La batalla de la historia

La historia, e incluso la prehistoria, es uno de los principales frentes de guerra entre nuestros nacionalistas cerriles. Desde las falsificaciones en yacimientos arqueológicos hasta la interpretación mediante criterios actuales de hechos acontecidos hace siglos, hay una larga y variada evidencia de hasta qué punto se viene manipulando el pasado para sostener tesis partidistas.

Como en tantos otros escenarios de nuestra lucha identitaria, en la batalla de la historia también contamos con antecedentes seculares. Andrés de Mañaricua, en su excelente libro sobre la historiografía de Vizcaya, ya advirtió acerca de las manipulaciones de numerosos cronistas del Señorío. Durante el siglo XV, en los textos de Lope García de Salazar - el primer 'historiador' vasco- las invenciones tuvieron contenidos genealógicos y hagiográficos. Pero ya a partir del siglo siguiente, Poza, Fontecha, Floranes y otros no repararon en medios con tal de justificar los derechos y libertades provinciales; a menudo, por encargo de las autoridades forales.

En sentido contrario, y a instancias de las autoridades de la Corte, el canónigo Llorente realizó una hábil selección y ocultación de antecedentes jurídicos con el fin de demostrar que el régimen tributario vasco no era producto de un pacto, sino una concesión de los monarcas. Un esfuerzo que fue replicado durante todo el siglo XIX por los numerosos juristas e historiadores que contrataron para tal fin las diputaciones. La pelea siguió hasta el franquismo, periodo en el que la negación del particularismo vasco llegó a extremos tan ridículos como la publicación de un libro sobre el pactismo en España en el que se recogían todas y cada una de sus manifestaciones, salvo la vasca (probablemente, la más significada de todas).

Y así, hasta nuestros días, en que la pelea se ha recrudecido extraordinariamente. Por parte vasquista, las ofensivas propagandísticas se han centrado especialmente en dos frentes: la prehistoria y la Guerra Civil. En aquélla, el entusiasmo financiador de las autoridades nacionalistas vascas por la arqueología se volcó en los yacimientos de Zubialde y de Iruña-Veleia, que resultaron contener unas groseras falsificaciones. En cuanto a la Guerra Civil, la promoción de la figura del lehendakari Aguirre y de la lucha de los batallones de gudaris ha sido objeto de toda clase de estudios beneficiados por la financiación y difusión autonómicas; realizados en general con ortodoxia, pero con sospechosa ignorancia de las decenas de miles de vascos españolistas que también combatieron: los del ejército franquista y los milicianos de las organizaciones de izquierda.

En cuanto a sus oponentes, éstos se han dedicado a ridiculizar machaconamente el particularismo vasco. Especialmente durante los últimos veinte años, que han sido algo así como una continua 'gota fría' para la mitología del país; pues no hay mes en que no aparezca algún libro que compita con sus predecesores en la agresiva descalificación de cualquier atisbo de exageración vasquista. Pero junto a la loable finalidad de fijar y divulgar la verdad documentada, en buena parte de esas denigraciones del imaginario vascongado percibo un exagerado ensañamiento. En mi opinión, muchos intelectuales españolistas vienen asociando diferencia con separatismo y han venido negando por cualquier medio la primera con el fin de combatir este último. Y, entre las múltiples formas de rebatir historias ideologizadas, han venido a menudo empleando réplicas innecesariamente hirientes; un estilo que degrada la categoría de los argumentos.

En este pim-pam-pum de textos, casi siempre han venido ganado los denigradores de la propaganda vasquista; tanto por el hecho de ser más y mejor cualificados técnicamente, como por el fácil blanco historiográfico que suponen los textos de Sabino Arana y de los demás propagandistas del nacionalismo vasco. A esta desventaja han contestado sus oponentes con la injuria, la exclusión, la amenaza y la coacción, haciendo la vida imposible a muchos profesores hasta expulsarlos literalmente de sus plazas. Por ello, a las evidencias historiográficas argumentadas por los escritores represaliados se debe añadir una cierta inquina argumental, atribuible al desgarro provocado por haber acabado desterrados a causa de sus ideas. Se les dice que no aman al País Vasco, que son enemigos de lo vasco... imbecilidades propias de quienes no saben cómo contestar a sus escritos.

Esta confrontación ideológica se superpone a las habituales batallas entre profesores por motivos de vanidad, subvenciones o plazas; propias de la mayoría de las universidades de nuestro continente. El resultado de todo esto excede el ámbito académico, extendiéndose al conjunto de la sociedad, que recibe una información a menudo sesgada o manipulada. Relatos exagerados, frentistas y partidistas, que contribuyen a sostener las ideas y opiniones de los numerosos ciudadanos resentidos y radicales que todavía quedan en el País Vasco.

Ignacio Suárez-Zuloaga, director de CLIdea Investigación.