada de la pauta que se dio entre 1998 y 2001, cuando se liberalizó el mercado inmobiliario y las acciones cayeron.

La gran pregunta ahora es si la volatilidad reciente se extenderá a otros mercados de activos y a la economía real. Que la caída de dos dígitos en el Índice Compuesto de Shanghai registrada desde junio no haya provocado una crisis económica se debe ante todo a que menos del 10% de las familias chinas invierten en bolsa, y menos del 15% de los activos familiares están en acciones.

Pero incluso si una pequeña fracción de familias chinas ven caer el valor nominal de sus inversiones, son decenas de millones de personas. Esto inquietó al gobierno tanto como para tomar medidas, entre ellas flexibilizar la prohibición de usar activos inmobiliarios para satisfacer el ajuste del margen de garantía exigido a los ahorristas que invierten a crédito en “cuentas de margen”.

De hecho, se cree que el derrumbe del mercado se debió a la restricción gubernamental a ese tipo de inversiones, sumada a la pérdida de confianza provocada por la caída de los mercados globales. Y eso también es característico de los mercados dominados por pequeños inversores, donde se extiende un comportamiento de “rebaño” que impulsa grandes auges y caídas, porque cada persona cree que los otros están mejor informados.

El resultado, como estamos viendo, es que una ligera caída de precios puede convertirse fácilmente en estampida. Y que el gobierno intervenga para impedir la huida del mercado no sirve. Hasta que la Bolsa china se abra y su base institucional se vuelva predecible, la volatilidad será su única pauta.

Linda Yueh, the author of China’s Growth: The Making of an Economic Superpower, is Fellow in Economics, St. Edmund Hall, University of Oxford, and Adjunct Professor of Economics at London Business School. Traducción: Esteban Flamini.

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