La apuesta kurda de Erdogan

El conflicto en Oriente Próximo no solo amenaza la seguridad sino la existencia misma de varios de sus estados. Siria, Irak, Líbano y otros países, que se encuentran hoy sumidos en guerras sectarias, corren el riesgo de fragmentarse en subestados étnicos, transformando una región cuya geografía política se trazó hace cerca de un siglo.

Ante la situación regional, el Primer Ministro turco Recep Tayyip Erdogan ha ideado un audaz plan para reforzar la reputación regional de su país y ampliar su propio dominio político en el frente interno. Ante el fin del límite de tres mandatos como primer ministro, que él mismo se impuso, tiene la intención de cambiar la constitución turca para introducir un sistema presidencial en que desempeñaría el puesto de mandatario y contaría con mucho más poder.

Sin embargo, el plan de Erdogan depende de poner fin al conflicto de 30 años con su población kurda, por lo que ha decidido establecer negociaciones con Abdullah Ocalan, dirigente encarcelado del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), el movimiento de resistencia armada de los kurdos.

Se espera con ello acordar una nueva constitución de corte más liberal, que fortalezca los derechos de la mayor minoría étnica de Turquía y contemple un importante retorno de poderes a los gobiernos regionales. A cambio, el PKK pondría fin a sus tres décadas de lucha contra el estado turco. El 21 de marzo, en una concentración de cerca de un millón de manifestantes en la ciudad de Diyarbakir, en el sudeste del país, Ocalan transmitió un mensaje de paz desde su celda. Pidió el fin de la lucha armada e invitó a los combatientes del PKK a abandonar el país.

Para Erdogan, no podría haber más en juego: aspira a someter a referendo los cambios constitucionales y los términos de la paz, vinculación que transformaría la política turca. Si las negociaciones tienen éxito, será recordado por su papel histórico en alcanzar la paz y probablemente quede en mejor pie para hacer realidad sus ambiciones presidenciales tras lograr el apoyo parlamentario del Partido Paz y Democracia kurdo para reformular la constitución.

Por otra parte, si las negociaciones no acaban bien, se le atribuirá la responsabilidad del deterioro resultante en términos de seguridad. La estrategia de Ocalan, filtrada a la prensa hace poco, no omite ese riesgo: en ella se cita al dirigente del PKK amenazando al gobierno con una guerra abierta.

Al mismo tiempo, el gobierno turco busca seguir un camino de negociaciones por separado, a través del reacercamiento con otra autoridad kurda, el Gobierno Regional del Kurdistán (KRG) en el norte de Irak. La gran visión de esta estrategia sería integrar el Kurdistán iraquí a la economía turca.

Turquía ya es el origen de la mayor parte de las importaciones del KRG, que representaron el 70% de los casi $11 mil millones de exportaciones turcas a Irak el año pasado. Pero el incipiente acuerdo energético entre Turquía y el KRG puede sentar las bases para una alianza estratégica real.

Si bien aún no se divulgan sus términos, se cree que otorgaría a Turquía concesiones sustanciales para la exploración de nuevos campos de petróleo y gas en el norte de Irak, así como tarifas preferenciales para la compra de los hidrocarburos que se exporten. A su vez, Turquía ayudaría al KRG a desarrollar una infraestructura de gasoductos que permita conducir petróleo y gas al país sin depender de la red nacional de Irak, controlada por el gobierno central de Bagdad.

Al interior del gobierno turco esto se ve como una inmensa oportunidad de reducir la excesiva dependencia de Turquía en las importaciones energéticas. Además de asegurarse recursos energéticos, el acuerdo le ayudaría a superar su déficit crónico de cuenta corriente: cerca de un 70% de los $84 mil millones de déficit comercial del país se deben a las importaciones de energía.

Para el KRG, el acuerdo aseguraría la prosperidad económica futura sin ser rehenes del gobierno iraquí, que le demuestra cada vez menos simpatías. Según la constitución iraquí, la región kurda tiene derecho a un 17% de los ingresos por petróleo y gas del país, pero la distribución de estos ingresos es irregular y el gobierno central ha incurrido en importantes atrasos. La KRG espera que un acuerdo con Turquía le permita obtener ingresos más regulares y predecibles por este concepto.

No obstante, Estados Unidos se opone firmemente a un acuerdo así, sobre la base de que socavaría la estabilidad de Irak e impulsaría las tendencias secesionistas en el norte. A fines de febrero el Secretario de Estado de EE.UU., John Kerry, reiteró estas inquietudes en sus conversaciones con sus contrapartes turcos durante su gira al exterior, que incluyó su paso por Ankara.

Los círculos gubernamentales turcos no comparten los temores estadounidenses, y ven que los acuerdos entre los gigantes petroleros Exxon y Chevron con el KRG demuestran que a EE.UU. le importa más obtener su parte de los hidrocarburos del norte de Irak que las supuestas amenazas a la estabilidad del país. No es de sorprender que el gobierno de Erdogan haya decidido prestarles poca atención.

Es probable que las tensiones sectarias que afligen a Oriente Próximo acaben por cambiar el mapa regional. Erdogan ha desarrollado un plan que aprovecharía esta situación, aseguraría su control político y garantizaría la seguridad energética para su país. Su concepción es la de un nuevo orden regional bajo el liderazgo turco, basado en un reajuste de las relaciones entre turcos y kurdos que apuntale una asociación estratégica orientada a explotar los últimos recursos desaprovechados de la región.

Sinan Ulgen, Chairman of the Istanbul-based Center for Economics and Foreign Policy Studies (EDAM), is a visiting scholar at Carnegie Europe. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *