La banca internacional pende de un hilo

Finalmente se tiene conciencia de la gravedad de la crisis en la eurozona. Los riesgos son extremos. Los gobiernos y las instituciones financieras internacionales a duras penas lograron presentar una solución en medio de restricciones políticas y económicas extremadamente severas. Todavía quedan muchas preguntas por responder sobre su diseño; la implementación será al menos tan difícil como lo fue producir esa propuesta.

Los líderes de la eurozona no solo deben ahora preservar la moneda única, sino también los beneficios de la integración financiera europea. Ninguna otra región en el mundo se ha beneficiado tanto de la banca internacional. Sin embargo, estos logros ahora están en riesgo –y con ellos, los propios grupos bancarios europeos.

La amenaza a los bancos transfronterizos llega no solo de la mano de los deterioros en sus balances por la pérdida de calidad de la deuda soberana y las menores perspectivas de crecimiento, sino también de la propia respuesta de política. Hoy día ya está generalmente aceptado que los bancos europeos necesitan masivas entradas de nuevos capitales. Sin embargo, a pesar de los valientes intentos por parte de la Autoridad Bancaria Europea para exigir y coordinar las medidas necesarias, una solución europea debe considerar la red de filiales extranjeras en toda Europa.

Será difícil movilizar el apoyo para los bancos europeos, pero aún más ampliarlo a sus filiales. Sin embargo, a diferencia de la desacertada exposición a la deuda soberana en toda Europa, la banca internacional a través de filiales extranjeras ha resultado beneficiosa para los inversores, así como para los países de origen y sus contrapartes –principalmente en la emergente Europa Central y del Este, que aún constituye el mercado de exportación más importante para la zona del euro.

Para los bancos del núcleo de la eurozona, ésta región ha producido beneficios extraordinarios, y es hoy parte esencial de sus operaciones. En la Europa emergente, las filiales extranjeras ayudaron a construir sistemas financieros menos proclives a la inestabilidad y aceleraron la convergencia de esas economías a los niveles de ingreso europeo medio.

Cuando estalló la crisis mundial en 2008 no existía un marco regulatorio que protegiese las redes internacionales, y quedaron expuestas grandes vulnerabilidades en forma de excesivos apalancamientos y tasas de cambio. Mucho se ha logrado desde entonces: se fortalecieron los balances y se ajustaron los modelos de financiamiento. Junto con las reformas institucionales europeas –en especial la creación del Consejo Europeo de Riesgos Sistémicos y la Autoridad Bancaria Europea– se han reforzado la regulación y la supervisión en los países donde las filiales se instalaron.

Parte de esto puede encarecer las finanzas, pero también reduce el riesgo de las operaciones bancarias. En definitiva, es algo bueno.

Aún así, la amenaza a la estabilidad financiera es posiblemente más grave hoy que en 2008, ya que la capacidad de la red de protección de los gobiernos de Europa Occidental para el sistema bancario claramente está encontrando sus límites. Permitir que las filiales de los bancos extranjeros queden huérfanas en medio de una crisis que empeora en sus países de origen debilitaría la confianza en los mercados financieros europeos emergentes, lo que podría disparar caídas en los precios de los activos y tremendas contracciones en el crédito. En última instancia, esto se comportaría como un búmeran que golpearía a los bancos de Europa Oriental, dada su profunda vinculación y vínculos reales con la región.

En 2008 se evitó por poco ese tipo de escenario catastrófico gracias a una intervención de políticas, incluido el esfuerzo de coordinación según la Iniciativa de Viena (en la que participó, entre otros, el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo). Se necesita con urgencia un nuevo pacto para garantizar los logros de la integración financiera. Las autoridades de los países receptores y de origen de los bancos deben sentarse a la misma mesa.

Como sucedió en la iniciativa de Viena, una «Viena 2.0» requerirá compromisos de todas las partes involucradas. Al responder a los mayores requisitos de capital impuestos por las autoridades y elegir entre obtener capital o vender activos, los bancos deben considerar el importante rol que juegan sus filiales en muchos países. Para muchos bancos esto se da en forma natural: sus filiales son importantes creadoras de valor y como tales resultan críticas para sus modelos de negocios. Para algunos, sin embargo, las filiales son pequeñas en relación a sus casas matrices y, por lo tanto, menos centrales para sus estrategias.

Los países de origen también deben contribuir. Dentro de la zona del euro, las recapitalizaciones, garantías y demás fondos ofrecidos a las casas matrices deben ofrecerse por igual a sus filiales. Toda reestructuración solicitada como contraprestación por asistencia de capital debe considerar la naturaleza internacional de los grupos y no discriminar contra sus filiales en el extranjero.

Los países receptores de las filiales, por su parte, deben asegurar a las casas matrices que su normativa financiera será predecible. Algunas de las abruptas –y algunas veces excesivamente ambiciosas– medidas recientes para grabar la industria o redistribuir el peso de los créditos en moneda extranjera han socavado las reservas de capital y retrasado la recuperación del crédito y el crecimiento.

Todo esto exige coordinación. La Autoridad Bancaria Europea tiene la posibilidad de afianzarse. Debe garantizar que los intereses locales no socaven la integridad de los grupos bancarios internacionales. En última instancia, necesitamos un seguro de depósitos y una autoridad de resolución bancaria europeos que puedan hacerse cargo de los bancos que fracasen y reestructurarlos.

Así como la zona del euro ha impulsado el desarrollo financiero y económico entre sus miembros, la crisis actual genera el riesgo de graves daños colaterales que exceden sus fronteras. Cualquier solución sostenible a la crisis debe garantizar la integridad de los grupos bancarios y respetar los intereses de los países de origen y destino de esos bancos. En última instancia, es la banca internacional que pende de un hilo.

Por Erik Berglof, economista en jefe del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo. Traducido al español por Leopoldo Gurman.

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