La batalla de las ideas

Creo que Esperanza Aguirre tiene la misma concepción de un partido político que la que, en formulación ya clásica, acuñó Edmund Burke: un grupo unido para promover el interés nacional sobre la base de algunos principios particulares. Son precisamente los principios lo que distingue a un partido de una mera facción o de un grupo de interés. Sin principios un partido se convierte en un mero aparato de gestión del poder con lo que irremediablemente acaba degradándose.

A lo largo de su trayectoria política Esperanza Aguirre ha sido fiel a esa concepción burkeana de la política y del partido. Y ésta, a mi juicio, ha sido su contribución más original y más fecunda a la vida de nuestra democracia que se alumbró en la Transición. La importancia que siempre ha dado a las ideas como centro y substancia del combate político es la faceta de la personalidad de Esperanza Aguirre que siempre me ha resultado más atractiva. Esta es la clave del gran caudal político que ha ido acumulando a lo largo de sus 30 años de vida pública activa: su pasión por las ideas y por defenderlas con fuerza, con libertad y sin complejos.

En el centro-derecha español, acaso como natural herencia de la tarea conciliadora de la Transición por la necesidad de asentar sobre grandes acuerdos pragmáticos la convivencia democrática de la nación, ha pervivido una visión de la política en la que la transacción y la mera gestión, con menoscabo de promover las ideas propias, se han pretendido presentar como las virtudes políticas por antonomasia, como las merecedoras de elogio…al menos en el ámbito de la derecha. La izquierda cultural, con sus poderosos aparatos mediáticos, se ha aprovechado con astucia de esta debilidad del centro-derecha hispano, colgando la etiqueta, de modo maniqueo, de duros o incluso de fundamentalistas a quienes han sido capaces de poner en primera línea de su quehacer político la defensa y promoción de sus principios particulares.

Esperanza Aguirre nunca ha caído en la trampa de buscar el halago de quienes se han afanado en imponer esta distinción, que, de asumirla, resulta letal para el centro-derecha. Precisamente por eso, su pasión por centrar la batalla política en las ideas, sin temor a las acusaciones (¡qué cosas se han dicho de Esperanza Aguirre!) provenientes de la fatal arrogancia de esa izquierda cultural que continúa viviendo en la creencia de su superioridad moral, ha sido especialmente beneficiosa para el centro-derecha español, además de enriquecer la vida democrática española. En la defensa de algunos principios y valores fundamentales para una sociedad abierta y libre Esperanza Aguirre ha sido hasta ahora la voz más potente que hemos tenido en estos últimos años quienes formamos parte del centro-derecha.

Alguna de esas batallas, entre las numerosas que ha librado la hasta ahora presidenta de la Comunidad de Madrid, la viví a su lado, y éste ha sido uno de los capítulos de mi vida política del que me siento más orgulloso. Me refiero a la batalla por las Humanidades, que tuvo como propósito modificar en nuestras enseñanzas el rumbo de una creciente degradación de la formación humanística con efectos enormemente nocivos para el porvenir cultural de la nación. Aquel fue uno de los debates públicos más vivos y enriquecedores de nuestra democracia. Esperanza Aguirre supo plantearlo y conducirlo con maestría y vigor. Creo, sinceramente, que lo ganó, a pesar de la derrota parlamentaria producto de una conjunción socialista-nacionalista, que fue el preludio de males posteriores. Sólo algunos socialistas entendieron lo que aquella batalla significaba. A su regreso al Ministerio de Educación se planteó su dimisión, lo que expresa la importancia que otorgaba a un asunto crucial para el futuro de España. Algunos le aconsejamos que no lo hiciera, porque aquel episodio no podía detener una iniciativa tan necesaria.

LA PERSONALIDAD política de Esperanza Aguirre sólo tiene un humus en el que poder desarrollarse: la democracia liberal. No me la puedo imaginar actuando en otro tipo de régimen. Es uno de los contados políticos de raza que ha dado España tras la Constitución de 1978. Esperanza necesita la democracia y la libertad como el comer. Porque la democracia es, ante todo, un régimen de libre opinión pública, que es donde ella se mueve como pez en el agua. Porque disfruta con las campañas electorales, con los debates parlamentarios, con la confrontación de ideas y con dar razón de lo que hace. Estas cualidades han sido la clave de uno de sus mayores éxitos políticos, que le proporcionó un gran capital en la sociedad madrileña: cómo gestionó la crisis del tamayazo. Recibió consejos equivocados de que no repitiera las elecciones, provenientes de aquellos spin doctors que tienen una concepción del poder como ocupación. Los rechazó de plano, sin titubear, porque siempre ha visto con claridad que hay un duende en la política, que si se te escapa, estás perdido: es la legitimidad, que es mucho más que el resultado de un cálculo numérico. Esperanza Aguirre optó por la legitimidad y venció.

La mayoría de las ideas que profesa Esperanza Aguirre son del credo liberal. Ella siempre ha tenido a gala en definirse como liberal. El problema del liberalismo es que, como es polisémico, no lo resuelve todo. El liberal del mundo norteamericano no defiende, desde luego, lo mismo que Esperanza Aguirre. Si leemos las encuestas, los españoles que se autocalifican liberales reparten sus votos desde el PP a la izquierda postcomunista: demasiado amplio espectro.

El liberalismo que defiende Aguirre es, me parece, el genuino, el que responde a la mejor tradición de esta corriente de pensamiento. Cree en el valor superior de la libertad y que las libertades son indivisibles. No tiene una concepción selectiva de la libertad, a diferencia de los que mantienen que unas son mejores que otras. Defiende el Estado limitado, aquel que no debe invadir esferas que deben competer a la sociedad. En las políticas que ha desarrollado, siempre ha pretendido ampliar los espacios de libertad: así es como se construyen las sociedades libres, abiertas y dinámicas. Y, además, cree firmemente en la responsabilidad individual, es decir, en que todos los actos humanos voluntarios tienen consecuencias. Todos estos principios merecen hoy ser defendidos en la sociedad española, con cuanta más fuerza mejor. Esperanza los ha defendido con calor y yo le pido que lo siga haciendo. Es el mejor bien que puede aportar a la sociedad española.

El liberalismo de Esperanza Aguirre no pertenece a la especie de los girondinos. Está en sus antípodas. Los girondinos eran unos moderados, que centraron su labor política en intentar frenar a los jacobinos. Tenían pavor de distanciarse excesivamente de ellos y de ser tachados de contrarrevolucionarios. El fracaso de su política no puede ser más elocuente: acabaron en la guillotina.

He debatido con Esperanza Aguirre, en innumerables ocasiones, sobre todas estas cuestiones y sobre otras muchas más, tanto cuando fui colaborador suyo en el Ministerio de Educación, como en otras etapas de su vida política, que he seguido muy de cerca desde que en 1983 dio su primer paso. Confieso que han sido momentos especialmente gratificantes para mí y espero poder proseguirlos con más asiduidad, ahora que Esperanza tendrá algo más de tiempo libre. A mí, como soy de estirpe democristiana, me consideró -no sé si mucho o poco- algo wet. Es un reproche que he soportado con jocosa paciencia.

Esperanza Aguirre, en un gesto que la honra, regresa a la función pública, donde inició su vida profesional. Pero debe seguir teniendo un papel relevante en la vida pública nacional. España se enfrenta ahora a desafíos formidables, los más graves desde la Transición. La voz de Esperanza debe continuar activa porque la batalla de las ideas no ha terminado.

Eugenio Nasarre es diputado del PP y fue secretario general de Educación cuando Esperanza Aguirre ocupó la cartera de ese Ministerio.

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