"La Historia a los vencidos / puede ofrecer su pena, pero no ayuda ni perdón”. Los versos que dedicó W. H. Auden a la guerra civil española sirven hoy para nosotros, los europeos británicos. Luchamos para mantener nuestro país en la Unión Europea y perdimos. La mitad de Gran Bretaña que quiere irse de la UE se unió en torno a Boris Johnson, mientras que la mitad que quiere permanecer en la Unión se dividió, se enfrentó consigo misma y se hundió por un lastre electoral llamado Jeremy Corbyn. Si un eslogan de tres palabras, engañoso pero eficaz —Recuperemos el control—, ganó el referéndum de 2016, otro breve eslogan igual de engañoso y eficaz, Acabemos con el Brexit, ha ganado estas elecciones. Aunque los votantes sabían, en el fondo, que lo que se prometía era demasiado bueno para ser verdad, querían con todo su corazón que lo fuera. Y seamos sinceros: hasta los más apasionados partidarios de la permanencia teníamos un deseo oculto en un rinconcito de nuestra alma de “acabar con el Brexit”.
Pero ahora respondo a Auden con una gran máxima del líder de la lucha por la independencia de Polonia a principios del siglo XX, Józef Pilsudski: “Vencer y dormirse en los laureles es una derrota; caer derrotado y no darse por vencido es una victoria”.
Una de las muchas experiencias desagradables que nos aguardan en Gran Bretaña en los próximos meses será oír a demagogos elocuentes como Johnson y Michael Gove, que han contribuido más que nadie a desgarrar Gran Bretaña, repetir como si tal cosa el mantra de que hay que “unir al país”. Pues bien, la consecuencia más probable del Brexit es que, además de que el Reino Unido sea más débil, más pobre y menos influyente, deje de existir en la práctica como Estado único. Ese es el otro mensaje claro de esta elección.
Según el acuerdo de retirada de Johnson, Irlanda del Norte estará en un espacio económico y legal diferente al de Inglaterra, Escocia y Gales. Además, Irlanda del Norte ha elegido, por primera vez, más diputados nacionalistas que unionistas. Aunque, desde el punto de vista constitucional, probablemente seguirá formando parte del Reino Unido durante un tiempo, porque la ruptura formal podría volver a causar un baño de sangre en la provincia, en realidad estará cada vez más integrada con el resto de la isla irlandesa.
Por su parte, Escocia ha votado tan mayoritariamente al Partido Nacional Escocés (SNP) como Inglaterra a los conservadores, y eso después de que el SNP se comprometiera explícitamente a un segundo referéndum en el que el partido de Nicola Sturgeon propondrá que Escocia abandone la unión británica para volver a integrarse en la europea. Como inglés, deseo que Escocia se quede con nosotros, que contribuya a la fortaleza, la diversidad y la apertura de esta nación multinacional que es Gran Bretaña. Además, existen poderosos motivos económicos y de prudencia para que Escocia permanezca unida a Inglaterra. Ahora bien, si yo fuera escocés, hoy seguramente votaría por la independencia, consciente de que a los países pequeños, en general, les va bastante bien dentro de la UE. Y, si Johnson sigue negando a los escoceses el derecho a un segundo referéndum, les animará aún más a votar en ese sentido.
Esa conclusión nos devolvería al siglo XVII, antes de que los dos países se unieran en 1707, y algunos dicen incluso que al siglo XVI, cuando la corona solo gobernaba Inglaterra y Gales. Es una tremenda ironía. El Brexit, que en las altas instancias se ha alimentado de los delirios de grandeza posimperiales de Inglaterra, es precisamente lo que, con toda probabilidad, acabará destruyendo incluso el pequeño imperio inglés original, el que abarcaba estas islas.
Todo este proceso tardará años, y el desenlace final no es inevitable. Es posible que, a pesar de todo, los escoceses decidan permanecer con lo malo conocido. Pero no es demasiado pronto para que los liberales —en el sentido más amplio del término— empecemos a librar la batalla de Inglaterra. El Brexit, en esencia, es un proyecto nacionalista inglés. La bandera de San Jorge, la lengua, la mística, el atractivo emocional de Inglaterra y lo inglés han sido secuestrados por los nacionalistas y los xenófobos, para no hablar de racistas como Tommy Robinson, de la autodenominada Liga de Defensa Inglesa.
Pero Inglaterra es mucho más que eso, más grande y mejor. Incluso aunque se quedara sin nadie, seguiría siendo un país europeo de tamaño considerable, con extraordinarias cualidades en los sectores creativos, medios de comunicación y universidades de categoría mundial, servicios financieros, la república cosmopolita que es el área metropolitana de Londres, ciencias médicas e innovación digital. Tiene una historia excepcional y continuada de 10 siglos como nación con sus propias leyes y tradiciones de autogobierno. Es también el país de John Milton, John Lilburne, John Stuart Mill, Charles Dickens y George Orwell: abierto, atrevido, tolerante y generoso. Pese a los cambios producidos por el tiempo, todavía podemos reconocer el pueblo descrito por Milton en 1644: “Una nación no lenta y sin brillo, sino de espíritu ágil, ingenioso y penetrante, aguda para inventar, sutil y sinuosa en la disertación, que no está por debajo de alcanzar ningún punto al que la capacidad humana pueda elevarse”. Enriquecidos y vigorizados por decenios de recibir inmigrantes, seguimos siendo esa nación, porque estas características no están predeterminadas por el nacimiento, sino que son culturales. Por desgracia, volvemos a ser, como escribió Orwell en 1941, una familia en la que el control está en manos de las personas equivocadas. Pero seguimos siendo una familia.
La batalla para que Gran Bretaña permanezca en la UE está perdida; la batalla por una Inglaterra europea acaba de empezar. Cuando cientos de miles de partidarios de la permanencia nos manifestamos en las calles de Londres, con nuestras pancartas improvisadas y nuestras banderas europeas, no solo estábamos defendiendo la pertenencia de nuestro país a un conjunto concreto de instituciones europeas. También estábamos defendiendo una idea determinada de Gran Bretaña y, dentro de ella, una idea determinada de Inglaterra: abierta, tolerante, internacionalista, cívica y civil, atenta a los fundamentos sociales de la libertad individual y no solo a su pura expresión económica. Unos valores que compartimos con millones de europeos. En este sentido, también estábamos defendiendo una Inglaterra europea. Y podemos seguir haciéndolo. En esta hora de la derrota, me parece importante decir, como Orwell: creo en Inglaterra y creo que seguiremos adelante.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Este otoño se publicará en varios idiomas una nueva edición de The Magic Lantern, su testimonio personal de las revoluciones de 1989. Twitter: @fromTGA.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.