La autonomía estratégica y el beneficio económico no son lo mismo

Una técnica avanzada en ajedrez es el llamado “sacrificio posicional”. Se trata de una técnica utilizada por los grandes maestros en la que un jugador sacrifica una pieza simplemente por una ventaja en su posición. Es una estrategia más sutil que la de sacrificar un peón por un caballo del adversario. Los estrategas militares, como Sun Tzu y Carl von Clausewitz, utilizaron nociones similares. La estrategia no consiste en hacer lo que uno quiere cuando uno quiere. Implica sacrificio a cambio de un objetivo superior, con caminos inciertos interpuestos.

Cuando hablamos de autonomía estratégica para la Unión Europea, a lo que, desde luego, no nos referimos es a escuchar a los cabilderos. O, parafraseando a Clausewitz, a continuar el mercantilismo por otros medios. Cuando Helmut Kohl viajaba, o Gerhard Schröder o Angela Merkel viajan a países asiáticos, solía o suelen llevarse con ellos a una muchedumbre de empresarios. Una estrategia sería dejarlos en casa y decir a los socios comerciales que solo se cierran acuerdos de libre comercio preferenciales con países que cumplan unos criterios mínimos en materia de derechos humanos. El sacrificio no es un subproducto opcional de la estrategia. Es su esencia. Se obtiene algo que se quiere, y a cambio se renuncia a algo valioso para uno mismo.

Una estrategia no es objetivamente buena o mala. El interés europeo o el estadounidense no existen. La estrategia, tanto como su ausencia, son opciones políticas. Durante la Guerra Fría, el principal objetivo geoestratégico de Estados Unidos era contener y derrotar al comunismo, pero la diplomacia de connivencia con los dictadores fascistas de Henry Kissinger fue un precio polémico que Estados Unidos estuvo dispuesto a pagar por esa estrategia. Ya empieza a quedar claro que la Unión Europea ‒al igual que Kissinger‒ tiene una tolerancia relativamente alta a los regímenes no democráticos, ya sea dentro o fuera de sus fronteras. Por eso, cuando digo que la UE debería convertirse en un actor estratégico, soy muy consciente de que podría acabar discrepando de la estrategia por la que opte.

La posición geoestratégica más importante para la Unión Europea en este momento es su relación con China. Hay diversos objetivos estratégicos alternativos verosímiles. La UE podría decidir dar prioridad al cambio climático e incorporar a China a una estrategia de neutralidad de carbono de aquí a 2050. Otra posibilidad sería que la Unión optase por priorizar los derechos humanos. Los responsables de las políticas económicas saben desde tiempos inmemoriales que no se puede perseguir dos objetivos con un único instrumento normativo. Personalmente, yo daría prioridad a los derechos humanos basándome en que los regímenes que no respetan a las minorías ni las libertades democráticas tampoco son leales a los objetivos acordados internacionalmente. La no cooperación de China con la Organización Mundial de la Salud en estos momentos debería servir de advertencia.

Ahora bien, cualquiera que sea la estrategia por la que opte, la UE no debería pretender que una supuesta ventaja económica constituye un acto de autonomía estratégica.

Dicho esto, la Unión hizo bien en no consultar con el Gobierno entrante de Biden antes de tomar una decisión. La UE debería ser libre de llegar a sus propios acuerdos bilaterales exactamente igual que Estados Unidos. El vacío de poder en Washington fue, casi con total seguridad, una de las razones por las que Angela Merkel decidió seguir adelante con el acuerdo entre la Unión Europea y China. Los grandes maestros del ajedrez lo habrían aprobado. Sin embargo, la afirmación contraria no es verdadera. No somos estratégicamente autónomos solo porque decidamos seguir nuestro propio camino. Precisamente, la idea que hay detrás de la Unión es que renunciamos a parte de nuestra soberanía nacional a cambio de un bien mayor, que es el ejercicio de la soberanía compartida. Una de las afirmaciones más cuestionables de la campaña a favor del Brexit fue la que sostenía que la soberanía nacional aumenta la autonomía estratégica.

Creo que Merkel ha sacado la conclusión correcta de las elecciones de Estados Unidos: si 75 millones de votantes apoyan a Donald Trump, no podemos proclamar que su ideología de “Estados Unidos primero” ha sido derrotada, con independencia de lo que le ocurra a él personalmente después de los acontecimientos de la última semana. Estados Unidos es un país profundamente dividido que muy bien podría inclinarse en sentido contrario en unas futuras elecciones. Sin lugar a dudas, la Unión Europea haría bien en empezar a depender menos de la buena voluntad estadounidense.

No obstante, una verdadera autonomía estratégica exigirá un debate mucho más amplio en la UE sobre los objetivos estratégicos. Este debate no se puede dejar en manos de tecnócratas o de cabilderos. Lo que es bueno para Volkswagen no tiene por qué serlo para la Unión. Si la perspectiva estratégica se reduce exclusivamente al comercio o a las inversiones, se está confundiendo la consecución del máximo bienestar con la estrategia. Las decisiones estratégicas no suelen ser las mejores desde un punto de vista económico.

Y si no, pregúntenles a los grandes maestros. Ellos les dirán que la autonomía estratégica exige un sacrificio posicional, en el que el quid pro quo no es ni inmediato ni objetivamente verdadero. Y, al igual que sucede con las estrategias en la vida real, los grandes maestros razonables también discrepan.

Wolfgang Münchau es director de www.eurointelligence.com. Traducción de News Clips.

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