La banalización del fascismo

Isabel Díaz Ayuso durante la presentación de la candidatura del PP de Madrid para las elecciones a la Asamblea de Madrid.Eduardo Parra / Europa Press
Isabel Díaz Ayuso durante la presentación de la candidatura del PP de Madrid para las elecciones a la Asamblea de Madrid.Eduardo Parra / Europa Press

“Cuando te llaman fascista sabes que lo estás haciendo bien y que estás en el lado bueno”.

Estas palabras pronunciadas por Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, durante una entrevista en la televisión española en la mañana del 15 de marzo, despertaron tensión en España y llamaron mucho la atención fuera de ella. ¿Ha cambiado tanto la democracia española? El fascismo ya no es tóxico para muchos de sus políticos y habría que remontarse a la época del fascismo en los años de la Guerra Civil para ver una derecha tan identificada con la extrema derecha. O quizás habría que enfatizar la semejanza entre Ayuso y los argumentos del postfascismo de Vox. En concreto, si la indignación y el estupor se multiplicaron en cuestión de minutos fue porque un elemento central de la democracia que es el antifascismo fue dejado de lado para enaltecer lo contrario.

Horas después de esta entrevista, tras el anuncio del vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias de que dejaría su cargo para presentarse como candidato a presidente de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, fiel a un estilo que inventa realidades alternativas para presentar futuros apocalípticos, sostuvo que la disyuntiva que se abría para Madrid y para España era “comunismo o libertad” y se presentaba como la opción que aseguraría la segunda. Este tipo de falsedades son típicas de los nuevos populismos de Donald Trump en Estados Unidos y Jair Mesias Bolsonaro en Brasil, ambos mienten al estilo fascista.

Bolsonaro presenta a su oposición como comunista y Trump lo hizo recientemente en relación a las políticas de Biden. Pero mientras que el mismo Trump denuncia las investigaciones judiciales sobre sus posibles actividades criminales como fascistas, Ayuso no parece tener estos pruritos con respecto al término. Y al igual que Bolsonaro, no parece tener problema alguno en vincular dos términos tan opuestos como democracia y dictadura. Justamente esta idea tiene su origen en fascistas como Benito Mussolini o Francisco Franco.

¿Qué tienen que ver los dos conceptos a los que aludía Díaz Ayuso? ¿Cómo pueden vincularse fascismo y libertad en una España y una Europa asentadas sobre los valores de la democracia y los derechos humanos?

El ejercicio retórico de la líder madrileña no es especialmente sofisticado ni tampoco demasiado novedoso. Apela simultáneamente a dos conceptos que, al menos hasta hace unos años, parecían ser antagónicos y pertenecer a épocas históricas distintas. El fascismo, como es sabido, formaba parte del pasado, de lo innombrable. Desde 1945 estaba fuera del vocabulario político mainstream. Así era hasta que la ola populista y postfascista –de Bolsonaro a Trump, pasando por Vox­– comenzó a hacer evidente la crisis de la democracia en Europa y América, y el lenguaje político empezó a incorporar conceptos que parecían anclados en el pasado. En este sentido el populismo desanda sus caminos para acercarse al fascismo

El populismo es históricamente una reformulación del fascismo en términos democráticos que desde 1945 (es decir, tras de la derrota de los fascismos) deja atrás elementos centrales del fascismo para participar del mundo de la democracia, y en ese marco las mentiras al estilo fascista no son centrales en el populismo. Los populistas mienten como tanto otros políticos de otras tradiciones, liberales, conservadores, comunistas, socialistas. Como decía Hannah Arendt la política y la mentira siempre van de la mano y, sin embargo, en el fascismo las mentiras adquieren cortes de tipo cuantitativo; los fascistas mienten mucho más y cualitativo en el sentido, creen en sus propias mentiras y a través de esta creencia intentan transformar la realidad. En ese marco las mentiras de Trump y Bolsonaro tienen una inspiración más fascista que populista.

En estas circunstancias, las palabras de Ayuso ya no suenan tan extrañas. De hecho, pueden entenderse como ecos de otros líderes postfascistas que han vuelto a pensar la política como una disputa basada en la lógica amigo-enemigo y ajena a los principios democráticos.

No se trata de que ella misma se declare fascista, por supuesto. Sin embargo, y esto es lo verdaderamente relevante, contribuye a banalizar el término, a situarlo en el contexto de aquello que puede formar parte del vocabulario político. En este marco, su retórica anticomunista recuerda los años de la Guerra Fría y los discursos de Ronald Reagan. Por supuesto, recuerda también los de José María Aznar pero en clave post-fascista. Pocas dudas quedan de esta bolsonarizacion de la derecha española.

Todo esto sucede, vale la pena recordarlo, en el contexto de una crisis social y política de enormes dimensiones tras más de un año de pandemia y tras al menos una década de fuertes cuestionamientos teóricos y prácticos a la democracia representativa en países como la India, Polonia, Hungría, Estados Unidos, El Salvador y Brasil. En este contexto deben inscribirse los planteamientos de Díaz Ayuso. Ella y el Partido Popular –e indirectamente Vox, que comparte al menos parcialmente sus ideas–, son la expresión de un neoliberalismo de centro derecha que ve acercarse el fin de su proyecto político y no duda en mantenerlo aún a riesgo de reventar contra las rocas el barco de la democracia. Aunque todo continúe formulándose en nombre de la libertad, y los diversos portavoces de la derecha continúen advirtiendo sobre una imposible “vuelta del comunismo” es evidente que su estrategia intenta incorporar elementos de la cosmovisión de la extrema derecha. En realidad, la disyuntiva entre “comunismo o libertad” no es nueva. El neofascismo italiano y el lepenismo la aplican hace ya varias décadas y también fue repetida por adalides de la Guerra Fría como los dictadores argentinos de la guerra sucia. Fue utilizada más recientemente por Trump y Bolsonaro y Alternativa para Alemania (AfD) la empleó como eslogan en las elecciones de 2019 de los länder de Sajonia y Brandemburgo y obtuvo unos resultados históricos que la consolidaron como segunda fuerza. La novedad, sin embargo, es que esta retórica de Guerra Fría se mezcle con un peligroso lenguaje que banaliza el fascismo al tiempo que tiende a normalizar la participación de partidos postfascistas como Vox en el Gobierno de algunas de las principales instituciones del país. Por todo ello, las futuras elecciones a la Comunidad de Madrid son trascendentales. La derrota de Trump en los Estados Unidos puede haber significado un punto final o simplemente un paréntesis en una ya sucesión de ataque a la democracia de la cual España no parece escaparse.

Maximiliano Fuentes y Federico Finchelstein son historiadores.

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