La apasionante aventura de aproximarse a la Historia

Es digno de celebrarse que la revista La Aventura de la Historia haya alcanzado el número 100, después de casi 10 años de éxito editorial, fundado en la preferencia de los lectores. Es muy importante, en la España de hoy, que los historiadores sepamos hacer compatible nuestras investigaciones sobre aspectos del pasado con la capacidad de síntesis necesaria para divulgar sus resultados. Sólo así podremos influir en que el estado de opinión se funde en lo que resulte de investigar en las fuentes de conocimiento utilizadas por los investigadores y en tratar la información que proporcionan con los métodos científicos disponibles.

La Aventura de la Historia es un título conveniente, porque investigar el pasado y darlo a conocer es una verdadera aventura que tantas veces emprendemos los historiadores hacia algo de lo que sólo tenemos noticias vagas, imprecisas, cuando no versiones que, utilizando la lógica, nos hacen pensar previamente que tergiversan la realidad histórica. Cuando es así, condicionan y hasta determinan actitudes y acciones, a veces contrarias al interés general, en cuanto que pueden ser el origen de enfrentamientos, con la secuela de la violencia y el terror. Por ello, ser hipercrítico de las versiones recibidas, ir a las fuentes y llegar a un nuevo conocimiento es la mayor ambición que puede tener un historiador. El conocimiento nuevo que resulta de la investigación, si se difunde, queda a disposición de los lectores para que cada uno enriquezca su acervo cultural.

Como interesados en el acontecer en el pasado, los historiadores siempre queremos informarnos, por todos los medios a nuestro alcance, sobre aspectos que queremos analizar, con la esperanza de que con ello podamos contribuir a que se consiga un mejor conocimiento del presente. El acontecer contemporáneo nos muestra cada día lo que importa el análisis del pasado, sin prejuicios que puedan dar lugar a versiones utilizables para las controversias y proyectos de políticos, tantas veces sólo guiados por el afán de poder y de dominación. En otras ocasiones, se tergiversó sin conciencia de ello, por no haber tenido conciencia de la realidad en la que se vivía.

Son muy numerosos y variados los ejemplos que pueden ofrecerse de cómo en revistas, periódicos, mítines, discursos y conferencias se difundieron versiones sobre el pasado y sobre el presente contrarias a las realidad histórica y a los datos y cifras que nos informan sobre el acontecer contemporáneo. Uno de esos ejemplos más notables es el de la literatura regeneracionista en la España de finales del siglo XIX, con manifestaciones durante los tres primeros decenios del XX. Desde Valera, Unamuno, Macías Picavea, hasta Ortega y Marañón, pueden darse ejemplos de la incapacidad de comprobar que vivían en una España que, en lo económico, experimentaba un notable desarrollo, generado durante el siglo XIX y con tasas de crecimiento cada vez mayores en los primeros decenios del XX, a la vez que asistían a un florecimiento científico y cultural que ha venido en designarse edad de plata de las letras españolas. A pesar de ser ésta la realidad, Ortega, Marañón y Pérez de Ayala no se interesaron por las cifras que medían el crecimiento económico y el bienestar general de sus compatriotas. Prefirieron dar cuenta de que asistían, según ellos, a los estertores de la que llamaron Monarquía de Sagunto, y de que el «Estado tradicional había llegado al grado postrero de su descomposición». Publicaron el manifiesto en El Sol, el 10 de febrero de 1931. La economía estaba pujante, el desarrollo cultural alcanzaba sus más altos niveles. La vitalidad del país era máxima. No supieron ver nada de esto.

Los resultados de las investigaciones de los historiadores pueden ser -o no- difundidos en los libros de texto que estudian los alumnos, desde la primera enseñanza hasta la universidad. Ocurre a veces que los autores de las síntesis evitan dar cuenta de lo que resulta de investigaciones hechas con métodos científicos, por preferir divulgar tergiversaciones interesadas del pasado. Las motivaciones políticas de estas actitudes son bien conocidas, por lo que no es necesario que trate de ellas aquí. Con las enseñanzas de geografía, que parece habrían de ser más objetivas, se incurre en parcialidades análogas.

