La batalla ideológica

La izquierda en España es experta en la batalla ideológica. Con el altavoz entusiasta de medios de comunicación amigos, que son casi todos, la izquierda mantiene sus mensajes con eficacia consiguiendo un tratamiento favorable y a menudo, para los no avisados, con marchamo de credibilidad y apariencia neutral. ¿Qué respuesta contrapone el centro-derecha? Su batalla ideológica ha sido, mediáticamente y me temo que estratégicamente, al menos perezosa. Es una batalla, al tiempo, interna y externa. Me referiré de inmediato a su reflejo exterior.

Arancha González Laya, flamante responsable de Exteriores, tomó posesión asegurando que «comenzamos una nueva etapa» porque «Spain is back, Spain is here to stay» (España ha vuelto, España está aquí para quedarse). Y lo dijo en inglés «porque así nos van a entender alto y claro en el mundo». ¿Es que antes de su feliz advenimiento España no existía en el concierto de las naciones? Una dosis menor de autocomplacencia hubiese resultado más elegante. Y, sobre todo, más ajustada a ciertos acontecimientos subsiguientes.

Pocos días después el Parlamento marroquí aprobó dos proyectos de ley que ampliaban 12 millas su frontera marítima con España y se creaba una Zona Económica Exclusiva de 200 millas a lo largo de la costa del Sahara Occidental, que la ONU no reconoce como territorio de Marruecos. La decisión marroquí afecta directamente a Canarias. La ministra de Exteriores visitaba dos días más tarde Rabat y no se traería en su equipaje sino buenas palabras. «Spain is back».

Paralelamente, Francia concertó con Alemania y Polonia el núcleo duro de la Unión Europea después del Brexit. Macron, su impulsor, deja a España fuera, y la ministra del «Spain is here to stay», proclama que España se acercará a Italia «para pesar en una UE cambiante». Un giro copernicano ya que hasta ahora anhelábamos incorporarnos al eje franco-alemán. Varsovia lo ha tenido más claro que Madrid, y eso que nunca sus dirigentes anunciaron enfáticamente «Poland is back».

Casi al tiempo, con el desplante a Juan Guaidó, protagonizado por Sánchez, y la lisonja viajera a Delcy Rodríguez, peón principal de Maduro, debida al Ábalos de las mil versiones y respaldada por Sánchez, la Unión Europea y Estados Unidos comprobaron que no eran vanas sus alarmas por la entrada en el Gobierno de los comunistas, ahora llamados piadosamente populistas, con presencia y oídos en el Consejo de Ministros, que es como si los tuviesen sus amigos foráneos, los más ingratos para el club de Bruselas y para Washington. Y deben añadirse los despropósitos del saltimbanqui Zapatero. No auguro amables consecuencias ante esta curiosa forma de conservar a los amigos. ¿Es que España ha cambiado de aliados sólo para que Sánchez descanse algún tiempo más en el colchón de La Moncloa?

Zapatero fracasó en política exterior y Sánchez recorre ya el mismo camino de alumno aventajado que en otras causas radicales, como la llamada «memoria histórica», hoy en la versión más tensada y probablemente inconstitucional de «memoria democrática». Un Gobierno con ministros declaradamente comunistas supone una rareza en Europa. A nuestro Gobierno se le añaden, además, particularidades notorias. Tanto que en el listado del Instituto Cidob, prestigioso think tank en análisis internacionales, el Gobierno español es el único de los 27 de la Unión considerado «de izquierda». Por así decirlo, de una izquierda sin edulcorantes.

El socialismo lleva años retrocediendo en la Unión Europea. España es una de las islas en ese mar de fracasos, pese a que el PSOE perdió cerca de ochocientos mil votos en las últimas elecciones. Manuel Valls, buen conocedor del socialismo europeo, lo tiene claro: «Sánchez y sus socialistas parecen fuertes porque no quedan muchos más en otros lugares». Sánchez no sabe bien qué es. Eligió pactar con los radicales y se convirtió en radical. Y orilló el constitucionalismo. En poco tiempo su Gobierno sólo nos ha ofrecido contradicciones y disparates. Ha pisado todos los charcos.

Los valores esgrimidos históricamente por el socialismo: solidaridad, igualdad, libertad, tolerancia, normalmente resultan ser proclamaciones desde la oposición pero no realidades en el Gobierno. El tándem Sánchez-Iglesias mostró pronto su radicalismo y sus prisas. Apostó por la batalla ideológica. Llevó a la Fiscalía General del Estado a una diputada socialista hasta entonces ministra de Justicia, y anunció el cambio urgente del Código Penal, una vía nada encubierta para contentar a golpistas.

Obsoletas las viejas banderas socialistas, y no digamos las comunistas, y arrumbados sus añejos engañabobos a zarpazos de la tozuda realidad, las nuevas banderas se tintan de ideología extremista. Así ocurre con el ecologismo alarmista, el feminismo radical y excluyente y el animalismo irreal y desbocado, sin olvidar los viejos mantras de la educación intervenida o de confundir interesadamente Estado aconfesional con Estado laico.

Supimos un día que «el dinero público no es de nadie» y ahora sabemos que «los hijos no pertenecen a los padres» (Celáa); que «los hombres roban la leche a las vacas lo que supone un maltrato animal» (García Torres, director general podemita de Protección Animal); que «en la mayor parte de los periodos históricos las mujeres, si hubiesen podido elegir, hubiesen escogido no mantener relaciones sexuales con los hombres» (Gimeno, directora podemita del Instituto de la Mujer y expresidenta de la Federación de LGTB), olvidando que está en este mundo gracias a que su señora madre no tuvo a bien compartir esa opinión.

Otra bandera ideológica de la izquierda es la lucha contra el llamado cambio climático, que de una forma u otra ha existido siempre pero hoy aparece agravado. De Teresa Ribera, ministra de Transición Ecológica y ahora vicepresidenta, al ciudadano le quedan su guerra al diésel, expresada con tanto ahínco que arrasó la venta de vehículos, y sus desvelos contra los toros y la caza. Desde el exterior nos llega, como modelo, esa jovencita sueca, Greta Thunberg, recibida con fruición en varias Cumbres del Clima, últimamente en la COP 25 de Madrid, y en el Foro Económico Mundial de Davos, cuando debería dedicarse a estudiar. Si los temas serios están en manos de políticos radicales que los convierten en ideología utilitaria, y de aficionados con más o menos buena intención pero inanes en el fondo, todo quedará en palabrería y manipulación.

La izquierda se emplea hábilmente en la batalla ideológica. Ante el desastre, es deseable, por el bien general, que el espacio del centro-derecha -el constitucionalista- asuma esa batalla que no debe dar por perdida en ninguno de sus campos, como ha ocurrido con la cultura o con la supuesta superioridad moral que, por reiteración de unos y dejadez de otros, se consideran a menudo patrimonio de la izquierda. Tantas falacias que muchos asumen interesada o bobaliconamente.

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la historia y de bellas artes de San Fernando.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *