La arriesgada decisión de EA

La decisión que ha tomado Eusko Alkartasuna (EA) de ir a las próximas elecciones autonómicas bajo sus propias siglas, y no, como ve- nía haciendo desde el 2001, en coalición con el Partido Nacionalista Vasco (PNV), no debería haber sorprendido a nadie. Ya la asamblea extraordinaria de enero del 2007, convocada al efecto por la presión del llamado "sector crítico guipuzcoano", decidió, por abrumadora mayoría, en contra de la opinión de este sector, limitar la repetición de la coalición a la existencia en el país de "circunstancias excepcionales". Y pocos piensan que las circunstancias que hoy concurren en Euskadi sean tan excepcionales como aquellas del 2001, en las que una alianza fáctica entre el Partido Popular de Jaime Mayor Oreja y el Partido Socialista de Nicolás Redondo Terreros amenazaba con dejar a todo el nacionalismo vasco fuera de las instituciones. Por verosímil que hoy sea la alternancia, la competición electoral no se plantea, ni por parte del nacionalismo ni por la del constitucionalismo, en esos términos tan dramáticos.

Sin embargo, la decisión ha resultado sorprendente en no pocos sectores políticos y merece, en consecuencia, una explicación que vaya más allá de la remisión a esa resolución formal de la Asamblea. De hecho, la propia EA se ha apresurado a dar una. Para su ejecutiva, el debilitamiento de las posturas soberanistas en el seno del PNV --cuya ejecutiva habría abandonado en este punto a su propio candidato, Juan José Ibarretxe-- no permite la repetición de la coalición. En este sentido, tanto el pacto presupuestario que los jeltzales han cerrado en las Cortes con el Gobierno socialista como la renuncia a recurrir ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos la sentencia del Tribunal Constitucional contra la ley de consultas del Parlamento vasco habrían de tomarse como indicios, si no como pruebas, de una involución hacia posiciones autonomistas.

Pero, dejada de lado esta explicación por ser en exceso partidaria e interesada, se hace preciso pensar en otra de mayor calado político. Hay que recordar, a este respecto, que las relaciones entre PNV y EA han sido siempre de intensa rivalidad. Ni el PNV ha olvidado nunca que EA es su escisión ni EA ha abandonado tampoco su voluntad de afirmarse como fuerza plenamente diferenciada. La repetición prolongada y casi incondicional de la fórmula de la coalición electoral no hacía sino reforzar aquel recuerdo y debilitar esta voluntad. El temor de verse deglutida de hecho por el PNV, si la fórmula se hacía normal, ha sido determinante para la decisión que EA acaba de adoptar.

De otro lado, la oportunidad parecía propicia para la ruptura. La orfandad en que la ilegalización de sus sucesivas siglas representativas ha dejado a la izquierda aberzale invitaba a presentar una opción electoral claramente independentista, pero también expresamente desligada de la violencia. EA ha creído que la desafección que ha ido instalándose progresivamente en el electorado radical respecto de ETA y sus acciones podría encontrar cobijo en sus propias siglas, erigiéndose así ella misma, a largo plazo, en referente principal del independentismo democrático.

Ahora bien, la decisión de la ejecutiva de EA resulta, de un lado, arriesgada para el propio partido y tiene, de otro, efectos en la escena electoral en general. En cuanto al riesgo, no está para nada claro que EA vaya a salir beneficiada ni por su alejamiento del PNV ni por su acercamiento al mundo radical. Por mucho que centre su campaña en deslegitimar, ante el electorado nacionalista, el "tibio autonomismo" del PNV, es más que probable que aquél siga viendo en este partido la opción del "soberanismo útil" que siempre ha preferido. En este sentido, la candidatura de Ibarretxe representa un serio aval. A EA le va a resultar muy difícil, además de in- cómodo, competir con él. Y, respecto del electorado radical, Eusko Alkartasuna no ha tenido nunca en él el prestigio suficiente como para erigirse en su referente. La izquierda aberzale seguirá, una vez más, la consigna que sus propios líderes le envíen y que será, con toda probabilidad, la de una abstención beligerante frente a cualquier opción nacionalista.

En cuanto A los efectos de la decisión, no cabe duda, en primer lugar, de que la coalición habría dado más escaños al nacionalismo institucional que los que el PNV pueda lograr en solitario. Pese a ello, el PNV sale fortalecido en su estrategia a largo plazo. De un lado, porque, sin EA, tiene más fácil proyectar sobre el electorado la imagen centrada y centrista que la nueva ejecutiva está tratando de recuperar. De otro, porque, libre de la coalición, amplía el abanico de opciones postelectorales.

Por lo que respecta al PSE, a la ventaja directa que obtiene de la división del voto nacionalista se añade la otra de enfrentarse, como quería, a unas elecciones polarizadas entre su propia opción y la del PNV. De este modo, el protagonismo de la alternancia no solo recae sobre él, sino que esta última se hace más visible e incluso más verosímil. Disuelto, por tanto, el espejismo de una coalición en la que sus socios más rivalizaban que colaboraban, el proceso electoral vasco se abre más que nunca.

José Luis Zubizarreta, escritor.