La banca islámica

En su último best-seller, La economía canalla, Loretta Napoleoni augura que, en el mudo posglobal en el que ya estamos entrando, las finanzas islámicas serán la base del nuevo estándar monetario y quizá no tarde mucho en imponerse el dinar-oro. Las finanzas islámicas, o banca islámica, están basadas en una serie de principios morales derivados de esa religión, y, muy en especial, el precepto de que el dinero no ha de utilizarse nunca para propósitos especulativos.

La banca islámica tuvo un nacimiento muy lento, entre los años 50 y 70 del siglo pasado, pero las grandes crisis del capitalismo la impulsaron con fuerza. Primero fueron las petrolíferas, de 1973 y 1979. Pero sobre todo los crash financieros del Sureste asiático de 1997, debidos a los ataques especulativos en el marco de la recién estrenada globalización, vistieron de largo a la banca islámica. Especialmente cuando contribuyó a la rápida recuperación de la economía de Malasia, hoy uno de los países del mundo donde se encuentra más firme y extensamente implantada.

Es de esperar que la actual parálisis financiera a escala mundial, derivada precisamente de una oleada previa de especulación desenfrenada y descontrolada, suponga un empujón decisivo a la banca islámica. De hecho, algunos de los fondos de inversión en países musulmanes parecen estar convirtiéndose en refugios más o menos seguros para los escaldados capitales occidentales. Según Napoleoni, dentro de poco las finanzas islámicas controlarán el 4% de la economía mundial, lo que se dice pronto. Y los principales bancos comerciales de Occidente hace ya tiempo que trabajan con esta modalidad financiera, tanto en los países musulmanes como en las principales plazas europeas, y, sobre todo, Londres, donde tiene su sede el Banco Islámico Británico. Napoleoni concluye que las finanzas islá- micas son "innovadoras, flexibles y potencialmente muy lucrativas".

Pero hay más: la banca islámica trabaja sobre el concepto del "riesgo compartido" entre el prestamista y el prestatario. Existe, por tanto, un componente social que hace de las finanzas islámicas un concepto opuesto al de las occidentales, basadas en el interés individual, la maximización de beneficios y la transferencia de riesgos.

Intoxicados por la propaganda de guerra de la era Bush, la mayor parte del público rechaza por sistema cualquier concepto cultural musulmán como retrógrado, ajeno a la posibilidad de que en territorio del islam pueda triunfar la modernidad. Pero ahí está Indonesia, ahí está Dubai. También se ignora el potencial innovador, y ahí tenemos la célebre "revolución de los microcréditos", concepto impulsado por Muhammad Yunus desde Bangladés: economista y país musulmanes, ambos. Y, por cierto, una iniciativa que basa su éxito en la concesión de pequeños créditos a la mujer, como cabeza eficaz de la microeconomía familiar.

Todo ello viene a cuento del monumental desencuentro entre finanzas, economía real y sociedad que vivimos en estos días a escala mundial. De momento, los bancos con- fían en capear el temporal gestionando el crédito, pero, si la crisis continúa, se paraliza la actividad empresarial y crece el desempleo, tanto el ahorro como la inversión caerán también, y pasarán factura a su vez al sector bancario. Es posible que entonces veamos algunos desplomes espectaculares o, en países como el nuestro, el abordaje de los nacionales por parte de grandes entidades extranjeras.

De momento, todo se cifra en esperar estoicamente. La globalización resultaba muy adictiva para el consumidor, y, en ella, la fe en la tecnología equivalía al dogma materialista histórico en el marxismo clásico: llevaría a la humanidad

"inexorablemente hacia adelante". Esa ilusión, que podía permanecer como un sueño individual en medio del optimista magma global, proveía de esperanza inagotable en el futuro. Lo cual ayuda a entender el conformismo expectante y la escasa movilización social que está generando la crisis: millones de personas en todo el mundo desean creer que la situación que estamos viviendo es temporal, que no se trata sino de una versión ampliada de burbujas especulativas previas, una corrección para sanear el mercado. Pero lo cierto es que va a ser difícil que vuelva a funcionar lo mismo que teníamos, de la misma manera y bajo los mismos presupuestos. El fallo es sistémico, no coyuntural.

Los directivos y responsables de antes desean seguir donde estaban y tienen el mayor interés en hacernos creer que pueden arreglar las cosas. Pero ellos mismos son el problema y por eso no pueden encontrar la solución. La conclusión es sencilla: la banca islámica no es la alternativa global a todos los enormes problemas que implica la crisis de las finanzas occidentales, ni tampoco lo son la economía china o el mercado indio. Pero sí que ha llegado el momento de contar realmente con esos nuevos actores (más allá de posiciones de simple simpatía), muchos de ellos desconocidos o tratados con condescendencia y hasta con desprecio desde Occidente, huyendo de viejos prejuicios y pasadas grandilocuencias.

Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea de Europa Oriental y Turquía de la Universitat Autònoma de Barcelona.