La atracción fatal del podemismo

Decía mi catedrático de Historia del Derecho en Santiago de Compostela que la forma es la garantía del fondo y que cuando se quiere demoler una institución se comienza erosionando los aspectos formales. Algo de esto está intentando Podemos. Lo que no se entiende bien es que esta política destructiva de lo que tanto nos costó construir a lo largo de este período democrático genere una atracción fatal.

En efecto, la reciente historia demuestra que en las legislaturas pasadas apenas hubo «pintoresquismo»: la indumentaria y el comportamiento de la casi totalidad de nuestros parlamentarios entraba en los cánones de la normalidad. Sin embargo, desde la entrada de los podemitas en las Cámaras Legislativas, hemos visto, por ejemplo, a «padres de la patria» vestidos con desaliño, una madre con un bebé en el escaño, dos diputados (Pablo Iglesias y Xavier Doménech) dándose en las bancadas un beso en la boca, y a un diputado presionando al ministro de Justicia con carteles de dos personas con problemas judiciales.

Lo sorprendente es que el podemismo haya sido votados por varios millones de españoles y que hayan contagiado sus «tics» destructivos y autoritarios a algunos políticos de izquierdas. Como ejemplo de lo cual basta recordar al zafio parlamentario de Esquerra Republicana que llamó a un compareciente en una comisión de investigación del Congreso «gánster», «mamporrero», «lacayo», «gallo», «conspirador» y concluyó espetándole: «La corrupción es usted».

La situación política actual recuerda al thriller «Atracción fatal», porque ciertos políticos de otros partidos de la izquierda, hasta ahora «institucionalistas» (Pedro Sánchez y Rufián, entre otros) se ven irresistiblemente atraídos por una política institucionalmente destructiva carente del más mínimo respeto por la cortesía parlamentaria que persigue poner en peligro nuestra joven democracia.

El podemismo ampara un movimiento antisistema cuya doctrina básica consiste en apuntarse a todas las banderas reivindicativas aunque vayan en contra de los intereses generales (caso de la Estiba), decir a cada colectivo lo que quiere oír y prometer hasta lo imposible de cumplir (véase el ejemplo de Grecia), y todo ello con la finalidad de ganar la voluntad de la ciudadanía más ilusa como paso previo hacia la autocracia.

Entre los que han abrazo este nuevo credo figuran «perroflautas»; universitarios y personas con cierta instrucción; progres nostálgicos del «antifranquismo» que aún conservan un rancio inconformismo, pero que se quedaron sin enemigo al morir el autócrata; y hasta algunos radicales del desconcertado socialismo actual que parecen comulgar con las líneas generales del comunismo. Próximos a este movimiento, porque coinciden en el fin último, pero sin integrarse en él, están los secesionistas y los movimientos radicales antisistema.

La situación es difícil de entender en un país que pasó en treinta años de un PIB per cápita de 5.873 euros en 1985 a 24.000 euros de 2016. Es verdad que eso no significa que cada ciudadano haya llegado a ese nivel de renta, pero también lo es que constituye un dato irrefutable de que España es hoy cuatro veces más rica que cuando entró en la Unión Europea. ¿A qué se debe entonces la atracción fatal que parece ejercer el podemismo?

Las razones pueden ser, entre otras las siguientes. La Sociedad del Bienestar genera una tendencia irrefrenable en cierta parte de la población al «subvencionismo». Y en los árboles de las «ayudas» a cambio de nada, anidan como nadie los «perroflautas», los «okupas» y otras especies de parásitos que viven del sudor de la frente de los demás.

En la pirámide de población clasificada por el PIB per cápita, la base, que es la más poblada, va adelgazando a medida que sube hasta llegar a la cúspide en la que hay apenas unos pocos. Pues bien, como la última crisis ha «expulsado» hacia los escalones inferiores a una parte de la población no hay que descartar que los afectados vean en estos nuevos políticos los «prestidigitadores» que los van a devolver milagrosamente al lugar que ocupaban en la pirámide antes de la crisis.

En los últimos años se están incorporando al mundo laboral licenciados que han sufrido en sus carnes el deterioro progresivo e imparable de nuestra enseñanza, incluida la universitaria. Si a través de la instrucción no hemos dotado a una buena parte de los estudiantes de los instrumentos indispensables para pensar por sí mismos y con rigor, no es extraño que algunos tomen por ciertos los halagos nugatorios de estos políticos «milagreiros» y crean en sus ilusas promesas de imposible cumplimiento.

Y si a esta nueva política de «piqueta» institucional se agrega que ciertos «carrozas» pueden reverdecer los tiempos del progresismo antifranquista de salón de los sesenta y setenta del siglo pasado, el cóctel tiene todos los ingrediente para que resulte explicable la atracción fatal por el podemismo. Nuestra esperanza es que cunda progresivamente el desencanto.

José Manuel Otero Lastres, catedrático y escritor.

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