La Real Academia de la Historia publicó en junio del año 2000 un informe sobre los libros de texto en los centros de enseñanza media, tras analizar cuidadosamente su contenido. Se quiso hacer una radiografía que informara de cómo se trataba el pasado en los libros que estudian los alumnos y que contienen -con las explicaciones de los profesores-, lo esencial del conocimiento que reciben. Otra parte, proviene de las versiones que les dan sus profesores, y que depende de su independencia y capacidad de síntesis.

Es sabido que, en la infancia y en la primera juventud, lo leído y lo que dicen los profesores se recibe como artículo de fe, al no tener información alternativa ni capacidad para rebatir lo que oyen y lo que estudian. Los alumnos, incluso los de las universidades, tienden a preferir que se les de información cierta; que se les hagan exposiciones sobre las que no quepa duda. Prefieren que se les den -valga la redundancia- «verdades ciertas». Quieren certezas, y suelen rechazar cuanto se les diga sobre polémicas y puntos de vista distintos, quizá porque con ello se les fomenta su inseguridad.

Quienes tergiversan la Historia saben muy bien la eficacia didáctica de las simplificaciones. Son maestros en presentar versiones falsas de un pasado que inventan según sus conveniencias. Suelen consistir esas versiones en esquemas sencillos en los que predomina un victimismo que tiene como resultado el rechazo y el odio a supuestos dominadores, a quienes suelen considerar los causantes de sometimientos y males pasados y presentes.

El informe de la Real Academia de la Historia sobre los libros de texto fue muy bien recibido por padres de alumnos que sufrían en sus hijos las deficiencias en el estudio de la Historia o las tergiversaciones interesadas. Fueron muchos los padres que se dirigieron a la Academia, por medio de cartas, informes y hasta por llamadas telefónicas, para felicitar a la corporación por haber decidido tratar del delicado y complejo asunto de la Historia en la enseñanza media. También se publicaron artículos en los periódicos en los que se elogió la ecuanimidad y la mesura de la Academia al escribir el informe. No faltaron los detractores de siempre. Algunos de ellos, que, por cierto, gozan de gran prestigio, dieron su dictamen negativo, condenatorio, sin ni siquiera haber leído el informe.

La convicción de que las versiones tergiversadas del pasado conducen a provocar conflictos en el mundo de hoy es cada día más general. Me sorprendió gratamente en su día la lectura de un inteligente artículo del novelista Antonio Muñoz Molina en el que trata de las enseñanzas de la Geografía y la Historia en diversas partes del mundo, de las tergiversaciones y ocultaciones en los mapas que se colocan en las paredes de las aulas de escuelas y colegios, y en los que se incluyen en los libros de texto de las que él llama «taifas españolas». En ellos, «el espacio minucioso que consideran propio» limita con el vacío. Se llega, incluso en los que tienen su origen en el «patriotismo más belicoso», a añadir al «mapa legal» el de las regiones que pertenecieron «a la nación autóctona en su sagrada y remota antigüedad».

Recientemente, el 27 de enero de este año, Muñoz Molina ha vuelto a tratar de «la geografía fantástica» que se corresponde con el «delirio lingüístico»; de que esos delirios, en lo concerniente al territorio, suelen ser un delirio de grandeza. Pone el ejemplo de los mapas del País Vasco en los que se incluye como partes que lo integran Navarra y una zona del sur de Francia. También los de una Cataluña ampliada y los de una Galicia que incluye territorios limítrofes. Estos hechos explican que se haga enseguida la comparación con la política educativa de los nazis alemanes, que tanto utilizaron la geografía y la arqueología en la enseñanza y en su propaganda. Muñoz Molina piensa que «un mapa puede ser tan mortífero como una epidemia», en cuanto que estimule a que se acepte el empleo de las armas en defensa de los planteamientos que se reflejan y se representan valiéndose de la geografía.

Se discute hoy sobre la necesidad de controlar las armas nucleares, las químicas y las bacteriológicas. También habría de tratarse de cómo desterrar las tergiversaciones que se difunden en los libros escolares de Historia y de Geografía. Si se consiguiera, es seguro que avanzaríamos los humanos en el camino del entendimiento y de la civilidad.

Gonzalo Anes y Alvarez de Castrillón, presidente de la Real Academia de la Historia.